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Postales del fin del mundo

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Emiliano Basile

Lejos de meteoritos, zombies y aliens, cada vez más películas y series contemporáneas muestran al propio ser humano como responsable del apocalipsis.

Catástrofe. Tanto en la película Crímenes del futuro, de Cronenberg, como en la serie Severance, de Ben Stiller, la especie muestra su peor cara.

El fin del mundo fue representado infinidad de veces a través de todo tipo de teorías apocalípticas. Pero entre las ficciones contemporáneas se reitera cada vez con mayor frecuencia un discurso que pone el foco sobre la debacle de la especie, vinculada de manera inexorable al propio ser humano.
«En el cine y la literatura, el fin del mundo estuvo muchas veces ligado a la amenaza externa, al “enemigo”, a todo aquello que se considera distinto, que es ajeno a nosotros. Extraterrestres, zombies, seres sobrenaturales, robots, meteoritos, todos en algún momento fueron acusados de propiciar el apocalipsis. Sin embargo, de un tiempo a esta parte la temática asociada al fin de los días tiene más que ver con el enemigo interno, con los seres humanos como artífices de su propia destrucción», explica el periodista especializado en cine Guillermo Coreau.
La crisis ambiental ha demostrado que el planeta está en riesgo y el responsable de dicha catástrofe es el accionar humano. La amenaza ahora parte del universo conocido y es el hombre quien tiene que modificar sus hábitos si quiere sobrevivir como especie.
«Tenemos que empezar a alimentarnos de nuestros propios residuos industriales», dice uno de los personajes de Crímenes del futuro, la película de David Cronenberg que presenta una distopía apocalíptica en la que la humanidad es consciente de haber generado su propia extinción. La desazón y la angustia existencial reinan en el film del director de La mosca, Crash y Promesas del Este. Frases como «la cirugía es el nuevo sexo» o «el dolor es una advertencia que ya no tenemos» hablan en la película de la deshumanización contemporánea como uno de sus principales problemas para reaccionar ante la hecatombe climática.

Otra dimensión
El licenciado en artes Claudio Viacava argumenta que «el siglo XX miraba al siglo XXI con cierto optimismo, con el hombre superando las leyes físicas que lo condicionan. El emblema del cine en este sentido, inspirado en el libro de Arthur C. Clarke, es 2001: Odisea del espacio, de Kubrick. Una visión que se convirtió en una gran desilusión. Hoy en día aparece el capitalismo con su producción desenfrenada, en forma de monstruo que se oculta detrás de la explotación de los recursos naturales y que acaba con el hábitat del ser humano. Una idea ya planteada en el libro Crónicas marcianas, donde Ray Bradbury anticipó que el mundo dejaría de ser habitable».
La evolución adquiere una dimensión muy distinta a la imaginada por Clarke, y no necesariamente en un sentido positivo. El avance de la ciencia y de la tecnología no parecen estar en función de mejorar la calidad de vida de las personas o, al menos, eso sugieren las series y películas actuales. Es el caso de Severance, de Apple TV, que dirige el también actor Ben Stiller, desarrollada en una oficina en la que los individuos borran los recuerdos de su vida personal mediante una operación cerebral, para que no interfieran con el trabajo. Lo que la ficción creada por Dan Erickson expone es el mundo laboral como un territorio alejado de la dignidad, en el que abundan la alienación, la deshumanización y la explotación.
Otra vez el ser humano sembrando su propia autodestrucción. Más evidente es la serie Mr. Robot, que plantea el desarrollo de la tecnología en contra del hombre, en línea con la película Yo robot basada en la novela de Isaac Asimov y la saga Terminator. «La metáfora son los robots pero podemos pensar en el celular, la computadora, internet, la banca electrónica, los bitcoins. Y a partir de allí reflexionar acerca de si la tecnología realmente implica una mejora para la humanidad», reflexiona Viacava.
Entre estas producciones audiovisuales aparece una vertiente distinta a los relatos de lucha por la libertad frente a un poder totalitario que circularon en el siglo XX, cuyos resabios aún podemos ver en el nuevo milenio. Desde la literatura con Fahrenheit 451 de Bradbury o 1984 de George Orwell, hasta las sagas cinematográficas de El planeta de los simios o Los juegos del hambre, las historias de resistencia todavía perduran. También los films de fuga ante invasiones zombies o alienígenas, como Guerra mundial Z, la coreana Invasión zombie o las versiones de La guerra de los mundos basadas en la novela homónima de H.G. Wells.
Estos discursos conviven con otros relatos que marcan el pulso actual, en los que presentar batalla dejó de ser la clave para torcer el destino de la humanidad y que caen inevitablemente en el terreno de la desesperanza. Como explica Coreau, «la amplificación del individualismo, el egoísmo o la indiferencia completan un círculo en el que el hombre se vuelve tanto causa como consecuencia de su propio final». Estos discursos fatalistas que tienen a Cronenberg entre sus máximos exponentes, no buscan explicar con exactitud científica los procesos que llevaron al apocalípsis, sino sumergirnos en reflexiones filosóficas que nos permitan reencontrarnos con aquello que nos define como especie para hallar, de este modo, un atisbo de esperanza.

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