11 de abril de 2024
Con un posteo provocador que celebró el final de Cocineros argentinos en la TV Pública, el cantautor sembró la discordia entre sus seguidores. Progresismo, derecha y rock.
Stand up reaccionario. Calamaro alimenta la duda sobre cuánto de cierto hay en sus intervenciones en las redes.
Foto: Getty Images
Publicó una colaboración con Javier Bátiz, pionero del rock en México. Se titula «Se me hizo fácil» y es una ranchera de Agustín Lara, clásico del repertorio mariachi que de rock no tiene un pelo: son tres minutos de la más tradicional música mexicana de mitad del siglo XX. Es su lanzamiento más reciente: lleva apenas unas pocas semanas en las plataformas digitales. Antes, en 2023, había publicado Razzmatazz, registro en vivo de sus recitales del año pasado en Barcelona. Durante 2022 presentó una versión remasterizada y enriquecida de su clásico Honestidad brutal. Y en 2021 salió Dios los cría, con 15 de sus grandísimas canciones grabadas en compañía de estrellas iberoamericanas. Su último álbum con composiciones inéditas es Cargar la suerte, de 2018. Antes, durante y después de todo esto, llevó y seguirá llevando adelante giras por el continente americano y por España, donde volverá a presentarse a partir de mayo próximo.
Ninguna de sus producciones musicales, sin embargo, obtiene la fugaz pero rutilante repercusión en los medios que sí generan sus intervenciones en redes sociales; en particular en X, donde protagoniza encendidas discusiones no exentas de exabruptos, descalificaciones e intentos de cancelación. Y es en ese terreno cenagoso, inundado de pendencieros anónimos y brutos orgullosos, donde hoy es identificado, en muchas ocasiones no sin pena, como «el rockero viejo que se volvió de derecha».
En sus canciones de ayer y de hoy no hay signos de nada de esto; sus expresiones en la exTwitter, en cambio, resultan repulsivas para, muy especialmente, sus fans más antiguos, quienes crecieron con su obra y con la convicción de que el rock es –o debió ser– un movimiento cultural más o menos progresista. Así, lo que empezó con una excéntrica defensa de las corridas de toros derivó, al cabo de una década de posteos provocadores, en militancia digital a favor de Vox y de La Libertad Avanza, y contra los feminismos, el ambientalismo y cuanta causa «progre» exista. Es el artista antes conocido como Andrés Calamaro.
En X, su cuenta oficial es @calamarooficial. Allí se limita a informar sobre sus discos y conciertos. De hecho, la última publicación hasta el momento de esta columna data de diciembre de 2023. La cuenta a través de la cual deja fluir sus reflexiones es @Galimbe64457296, y lleva por nombre Ezra Pound. Desde el vamos, tres provocaciones: Galimbe (alias que de alguna manera ya había usado en cuentas anteriores de Twitter) refiere a Rodolfo Galimberti, el fallecido dirigente montonero en los 70 y empresario en los 90; Pound fue un poeta y crítico norteamericano vinculado con las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX, que se vio seducido por el fascismo italiano y terminó diagnosticado como enfermo mental; la «bio» de la cuenta se describe como «stand up fascista».
Hilo chicanero
A fines de marzo, Calamaro celebró el último programa de Cocineros argentinos, que se emitió durante 15 años en la Televisión Pública y cuyo final es parte del desguace del Estado que lleva a cabo el Gobierno de Javier Milei. No fue la única vez que cuestionó a los medios públicos: en otra ocasión consideró desproporcionado el número de empleados del canal TVE español. Como es habitual, su posición causó un revuelo que decidió reavivar la semana pasada con un hilo extenso y fundamentado en el que, además de hacer referencia a Cocineros argentinos, recuperó las disputas en torno a la inclusión de artistas en festivales gratuitos con algún tipo de auspicio o financiamiento por medio de dineros públicos.
«Ningún músico (ninguno que yo conozca) cobramos sueldos públicos ni del sector privado: o nos contratan o bregamos por un anticipo de regalías o vamos a la gorra o la taquilla», escribió Calamaro en su posteo. Y desarrolló: «El anticipo está reservado a una elite minoritaria. Uno de cada mil o diez mil músicos puede vivir de tocar, cantar, producir, organizar conciertos o editar discos. Solo pensar en trabajadores que cobran sueldos públicos nos resulta obsceno, así sean cocineros o científicos. Los músicos elegimos esta vida sabiendo cómo es. Jamás celebré la suspensión de un contrato (o despidos), solo contesté con sarcasmo a otro X irónico. Pero en nuestro país es mucha la gente que pierde trabajo e ingresos hace muchos años. Crisis económica, los que prefieren no cobrar en blanco, etcétera. Un equipo de cien personas para preparar panqueques en la TV es obsoleto, existiendo las redes TikTok o YouTube, donde vemos miles de cocineros con sus recetas y trucos. La TV pierde público y fuerza con internet: no tiene sentido».
«Sé que me quieren empapelar con mentiras porque no soy psicobolche ni progresista caniche de manual: tampoco tengo quince años», sigue más adelante. «Me enfrentan con mis compañeros de la música como si fueran demagogos progresistas o nos ofenden a todos. No hace falta dar nombres, pero conozco a casi todos los artistas musicales de nuestro país y otros países y no me corren por izquierda: como mucho fueron antiperonistas con Alfonsín. Es ridículo establecer una rivalidad ideológica entre nosotros. Empapelarme con mentiras porque soy anti progre (pero un verdadero progresista tolerante del siglo XX) solo delata desesperación, derrota y envidia. El ostracismo no me asusta, empecé de cero muchas veces y jamás cobré un sueldo. Saludos», finaliza.
El desencanto de Calamaro con el «progresismo» es evidente, tanto como su decisión de «espantar al burgués» a través de sus dichos, no de su obra. Pero su legítima vocación por despertar polémica subrayando las contradicciones y limitaciones del progresismo cultural no solo alimenta un debate que debería ser saludable: también contamina la atmósfera digital con miles de cuentas que encuentran en sus presuntas ironías los argumentos para reivindicar los disvalores que llevaron, sin ir más lejos, a Milei a la Casa Rosada. ¿Debería el Salmón hacerse cargo de la interpretación literal de su «stand up fascista»? Acaso un octógono negro en su bio de la exTwitter podría servir de advertencia: alto en ironía; saturado en provocación; excesivo en sarcasmo.
No es responsabilidad de Calamaro que la discusión política en la esfera virtual tenga la altura del cordón de una vereda; sí lo es, en cambio, de los efectos que dispara cada vez que postea. Ocurre que desde que la incorrección política fue apropiada por los reaccionarios, todo es confusión y el resultado, ganancia para la derecha. Y cuando todo se reduce a 280 caracteres, no hay espacio ni tiempo para detenerse a analizar cuánto de verdad y cuánto de chanza hay en un tuit.
Hay casos en que la vieja broma de separar la obra del artista no se vuelve imprescindible. Fito Páez y el Indio Solari (por citar dos que comparten el Top Five de rock stars argentinos mayores de 60) no ofrecen margen de duda: sus intervenciones en las redes van en línea con lo que su público espera de ellos, y acaso más allá. Calamaro, en cambio, es una incógnita. ¿Cuánto de stand up hay en su performance reaccionaria? Por fortuna, hay más de 40 años de canciones magníficas en su play list para escuchar mientras se trata de dilucidar el dilema.