25 de agosto de 2025
En su regreso a la televisión, el conductor sintoniza con el clima de época, explota su faceta de entrevistador y le saca lustre al tono ácido que patentó en Cuál es? y CQC.

Química. La charla de Pergolini con Moria marcó un pico de ráting en el breve historial de Otro día perdido.
Foto: Captura
Otro día perdido, esa pequeña boutique de periodismo audiovisual a cargo de Mario Pergolini, ofrece en cada entrega algunas delicatessen. Entre ellas, hace poco, una entrevista reposada con Zoe Gotusso, una charla creepy con Agustina Kampfer, ciertas muecas memorables de Laila Roth (comediante de fuste del under) y el entusiasmo estilizado de Agustín «Rada» Aristarán, quien oficia como maestro de ceremonias del Gran Mario.
Porque Laila, Agustín o el invitado de turno, todos pasan a ser figuras decorativas para el regreso de él, uno de esos fantasmas revividos que traen un mensaje de otro tiempo en el mismo lugar, reconfigurando la revolución del hoy: el antaño tecnófilo dice ahora que «no consumo redes ni tengo Whatsapp». El pelilargo, blanco-leche, que hacía dupla imbatible con Eduardo De la Puente, y trío junto con Juan Di Natale; el principal difusor del rock puro y el pogo de los 80 y 90, reaparece trajeado, prolijo, asentado, con acciones en varias compañías, con camisa fina cerrada hasta el cuello, flequillo ralo que disimula la calva, algo rígido, apocado, asexuado. Más tranquilo, sin estridencias. Y sin embargo magnetiza y el ráting acompaña con picos de 5 puntos –nada despreciables para Canal 13– como sucedió en su entrevista con Moria Casán, donde la química era evidente.
Es el regreso irresistible del que dejamos frizado en el universo catódico de nuestros livings de un tiempo más naif, sin tanto tufo a ocaso: en la radio con Malas compañías y Cuál es?, en la pantalla chica con La TV ataca, Hacelo por mí y Caiga quien caiga, cuando se alzaba como antagonista del omnipresente y carismático Marcelo Tinelli en la puja por la audiencia que subía a más de 20 puntos.
Luego se fue a Vorterix –pionero del streaming, dicen–, se alejó del «on», fundó empresas, se asoció con distintos poderes, gravitó en radio, pero de la TV desapareció, dejando un halo de indiferencia que afecta a todo aquel que se corre de los focos y da cuenta de que no le afecta la prescindencia de la cámara.
El resto de la fascinación mediática que genera –notas en medios, movileros en puerta para escucharlo opinar– hay que atribuírselo al indeclinable amor popular por el arquetipo de aquel adolescente desgarbado, levemente desinteresado, que todavía asoma en este señor de corbata, algo panzón y rígido, pero con esa misma velocidad de reacción, esa forma de hablar atolondrada aunque no fallada, engolada y rebelde. Canoso y cutis liso, magnético.
Estilo propio
Está pagando derecho de piso en la madurez: por eso se lo siente cauto, respetuoso, halagüeño incluso con Martín Cirio, quién lo hubiera dicho. Sí, él, que lideraba las barras masculinas de CQC, esas que con el tiempo fueron acusadas de bullying feroz contra mujeres migrantes (como Anamá Ferreira) o cronistas queer (como Rodrigo Lussich). Ahora Mario vuelve lavadito, perfumado con lavanda, de la mano de Laila para purgar tanto falocentrismo rancio que se respiraba en los pasillos de Cuatro Cabezas.
Por momentos, parece un Susano despistado que no conoce la rutina, arrojado a la guía del maestro Rada, que se achica para que Mario brille: el revolucionario de entonces se amolda al formato remanido del late night show, que, es justo decirlo, aquí se luce por varias razones. Entre ellas, la intro de Rada, el timing general, cierto aire de periodismo performático que propone a los entrevistados probar cosas, y hasta una original columna de efemérides leída por un personaje creado con IA.
Esa voz, «la voz» que resuena en el inconsciente colectivo: pasaron dos décadas y sigue ahí ese vibrato verbal siempre al borde de la carcajada contenida. El tono de lo eternamente joven, congelado en algún punto entre los 90 y los 2000, cuando los referentes eran Mario, los suples «Sí» y «No», la Rolling Stone y el rock como género hegemónico. Entonces él era un aliado cómplice y contestatario, respetado por las bandas.
Después llegó su faz empresarial, el divorcio de sus coequipers, el rumor sobre el mercantilismo que vencía al creativo en su balance interno, tramando el streaming 15 años antes del boom. Y ahora vuelve desde algún recuerdo de otro tipo de contenido radial y televisivo, en el que había lenguaje, hilo y tema; y no todo automito, autobombo y celebración maníaca. En la nueva era de la degradación del discurso, se reinstala con muy poco: lenguaje articulado, en un formato parecido a lo que –solo mencionando el linaje argento– hace muy poco hacía Sebastián Wainraich en el mismo horario, misma pantalla y, no tanto tiempo atrás, Roberto Pettinato. Pero alcanza, porque, como le dijo Moria en la entrevista que más gustó –junto con la de la dupla de Malena Pichot y Pilar Gamboa, de Viudas negras, y la wasa inolvidable con Cirio–, «sos el único que no da pajero». Con eso basta en un presente poco ávido de ideas originales como aquella de CQC, que luego exportó a España, Italia, Portugal y México. Nadie saldría a ofertar Otro día perdido por el mundo pero, donde el formato es repetido, se luce el estilo y logra un pequeño milagro: ¡el éxito!