Cultura

El fin y los medios

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Una serie de jornadas convocó durante noviembre pasado  a artistas, gestores culturales e intelectuales a pensar la profunda conexión entre el acto creativo y la transformación del mundo real.

 

Intercambio. Los asistentes y los panelistas (Juan Pablo Pérez, Forster, Battista, Dubatti y Juano Villafañe) en pleno debate. (Horacio Paone)

En 1935, Raúl González Tuñón escribió «La libertaria», una elegía a  Aída Lafuente. Dos años más tarde, el poeta argentino viajó a un congreso de escritores en España, tierra de esta luchadora social. Allí, en un festival folclórico, Tuñón escuchó un coro cantando los versos de su poema; intrigado por la situación, preguntó por su autor, a lo que respondieron que era anónimo. El poeta no sólo no defendió su autoría, sino que reconoció el verdadero valor de su arte. Aunque no abundan, ejemplos como este sirven para dar cuenta de la estrecha relación que existe entre arte y política. Una conexión compleja, que data de los comienzos de la humanidad, pero que recién fue debatida seriamente a principios del siglo XX con la llegada de las vanguardias estéticas. «La poesía es un arma cargada de futuro», decía un poeta ibérico. Y el mismo Tuñón proponía: «Subiré al cielo, le pondré un gatillo a la luna, y desde arriba fusilaré al mundo, suavemente, para que esto cambie de una vez». El arte y la política se necesitan mutuamente; la idea de una sin la otra es simplemente inconcebible. Los surrealistas franceses tuvieron claro que el cambio radical de la forma, que buscaban a través de su arte, no era otra cosa que ese gatillo que permitiría destruir ciertas formas anquilosadas de las prácticas sociales. Algunas de estas siguen vigentes, pero la cultura de cada país posee un grado importante de autoconciencia, que interpela, desde la génesis de cada creación, tanto a los ciudadanos como a sus gobernantes.
Una de las primeras medidas tomadas por la última dictadura militar fue la de prohibir los feriados de carnaval, dejando en claro que no eran meros festejos sino una celebración donde el pueblo se expresaba a viva voz sobre sus alegrías, pero también sobre sus penas. Hoy, en democracia, el arte se encuentra en un momento de esplendor, y esto se traduce en números concretos: según la Secretaría de Cultura de Nación, la producción artística tangible e intangible aporta el 3,7% del producto bruto nacional, más que la pesca y la minería, lo que permite una puesta en valor del hecho artístico.
Esta situación se ve respaldada por legislaciones concretas del gobierno nacional: de 2004 a la fecha, se compraron 64 millones de libros para repartir en las escuelas, se crearon el Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Nacional del Cine y ahora se está conformando el Instituto Nacional de la Música. A lo anterior se suma la puesta en acción de la ley nacional de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Acorde con estas reflexiones, el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini organizó las primeras Jornadas sobre Arte y Política, una serie de cinco encuentros realizados los miércoles de noviembre pasado, en los que artistas, políticos, gestores culturales e intelectuales se reunieron para debatir sobre estas temáticas y contar sus experiencias. Los invitados fueron María Elena Troncoso, Eduardo Romano, Ana Longoni, Vicente Muleiro, Eduardo Jozami,  Ricardo Bartís, Juan Sasturain, Luisa Valenzuela, Mauricio Kartun, Jorge Dubatti, Ricardo Forster y Vicente Battista, entre otros. «La política es algo de nuestras vidas cotidianas, es algo que pasa en tu casa y tiene que ver con las decisiones de todos los días», dijo Sasturain en la anteúltima jornada, además de describir una niñez marcada por los debates políticos. Luego del escritor, tomó la palabra su colega Valenzuela, quien observó: «Pensaba en la experiencia de Juan, que fue tan distinta de la mía, y en la misma época. Yo me crié en una casa donde iban grandes intelectuales, pero la situación política era un tema que no se tocaba».
En el discurrir de la charla hubo un punto de encuentro. «Lo político en nuestro trabajo no se puede evitar. Entonces, a veces tomamos conciencia y necesitamos responder, necesitamos tomar posiciones, como un cierto imperativo épico», señaló Sasturain. A su turno, Valenzuela completó: «La literatura es el cruce de las aguas, las claras y las borrosas, donde nada está precisamente en su lugar. Es en la perturbación de las aguas que se cruzan donde se hace necesario tener una ideología clara». Autor y director teatral, Bartís enunció con cierta ironía en el marco del último encuentro: «Yo no voy a hablar sobre arte y política, voy a hablar sobre el teatro, que es lo que me interesa y lo que entiendo». Dubatti afirmó categórico que «la política se inscribe en todos los planos de la actividad teatral». Por su parte, Battista manifestó que «todo arte siempre es político; incluso debería agregar que esto se da más allá de las intenciones de su autor». Y Forster reflexionó: «Amamos al arte: es inabarcable, se nos escapa, nos atraviesa conceptual y sentimentalmente. La política, cada tanto, nos vuelve a conmover la existencia. E invariablemente tratamos de cruzar lo escindido y lo inescindible, como lo son el arte y la política».
Palabras, conceptos, voces que se suman para reflexionar sobre una relación antiquísima que, lejos de estar perimida, se mantiene más vigente que nunca. El arte y la política dialogan, discuten y se retroalimentan. Si bien el arte no tiene por qué tener una finalidad concreta, está demostrado su poder transformador. Y una de las definiciones de política de la Real Academia Española enuncia: «Arte con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado». El fin está claro, y el camino se está haciendo al andar.

Jorge Freidemberg

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