30 de noviembre de 2024
La banda integrada por Skay Beilinson antes de fundar Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota había grabado un simple en 1969, que acaba de ser reeditado en vinilo.
Bajista. En el grupo que compartía con su hermano Guillermo, Skay no tocaba la guitarra.
Foto: Julio Martín Mancini
El Mayo francés, el hippismo feroz de un par de hermanos herederos de una fortuna incalculable, la psicodelia y lo que hoy podemos vislumbrar como el embrión de Patricio Rey confluyen en la exhumación de uno de los secretos más inquietantes del rock argentino: el único disco de Diplodocum Red & Brown, la banda de los hermanos Skay y Guillermo Beilinson. En su origen, 1969, fue un simple editado por el sello Trova. Ahora, ante la imposibilidad de fabricar vinilos en formato de siete pulgadas, sale en tamaño de LP en 45 rpm. Son dos canciones interesantísimas, totalmente impregnadas del sonido de época: «Blues del hombre de la cara azul» y «Blind Sex».
La prehistoria de este disco y esta banda habrá que rastrearla en un viaje en crucero a Sudáfrica del matrimonio Beilinson con su hijo adolescente, al que todavía llamaban Eduardo. En el barco había un concurso en el que los chicos y chicas mostraban sus destrezas artísticas. Skay, con 15 años, tocó un tema de Los Beatles y otro de Peter, Paul & Mary y ganó el primer premio, que era un viaje a España. Cuenta el guitarrista: «Como yo era muy chico, mis viejos me dicen que esperáramos un año y nos fuéramos con mi hermano, Guillermo, a estudiar a París. Él estudiaba antropología y quería ver si podía hacer algún curso con Lévi-Strauss, para aprovechar el viaje. Justo caímos en París en 1968. La historia recuerda simplemente el Mayo francés, pero nosotros llegamos en noviembre, fuimos a vivir al Barrio Latino y había manifestaciones todo el tiempo. En una de esas manifestaciones, la policía me parte la cabeza de un palazo y mi hermano y yo terminamos presos. Nos dijeron que nos teníamos que ir de Francia y nos vamos a Londres, donde estaba mi otro hermano, Daniel, que ya había conectado con un montón de hippies de todo el mundo».
Londres era la capital del mejor rock. Los Beilinson probaron drogas, vieron conciertos increíbles como el de Jimi Hendrix en el Royal Albert Hall, Free, Soft Machine, Family y Donovan, y hasta fueron al cine a ver Magical Mistery Tour, de Los Beatles. Flotaban en un estado de experimentación permanente. En un momento el padre se preocupó por la deriva hippie de los chicos y les pidió que volvieran. Con risas, Skay evoca ese momento: «El viejo era muy buen tipo, se preocupaba por nosotros. Y le dijimos que sí, que volvíamos, pero que necesitábamos dinero para hacer unas compras. Nos envío plata y regresamos con discos increíbles, inconseguibles en la Argentina, y con un equipo Marshall, una guitarra Gretsch, un distorsionador y un wah-wah».
Con ese bagaje, provocaron una sensación en La Plata. Naturalmente estaban vinculados con La Cofradía de la Flor Solar, el colectivo artístico –rock, artesanía, artes plásticas– que intentaba una vida en comunidad. Los jóvenes más revulsivos de la ciudad integraban una trama de chicos universitarios que venían del interior, militantes políticos y una clase media curiosa que se mezclaba con los «niños ricos que tenían tristeza». En realidad, más que tristeza, era deseo de escapar del gris burgués. En las diagonales, se cruzaban tal vez sin conocerse todavía Carlos Solari (el Indio), Carmen Castro (Poli) y Ricardo Cohen (Rocambole).
Tapa. El disco incluye «Blues del hombre de la cara azul» y «Blind Sex».
Blues rock
Los hermanos Beilinson formaron una banda con un nombre inspirado en un dinosaurio exhibido en el Museo de Ciencias Naturales ubicado en el bosque platense: el Diplodocus. Diplodocum Red & Brown quedó como un quinteto que pronto destacó por su sofisticación musical y la calidad de las puestas en escena. Guillermo cantaba, Skay tocaba el bajo porque la guitarra recayó en el Topo D’Aloisio, la batería quedó a cargo de Isa Portugheis y el tecladista Bernardo Rubaja se puso al frente de un órgano Hammond.
Llegaron a participar del Festival B.A. Rock del Velódromo porteño, actuaron en el Instituto Di Tella –codo a codo con bandas como Manal– y fueron de la partida de La Maratón Beat del Club Atenas de La Plata que fue promocionada como «30 horas ininterrumpidas de rock». Los testigos que los vieron en vivo dicen que hacían una música densa, con pasajes largamente instrumentales, con influjos de Jimi Hendrix, Pink Floyd y Cream: es lo que se escucha en el único material grabado. El simple fue publicado por el sello Trova, que en su breve y sustancial período de vida, editó a un variopinto elenco de bandas y artistas como Les Luthiers, Cuarteto Zupay, Susana Rinaldi, Enrique «Mono» Villegas, Litto Nebbia, Pedro y Pablo, Roque Narvaja, Aquelarre y Vinicius de Moraes con María Creuza y Toquinho.
«Blues del hombre de la cara azul» está firmado por D’Aloisio y Portugheis y, a diferencia de lo que empezaban a hacer Manal y en poco tiempo Pappo’s Blues, no deja reconocer una impronta local. En inglés, cuadradito, tiene la estructura del blues patentado por Cream. El título era «Blues del hombre de la capa azul», pero alguien erró un caracter cuando hizo la traducción. El segundo tema, «Blind Sex», lo firman D’Aloisio-Portugheis-Beilinson y es aún más disfrutable. Como escribe en la contratapa de la edición actual el periodista Oscar Jalil, «es un viaje por el folk-rock cercano al primer Pink Floyd mezclado con la búsqueda frugal de La Cofradía». También se escucha un sonido análogo al disco francés de Miguel Abuelo y a lo que trajo Luca Prodan de Londres en su arista más acústica.
Diplodocum Red & Brown se separó en el medio del remolino de la efervescencia del cambio de década. Al poco tiempo, Guillermo Beilinson conoció al Indio Solari y juntos comenzaron a filmar cortos experimentales en Super 8. Cuando llegó el momento de musicalizar las películas, Guillermo le pidió ayuda a su hermano. Ahí sí: Skay se calzó la guitarra y convocó al grupo de amigotes que andaba dando vueltas. Se instalaron en un sótano del Pasaje Rodrigo a tocar una música volada, climática, que a veces derivaba en alguna canción y que, no podían saberlo, fue el kilómetro cero de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.