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El autor ausente

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La salida del tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi completó la monumental obra en la que el reconocido escritor y crítico repasa su vida, desde los tiempos de su formación intelectual hasta su consagración literaria. Autobiografía y ficción.


Artificio. Piglia tenía la capacidad de contar episodios dolorosos de manera casual. (Juan C. Quiles/3Estudio)

Con la salida el año pasado del último de los tres tomos que componen Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, se cierra uno de los proyectos intelectuales más intrigantes de la literatura argentina. Y por intrigante deberíamos también entender fundamentales: no es solo el aura de misterio que circula por cada una de las páginas de estos diarios lo que importa, sino también lo que esas páginas condensan en torno a la idea o el modo de funcionamiento de la literatura y el campo intelectual nacional desde mitad del siglo XX en adelante. Tal como se confiesa una y otra vez en esas páginas, Piglia comenzó la redacción de estos diarios a una edad muy temprana, en 1957, con apenas dieciséis años. Lo que motivó esa escritura inicial fue una mudanza que se vivió como un destierro político. Por causas vinculadas con la caída del peronismo, su padre tomó la decisión de trasladar a su familia de Adrogué a Mar del Plata. Y así fue como encontró el primer y más importante espacio en donde construyó su figura de escritor y su obra. Si es que, a la larga, hay una diferencia tangible entre esas dos cosas.
Los diarios recorren diferentes épocas de la historia local. Y no es que las cosas pasan y cada tanto se mencionen como un detalle: el propio autor reconoce que no se puede sino sentir esos cimbronazos en la vida cotidiana. Así se percibe sobre el final del tomo II, en donde una visita por parte de las fuerzas de seguridad al departamento de Julia y Renzi (personaje de Piglia, pero también su doble) rompe la pareja y abre la puerta de una serie de traslados clandestinos y la salida del ojo público, que cambiaría de un día para el otro la rutinaria convivencia de ambos en lo que se titula como «Los años felices». Pero también, al comienzo del tomo III, durante 1976, en la sección titulada «Los años de la peste», se viven con una angustia nunca nombrada, pero totalmente palpable, los oscuros años de la dictadura, que se debaten en la escritura de Piglia/Renzi entre tres zonas: los amigos que desaparecen (Conti, Walsh); los proyectos intelectuales que se desarman para convertirse, cada vez más, en acciones individuales; y, finalmente, la redacción de Respiración artificial, libro que ya aparece como idea en el tomo II.
Si en el tomo I, «Años de formación», se podía leer la construcción retrospectiva del joven melancólico, cruzando la sucesión de los días con cuentos, fragmentos, reflexiones y hasta artículos críticos (como el dedicado a Cesare Pavese, cuyo diario parece ser el texto rector de toda esta producción, junto con los de Kafka y Gombrowicz); el tomo II es una suerte de pausa en donde el mundo intelectual se combina con la «estructura de sentimientos» de un escritor reconocido, pero que aún no ha llegado a donde pretende llegar. En «Los años felices», todo momento compartido es de una alegría avasallante, incluso los cruces y sinsabores que hay con figuras como David Viñas, León Rozitchner o Andrés Rivera. Junto a eso hay que hablar de las prácticas amatorias retratadas, en donde las noches se van pasando con diversas compañías que respiran el aire de cambio en aspectos tan privados como las relaciones personales, cambios que de una u otra manera marcan el imaginario de los 60. El tomo III, a diferencia de los otros dos, es el más cercano a un auténtico ejercicio de ficción autobiográfica: si bien el comienzo sigue la tónica de registro de los dos libros anteriores, hay en esta edición una pequeña novela, Un día en la vida, que no solo le da título al último momento de los diarios, sino que ponen en evidencia la «máquina ficcional» que Piglia arma a partir de su prosa.
Tal como la «máquina paranoica» que siempre apareció como tema de sus trabajos, lo que tenemos aquí es una compleja combinación de la serie ficcional con la serie autobiográfica, mezclando y recombinando cosas que sucedieron, que se soñaron o que se inventaron hasta el punto de hacer indistinguible cada uno de estos extremos. Germán Maggiori, autor de novelas como Entre hombres (2001) y sobrino de Piglia, comenta acerca de esta última entrega: «En todo el proceso de redacción y publicación de los diarios, el único texto que Ricardo me pidió que leyera especialmente fue Un día en la vida, que está incluido en el tercer volumen. Esto fue por febrero de 2015. Es una nouvelle que está, diría, a la altura de las mejores de Onetti. Es obvio para mí que lo que quería Ricardo no era que le hiciera una devolución literaria: la idea era que le diera mi opinión sobre la ficcionalización de una situación familiar bastante dolorosa como fue la muerte de mi viejo y las circunstancias que la rodeaban. El texto era brillante, lo podría haber publicado sin consultarme, pero él tenía esa cosa de código familiar italiano, todos los primos eran así. Me acuerdo una vez que se reunió la familia en Tandil, alquilamos un micro y fuimos desde Adrogué, y allá nos esperaba la otra parte de la familia. Era todo muy cosa nostra, muy Scorsese. Lo que me acuerdo del encuentro es lo que Ricardo le dijo a mi viejo entonces: “Una familia es como una mafia buena”».  

