Cultura | «EL JUICIO DE SALOMÉ» EN EL CCC

Entre el realismo y el grotesco

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Ezequiel Obregón

La compañía Del Borde Teatro indaga en la huella de la dictadura y el patriarcado en el contexto dramático de la crisis de 2002. La influencia de Tato Pavlovsky.

Complicidad. La madre (Echalecu, también dramaturga) y la hija (Álvarez), en una escena de la pieza que se puede ver en la Sala González Tuñón.

Foto: prensa

El juicio de Salomé es una obra de la compañía Del Borde Teatro, oriunda de Las Flores, provincia de Buenos Aires. A partir de un encuentro familiar entre tres mujeres, grafica cómo los mecanismos de la dictadura cívico-militar y el patriarcado aún se replican en el presente. Transcurre en el año 2002, época de plena combustión social. Tras la muerte de su padre, Estefanía (Paula Brinko) regresa del exilio al que fue empujada durante la década del 70. El reencuentro con su madre Salomé (Paula Echalecu, también dramaturga) y con su hermana Soledad (Laura Álvarez) se dirime entre acusaciones y una serie de verdades dolorosas que aúnan el drama familiar con la tragedia de todo un país.
Hernán Verteramo, director de esta puesta que podrá verse hasta el último sábado de abril en la Sala González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, señala: «Para mí es un orgullo presentar la obra en el CCC. Nosotros hace veinte años regresamos de Buenos Aires para hacer teatro en una ciudad más chica, de 25.000 habitantes. Y ahora vamos a hacer temporada en una sala de esta envergadura. No sé cómo resonará el trabajo ni lo que va a ver el público, pero lo siento como una validación de lo que venimos haciendo en Las Flores», completa.

Tensiones familiares
El hecho de que Del Borde Teatro sea una compañía con una sala pequeña y que sus montajes sean sencillos para poder transportar la escenografía y el vestuario hacia otras localidades, le da una singular impronta estética a El juicio de Salomé, que pendula entre el realismo intimista y el grotesco. Según Echalecu, «la obra es un juicio desde la puesta: con la alfombra y los personajes mirando hacia el frente, de algún modo se ubica al espectador en el rol de un juez».
Sobre la trama vincular, la autora reflexiona: «Me resultó interesante escribir sobre tres mujeres, porque naturalmente uno esperaría que la relación de una madre con dos hijas tenga condimentos de amor y de sororidad. Y justamente lo que aparece es todo lo contrario. Entonces, desde el lugar del espectador, emerge lo inesperado. Y eso también le pasa a Estefanía, porque más allá de que ella sabe cómo son su madre y su hermana, igual se encuentra con una situación diferente a la imaginada. Ellas, que vienen de una sociedad patriarcal que las ha sometido, podrían aliarse. La madre podría haber elegido no repetir los mecanismos de violencia y opresión. Sin embargo, los repite».
Para el director, «Estefanía está en un realismo muy sentido, exacerbado. Ella ve que quien le habla es grotesco. Esa tensión fue lo que trabajamos; ¿la madre miente o tiene recuerdos distorsionados?».
En El juicio de Salomé se evidencian conexiones con el teatro de Eduardo «Tato» Pavlovsky, artista de recordadas puestas e intervenciones en el CCC. «Cuando estaba escribiendo la obra no estaba pensando en Pavlovsky, pero creo que en nuestro país nadie que esté interesado en hacer algo artístico relacionado con lo político e histórico pueda desentenderse de su legado. Supo desarrollar de manera maravillosa todo un entramado sobre cómo mostrarnos: no solamente en la realidad de la dictadura, también retrató al monstruo como alguien familiar, como alguien cotidiano. Alguien que parece un vecino bonachón del barrio y de repente, por ejemplo, es el torturador», reflexiona la autora y actriz. «También tratamos de mostrar los mecanismos de la denominada posverdad, que nos satura de información y no sabemos bien qué es cierto y que no. Esto, de alguna manera, metaforiza. Son procedimientos que uno encuentra el teatro de Tato».

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