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Embajador tanguero

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Con varias vueltas al mundo sobre sus espaldas, el cantante de perfil gardeliano cuenta cómo formó su propia orquesta. El lugar del género y la vigencia de sus letras.

 

Identidad. Para el cantante, la esencia del dos por cuatro «ha perdurado más allá del hecho pintoresco del farolito». (Prensa Ardit)

Juventud, frescura y un riguroso apego por la tradición son características que identifican a este cantor que, con apenas 38 años, ya dio varias vueltas al mundo. Sin pausa, Ariel Ardit ha sido y sigue siendo convocado internacionalmente –viajó tres veces a China, dos a Japón, más de veinte a Europa– gracias a su modo de sentir e interpretar el tango.
Cordobés radicado en Buenos Aires, proviene de una familia en la que la música siempre ha estado presente. Se acercó primero al canto lírico, hasta que el descubrimiento de Carlos Gardel modificó el curso de su existencia. Entonces, se apropió del dos por cuatro como de algo que simplemente estaba allí, al alcance de la mano. Un capital simbólico que, para Ardit, es tan propio de los argentinos que a menudo es ignorado. Algunos han querido remarcar su parecido con el propio Gardel –«será porque los dos somos buenos mozos», se ríe–; otros, con Perón. Él trata de hacer su propio camino, siempre sonriente y desacartonado.
Entre otros hitos, Ardit representó artísticamente a la Argentina durante la gira presidencial de enero último por Kuwait, Vietnam e Indonesia. Lejos de las ínfulas del estrellato, el cantante mantiene sus hábitos. «Yo trabajo como artista de tango, pero tengo una familia, hijas; hago vida bastante normal, con mis horarios, mi casa y todo lo demás», declara. Esto coexiste con una agenda que, durante esta temporada, incluye la grabación del segundo disco con su orquesta típica y un regreso a Rusia (estuvo allí en diciembre pasado), más otras actuaciones en festivales de Estados Unidos (Baltimore, en setiembre), Austria y Polonia.
El reencuentro con el público porteño se producirá recién el 30 de noviembre, en el teatro El Nacional, en el marco de la presentación de su nuevo trabajo. «No me cansaré nunca de viajar, pero tampoco me cansaré de decir que el lugar donde quiero estar es en Buenos Aires», confiesa. «Más allá de la magia que percibe la gente en el exterior, el ida y vuelta con cada canción, la comprensión afectiva del lenguaje y la vivencia del tango suceden acá. Lo que ocurre es que el ámbito del género no es muy grande en la Argentina, sobre todo cuando uno elige desarrollar su perfil artístico en lugar de ser cantante dentro de una casa de tango y convertirse en una pieza más de un comercio que vende la estampita porteña».
No sólo ha conseguido ser reconocido por su voz, a la vez viril y melodiosa, sino que además ha ampliado sus horizontes hasta organizar su propia orquesta. Entre 1999 y 2005, fue el cantor de El Arranque. En ese tiempo, también fue dirigido por maestros como Néstor Marconi, Rodolfo Mederos y Raúl Garello; compartió escenario con Alberto Podestá y cantó para el Sexteto Mayor y la orquesta Juan de Dios Filiberto. Pero desde entonces ha sentido la necesidad de tener su grupo de acompañantes. Formó primero un cuarteto, luego un sexteto y ahora lidera una orquesta típica, la misma con la que grabó el disco A los cantores. Liderados por el productor Sergio Vidal y con Andrés Linetzky como director musical, los diez intérpretes se presentan junto a Ardit en la mayoría de los espectáculos, con escasas excepciones.
«La orquesta no es un grupo fijo, sino que funciona cuando yo canto. Tengo la fortuna de que los músicos, si bien tienen compromisos con otras agrupaciones, están conmigo cada vez que los convoco», destaca. «Sin embargo, debo tener un plantel más numeroso que diez músicos: son dos personas por cada puesto, dado que es muy difícil contar siempre con los mismos». Y, acto seguido, explica cuál es la naturaleza de una orquesta típica: «Es una formación asociada a las décadas del 30 y 40, cuando también existían, por ejemplo, las orquestas de jazz. La mía está conformada como lo estaba la mayoría de las de los 40: cuatro bandoneones, tres violines, viola, piano y contrabajo».
Este regreso a los orígenes no tiene para Ardit la carga de un gesto histórico ni de una actitud melancólica. «El tango estuvo siempre: esto no debería entenderse como un viaje en el tiempo. Hago una música que es, de hecho, mucho más joven que la ópera, por ejemplo. Que sorprenda que un joven haga tango debería ser un llamado de atención hacia nuestra cultura, porque el embajador más importante que tiene la Argentina es el tango. Todavía me encuentro con gente que me pregunta con puntos suspensivos: “¿Y por qué hacés tango?”. Y yo les digo: “¿Y por qué no?”. Vivo en Buenos Aires hace treinta años. ¿Por qué haría pop o rock, cosas que tienen muy poco que ver con nosotros?».
A partir de lo anterior, Ardit completa: «La esencia del tango ha perdurado más allá del hecho pintoresco del farolito. El género cuenta historias. Grandes poetas, como Homero Manzi, han logrado darle el condimento de la atemporalidad a sus letras. Por supuesto que hay pasajes con referencias en desuso. Pero uno nace, se desarrolla, tiene una familia, un barrio, afectos, sufre desengaños, se te muere un familiar, se muere uno mismo. A partir de esas situaciones que les suceden en la vida a todas las personas, el tango ya contó una historia. Y muchas de las cosas que ha dicho siguen sucediendo».

Analía Melgar

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