Pistas sembradas
La publicación de los diarios también opera en un nivel de dato que a veces cruza cuestiones como la chismografía o el ejercicio documental. Ya en 2015, con la puesta en cartel del documental de Andrés Di Tella, 327 cuadernos, se mostraba en pantalla lo que implicaba seguir la vida de un escritor que supo entregarse a la lucha cara a cara contra (y a favor de) la forma artística. ¿Cuánto de conquista y cuánto de derrota hay en una obra literaria? ¿Qué es real y qué no? El documental de Di Tella recoge con sobriedad esos momentos centrales en donde un autor se dispone a publicar su gran proyecto literario, comenzado hace tantos años atrás, y repasa, recorta y organiza su vida para que aquel flujo indomable de lo que sucede alcance, por momentos, una forma organizada. En parte, se podría ver como un dique que quiere retener la ferocidad de las aguas del tiempo.

Trayectoria. Los volúmenes de la trilogía.

Y en ese flujo difícil de controlar, está también la historia, como hemos dicho, o una de sus metáforas más corrientes: la política. Germán García, psicoanalista, figura intelectual indispensable para entender la literatura y la crítica de los 60-70, observa: «Supe del trabajo sobre los diarios, incluso Ricardo me pasó algunas partes que me concernían. Esos diarios son un documento excepcional para entender la trama de la literatura argentina de varias décadas. El retrato de David Viñas, por ejemplo, aporta muchas claves para comprender de qué manera el fetiche de la política incidió en la literatura. También leemos cómo se construyó y se arrasó una época de nuestra cultura. Yo puedo caminar por esos diarios». Si el peronismo paterno fue lo que desembocó en ese primer exilio, las relaciones con la izquierda y sus devenires van marcando el pulso de todo el resto de la vida adulta de Piglia/Renzi.
Fermín Rodríguez, miembro de la cátedra de Teoría y Análisis Literario de la carrera de Letras (UBA), comenta que Piglia era muy parco, casi de un carácter estoico a la hora de hablar de los padecimientos que ya había empezado a sufrir estando en Princeton. «Había ido a ver al doctor por un tema de un cosquilleo en las manos. El doctor le había dicho que probablemente tuviera la misma enfermedad que sufren los basquetbolistas, cosa que siempre mencionaba. Desplazaba la atención acerca de lo que estaba sufriendo, como para no preocupar a nadie». Eso mismo se puede ver en el documental de Di Tella, donde marca que la mano le duele por estar haciendo un entrenamiento fuerte de boxeo. O que tiene la voz quebrada por cantar bajo la ducha. Entre risas, cuenta pero disimula la misma operación que aparece en los diarios, donde momentos terriblemente dolorosos, como los intentos de suicidio del padre, se registran al pasar.
Con la ayuda de Luisa Fernández, una colaboradora mexicana que fue transcribiendo la lectura de Piglia de sus manuscritos, Los diarios de Emilio Renzi llegaron a su concreción final, editados a un ritmo vertiginoso que el propio autor no alcanzó a presenciar en su totalidad, ya que falleció a comienzos de 2017. La importancia de esta obra está por verse: no solo por la enorme cantidad de años y momentos de la historia argentina que recupera, sino también porque se trata del registro definitivo de un escritor.
Edgardo Dieleke, doctor en Literatura por la Universidad de Princeton, quien cursó los seminarios dictados por Piglia entre 2004 y 2009 y lo tuvo como uno de sus directores de tesis, señala sobre la trascendencia de este trabajo: «Como en esos relatos de La ciudad ausente, en las máquinas de Macedonio Fernández, los diarios de Piglia son como una caja de la que se pueden extraer nuevas preguntas cada vez que se abre. Como un I Ching para interpretar el mundo a través de la literatura. Como un juego de azar que se vuelve especular, y nos devuelve una idea del mundo, una serie infinita de pistas para seguir pensando».

 

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