Cultura | GRAN HERMANO

El reality que se resiste a morir

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Pablo Méndez Shiff

Tras largos cinco meses de encierro, Marcos fue el ganador del programa más visto de Argentina. Repaso de una edición que quedará en la historia del formato.

Perfil bajo. Marcos se quedó con el premio mayor a partir de sus aportes más bien módicos a las polémicas que encendía el programa cada noche.

Esta semana, finalmente, y después de cinco meses y medio de encierro que se hicieron largos en el último tramo, terminó la décima edición de Gran Hermano en Argentina. Con 5 millones de votos y ante una audiencia que superó los 30 puntos de rating, el salteño Marcos Ginocchio se coronó como ganador de los 15 millones de pesos del premio y una vivienda premoldeada. ¿Pero se llevó realmente el premio mayor?
Durante su paso por la casa-estudio de Martínez, Marcos fue un participante con aportes más bien módicos. No se le daba por cocinar como a Walter «Alfa» Santiago y Romina Uhrig, ni por limpiar como a Camila Lattanzio, ni por pelear como Coti Romero, ni por creerse estratega como su amigo Agustín Guardis. Sus compañeros de convivencia lo apodaron «primo», porque era una de las pocas palabras que le brotaban de la boca en sus conversaciones diarias. Si alguien le pedía una opinión sobre un conflicto en la convivencia, prestaba el oído y no hacía ningún comentario. Entrenaba en el gimnasio y escrutaba a los demás, casi siempre en silencio o repitiendo una de sus muletillas: «Pa gustos los colores».
Es interesante pensar acerca de las razones por las que ganó alguien de un perfil tan bajo en una competencia que muchas veces tiene que ver con la generación de discusiones y de visibilidad. Y también vale preguntarse por qué ganó un programa de televisión alguien que es tan poco televisivo. Mientras la voz en off de Gran Hermano lo despedía con palabras de aliento y Marcos caminaba por última vez por el pasillo que separaba el adentro del afuera, solo atinó a decir: «Gracias, Grande. Te quiero mucho».
Desde la salida de Alfa a mediados de febrero, el participante de 60 años que se movía como un jefe dentro de la casa, el programa había empezado a decaer. No en rating sino en generación de contenidos para el debate y el entretenimiento. Por eso, desde ese momento la producción improvisó una serie de movidas: entraron dos cachorritos, fueron de visita familiares de cada uno por una semana y hasta regresaron los primeros tres eliminados en los últimos días de la competencia. Ases bajo la manga para darle un poco de sal a un plato que estaba perdiendo su sabor, sobre todo porque los finalistas eran demasiado calladitos para lo que se espera de un show televisivo.
Hace dos meses, cuando la tendencia de entronizar a Marcos como el participante más bueno de la casa se iba solidificando, el abogado ambientalista Enrique Viale dio una clave de lectura: «Es que es toda una metáfora de la época. No te juegues, no te comprometas, no participes, que te va bien». Algo de eso hay, y se puede ver el contraste con el tratamiento que recibieron otros participantes en el programa oficial de debate y en los ciclos satélites que también discutieron sobre Gran Hermano.
La exdiputada del Frente de Todos Romina Uhrig, por ejemplo, fue cuestionada por haber entrado a jugar teniendo hijas chicas, se habló de denuncias de corrupción contra su exmarido y recibió comentarios despectivos por haberse dedicado a la política. Todo esto mientras ella estaba aislada y no se podía defender, al tiempo que se hacía una hermenéutica del silencio de Marcos interpretándolo como si, más que un humano, fuera un ser celestial. Habrá que ver cómo les cayó a estos panelistas la noticia de que, horas después de la final, el padre de Marcos anunció que se va a postular como candidato a concejal de Salta por un frente peronista.

Vivir afuera
Ahora que las luces se apagaron, para los 18 exparticipantes empieza un juego más complicado que el que acaban de atravesar ante el escrutinio público. Aquellos que deseen seguir teniendo horas de pantalla, «pertenecer al medio», como se dice en la jerga, van a tener que poner toda la carne al asador antes de que sea tarde.
Agustín Guardis, el platense que pasó de ser uno de los favoritos a uno de los menos queridos por sus comentarios misóginos, quiere reconvertirse en un streamer que habla de videojuegos. Daniela y Julieta podrían competir en el próximo Bailando, que Marcelo Tinelli va a conducir en América. A Ignacio Castañares (Nacho, terminó segundo en la competencia), el otro finalista junto a Marcos y Julieta, también le espera un menú de propuestas para seguir en el medio, teniendo en cuenta que fue uno de los más queridos por la gente. Y hay otros ya resignados, como Juan Reverdito, Mora Jabornisky y María Laura «Cata» Álvarez, que saben que no los espera un destino de estrellato.
Después de haber pasado un tiempo considerable de encierro en 2020, y después de haber visto varias ediciones de Gran Hermano, el ciclo que acaba de terminar fue un verdadero fenómeno social que cruzó transversalmente edades y clases sociales. La estrategia de inserción digital de Telefe, con transmisiones y recortes hechos especialmente para las nuevas plataformas; la selección de participantes con perfiles claramente polarizantes; la ausencia de telenovelas nacionales que nos hagan emocionar y tomar partido por nuestros personajes favoritos; y la apatía generada por la crisis económica que despierta, a su vez, el deseo de distraernos un rato, sentaron las bases del éxito de este formato creado en 1999 por el neerlandés Jon de Mol y que, como la televisión abierta, se resiste a morir.

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