5 de octubre de 2025
Signo de los tiempos, el ciclo conducido por Ángel de Brito ganó el premio al Mejor Programa Periodístico. Panelismo, malicia y rumores, la clave de la exitosa fórmula amarillista.

Clímax. De Brito y su troupe de «angelitas» celebran la obtención del Martín Fierro.
Foto: @rsfotosok
Bienvenidos al «mejor periodismo» del siglo XXI, LAM, denotado por el gesto de un índice y un pulgar recorriendo un par de labios de izquierda a derecha, como improvisó, repitió y selló como una marca del programa su panelista Andrea Taboada, para después partir (dicen que enfrentada a Yanina Latorre, porque la que se le anima a la rubia sale del aire). Dicen que –como todo en LAM– la dominatrix de la TV criolla le bajó el pulgar: Yanina es la esencia del programa pero es «ninguneada» por Aptra, como se quejó alguna vez; su rol de desbocada exhibicionista merecería que le hubieran dado el premio a ella, la verdadera artífice del boom del chimento.
América le reconoce su mérito duplicándole programas (conduce Sálvese quien pueda), pero no obtiene el aplauso de sus colegas. Siempre hace notar que es la principal figura entre la cohorte de «angelitas» que irradian alrededor del Rey Sol, Ángel de Brito, el hombre del gesto imperturbable. Enfrenta las rencillas con serenidad y, cual paradoja no demasiado señalada, reserva la total opacidad a su propia vida privada. Se sabe poseedor de un poder de fuego: la información que provee el llamado «ejército de LAM», un alud de pendencieros mensajes anónimos que lo protege ante cualquier atrevimiento que le llegue por la vía de las redes.
Es el único elemento estable en la ronda de comentaristas que –a excepción de Yanina– viene rotando incansablemente desde los tiempos de Canal 13. «¡Premio Martín Fierro a LAM!», aulló con su estilo Santiago del Moro (Martín Fierro de Oro). Y la verdadera «casta» mediática, el panelismo televisivo a celular abierto ante cámara, teclea cabizbaja en cuanto estudio con seis bancas enfrentadas sintonice el espectador. LAM, sí señora: usted que es la principal destinataria; a usted que la invocan en femenino tanto De Brito como las angelitas, antigua espectadora de una noticia relatada, con argumento. El chimento: un clásico de la narrativa amarillista (es ese el color del sensacionalismo del espectáculo) que se consolidó a fuerza de sugestivos relatos con héroes, villanos y enigmas hasta el último minuto del envío, en boca del «chimentero», espécimen de una malicia light, «con límites», siempre decía, «yo no me meto con la enfermedad».
Diálogo evasivo
LAM es hoy el «mejor periodismo» de la TV, no aquellos chimenteros. Es el panelismo de las parlanchinas coordinadas por un carisma duro, austero pero portentoso. Ellos son la reivindicación del periodismo de espectáculos, según dicen, pero el que gana es el que cultiva el off y el acertijo, casi sin invitados en piso, ya una impro que lo mejor que tiene para dar es el efecto de autenticidad y bocas sueltas, que naturalizaron antes que el streaming. Allí están los hombres y las mujeres del Mejor Programa Periodístico: las angelitas y los suricatas, deleitados en rencillas entre compañeros que los consolidan como mini-divos; juegan a ser caprichosos hasta que Ángel les baja el pulgar e inmediatamente la sonrisa se borra del rostro del provocateur.
Así siguen: cruzando mensajitos de despecho, rumores que viajan por WhatsApp: sirviendo tema de qué hablar hecho a puro estertor: el posteo del día de Wanda, Mauro, la China, Susana o Vero Lozano, futbolistas y adláteres: la sorpresa, la intriga, la emoción que antes aportaba la ficción televisiva. Como en un extraño síndrome de Estocolmo, el periodismo se hace cargo de la diatriba mileísta, del «no los odian lo suficiente», y relega del escenario al antiguo líder de opinión; ahora se celebra el diálogo evasivo sobre Susana, Vero y sus reclamos de cartel, mientras afuera la calle arde pero no hay quien la cuente, ni quien lo premie. ¡Silencio! LAM le está pasando el trapo a «los fondos de olla» de cualquier ámbito, llámese el hotel de lujo o el pasillo de un canal venido a menos, en el reino del «dime qué dirán» por fuera del método y la forma. Es solo el correr de esa verba crispada, acelerada, hoy de Mónica Farro, de Adabel Guerrero, de Nazarena Vélez, las antaño vedettes haciendo «periodismo», ventilando pases de factura entre famosos: el «mejor periodismo» que ofrece la TV.