5 de abril de 2023
Programas de chimentos, magazines y noticieros cubrieron en cadena la denuncia de abuso sexual contra el conductor. Moral, estereotipos y condena mediática.
Versiones cruzadas. La entrevista de Rial en C5N, en la que Mammón se defendió de la acusación de Lucas Benvenuto y dio su versión de los hechos.
Foto: Captura de C5N
Desde los tiempos del crimen de Ángeles Rawson que no asistíamos a semejante comportamiento obsesivo compulsivo de programas de chimentos, magazines y noticieros. Es el irreductible encanto mediático que hay detrás de todo ascenso y caída vertiginosos de un personaje famoso, asociado a las mieles del éxito y los canjes, ese bastión de prosperidad que cuando se derrumba genera una corriente adversa de identificación por la negativa. En este caso, le tocó a un examigo de los más temidos (Ángel de Brito, Yanina Latorre y, antes, Natacha Jaitt, quien justamente era el alma mater de la fiesta en la que habría conocido a Lucas Benvenuto, su expareja, a los 14 o a los 16, según refuta cada parte). La demanda por abuso sexual contra Juan Martín Rago –el nombre real de Jey Mammón– prescribió y, por ende, alimenta suspicacias y la condena social de «la opinión pública que ya se expidió», dice la tevé morbosa-culposa.
Están «asqueados» –término que se repite en uno y otro segmento–; es tranquilizador cuando se unen todos contra el abuso sexual de menores, todos reconvirtiéndose con posición tomada contra el que hasta hace unos meses era el mimado del mainstream de los canales. Ahora es oprobioso; es el monstruo; y lejos de negarlo o expulsarlo, avalados por la prescripción del caso, se declaran tan impotentes porque «no se hace justicia», como creativos para encontrarle una y otra vuelta al caso monopólico, desde la entrevista confesional oficial al analista de gestos y lenguaje corporal, más la multitud de abogados y peritos. Terminó Gran Hermano y sigue el reality de Telefé, involucrados también con una denuncia presentada contra Marcelo Corazza, el productor de ese ciclo; además de los rumores –a los que dio origen Lucas en un vivo de Instagram– sobre «una nueva denuncia, de otro chico, contra un conductor que viaja por el mundo», en velada referencia a Marley.
La periodista Cynthia García quiso punzar letalmente contra la televisación de la entrevista de Jorge Rial a Mammón en C5N. Acusó al resto del panel de Duro de domar de solidarizarse con «el discurso del victimario», provocando la reacción airada de sus compañeros. Terminó poniéndose a llorar, pidió disculpas y desapareció al día siguiente de pantalla.
Vía crucis y redención
Entonces, sucede. La tevé morbosa-culposa produce un reemplazo de esferas (ante la escandalosa prescripción de la causa) y eso se plasma en una torturante revisión tanto del relato de Lucas Benvenuto como de la declaración auto-exculpatoria de su acusado. La pregunta que sigue es quién miente, y las conductoras de la tarde (de Vero Lozano a Karina Mazzocco) ya se declaran empáticas con «mi amor», Lucas, y contra el círculo rosa que dícese que anclaría en el canal de las pelotas, con dos nombres ya tocados y uno en danza al que, según Laura Ubfal y Marina Calabró, le postergaron, por este tema, el inicio de las grabaciones del reality Expedición Robinson.
La sustitución de atribuciones es uno de los juegos favoritos de la tevé morbosa-culposa, y eso repercute en el show: desde el «enigmático» sobre la acusación que se viene hasta la seguidilla de nuevas denuncias mediáticas, como la que ahora va contra Guido Süller, así como la lenta reconstrucción de la jornada en cuestión, en la que Jey habría violado y hecho sangrar a Lucas, según el demandante. De ahí en más, el repiqueteo de frases hechas se reitera como un castigo, desde el «yo le creo a la víctima» al iracundo «estoy asqueado», que preserva y dignifica, sobre todo si el que lo pronuncia es un conductor o un actor fuera del clóset, en el contexto de una «sociedad anómica», «una justicia ausente».
El problema es que, a diferencia de las militancias y los organismos de derechos humanos, que contienen y proveen apoyo a las víctimas, la tevé morbosa-culposa incentiva la lapidación en pos del evento de masas, como si de fondo se escuchara la espectacularidad del «shame, shame» que repudiaba a la malvada Cersei Lannister de Game of Thrones, y entonces aparecen los caranchos del «manejo de opinión pública» y las horas corren inacabables, con la víctima contándole al magazine cuál de sus violadores lo penetraba más fuerte desde los 11 y sus intentos de suicidio, y su acusado diciendo que él no lo violó. El medio se escuda moralmente detrás de conductores y panelistas que entregan su amistad como ofrenda de su actual obstinación en lapidarlo, dando prueba de verdad a sus impresiones y supuestos, repudiando con énfasis. El perito de gestos híperconvocado por los noticieros aporta prueba irrefutable cuando es una palabra contra la del otro. La manera de aludir hoy en el mainstream a las sexualidades diversas pasa por los detalles de un nuevo abuso denunciado, y nuevos nombres tiemblan ante una nueva ola del «yo acuso» que en los Estados Unidos ya era corriente desde el caso Kevin Spacey, y acá se impone por primera vez a partir de este primer acusado blanco, «exitoso», masculino, homosexual.
No se le puede pedir responsabilidad ni restricciones a la tevé morbosa-culposa, que se lanza voraz y totalitaria sin importar los costos ni la deseducación que se produzca en torno a nuevos estereotipos sobre un colectivo por su orientación sexual. Acá mandan los tribunales populares, que se manifiestan a través de encuestas telefónicas o de proyecciones del pensamiento vivo de los miembros de los sucesivos staffs, y ellos ya dijeron que es culpable de todo lo que se le acuse. Aquí, siempre, se opera por amplificación: del caso al conjunto en una puesta escena, despegada de detalles puntuales, que es, por esencia, estigmatizante.