Cultura | LOS MARTÍN FIERRO 2023

Entre la nostalgia y la celebración

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Pablo Méndez Shiff

La tradicional entrega de premios volvió a reunir a las figuras más destacadas de la televisión abierta local, con el cambio de época como telón de fondo.

Formato ganador. Del Moro levanta el Martín Fierro de Oro a «Gran Hermano», el reality que reunió a distintas generaciones alrededor de la tele.

Foto: NA

Este 9 de Julio fue un día cargado de argentinidad. Celebramos un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, recordamos los natalicios de íconos de la cultura popular como Mercedes Sosa e Isabel Sarli, y también vimos la entrega de los Martín Fierro, los premios que cada año distinguen a lo mejor de la televisión local.
El gaucho creado por José Hernández en 1872 es la figura elegida para la estatuilla establecida desde 1959 por la Asociación de Periodistas de Televisión y Radio de la Argentina (Aptra). Esta entidad selecta integrada por no más de un centenar de periodistas de espectáculos funciona como un club y una obra social, y tiene en esta entrega (y en sus ramificaciones, que incluyen al cable, las señales del interior, el mundo digital y la radio) su ceremonia central.
Los socios y las socias de Aptra nominan (ternan, es el verbo que más les gusta usar) a los distintos programas y trabajadores de la TV abierta. Uno de los seis canales de aire, en este caso Telefe, se pone al hombro los costos de la transmisión. Y las figuras asisten, con mejor y peor onda, a esta feria de las vanidades que celebra lo poco que queda de la farándula criolla.

Estatuillas doradas
Hasta hace unos años, la ceremonia venía cargada de una serie de ritos. La alfombra roja no estaba tan instalada como concepto, pero los ganadores y ganadoras iban la noche siguiente al living de Susana Giménez, que no sabía muy bien quién era cada uno pero los felicitaba igual con su carisma a prueba de todo, y la revista Gente sacaba una edición especial. Ahora Susana no está al aire y Gente se publica como revista-libro una vez al mes.
La costumbre que permanece es la presencia de Cacho Rubio con su chalina blanca, que está religiosamente en cada ceremonia. Este año, Beto Casella tomó la prenda al momento de subir a recibir su premio y hablar del reclamo de los trabajadores del sindicato SATSAID, que se encontraban protestando por mejoras salariales. Otro hábito que se mantiene es el de recordar a las personas fallecidas desde la entrega anterior. Ese momento solemne tuvo este año un giro, con la presencia de Natalia Oreiro cantando una canción de Gilda.
La reina indiscutida de la televisión argentina, Mirtha Legrand, le entregó un premio simbólico a su colega Susana. El humorista Antonio Gasalla, que pasó del café concert a la tele para convertirse en una figura insoslayable de los programas cómicos de fines del siglo XX, también fue homenajeado. La otra distinción fue por los 60 años de Polémica en el Bar, timoneado ahora por Marcela Tinayre.
La noche dejó varias perlitas: la mención afectuosa de Benjamín Vicuña a su ex, Pampita; la presencia incómoda de Jey Mammon en la mesa de La peña de morfi, su exprograma; el discurso poco articulado de Marcos Ginocchio; la frescura artificial de Wanda Nara; la promesa de amor eterno de Cristina Pérez a Luis Petri, el candidato a vice de Patricia Bullrich.
A medida que se iban entregando las estatuillas, la sensación de nostalgia que se respiraba en el aire iba en aumento. Uno de los que lo hizo explícito fue Daniel Fanego, cuando pidió que haya más ficción en los canales de aire porque la mayoría de la sociedad no tiene plata para pagar las plataformas de streaming. Otro fue Alejandro Fantino, cuando dijo que ahora no está trabajando en tele y por ende no sabe si volverá el año que viene a los premios. Por eso, se dio el gusto de pedir que la medición del rating, monopolizada por una empresa transnacional y enfocada solo en el Área Metropolitana de Buenos Aires, se extienda a otras regiones del país. Pero la sensación de algunos asistentes y de muchos espectadores era esa: hoy estamos acá, mañana no sabemos y los que están al lado nuestro, excitados con sus transmisiones de streaming para YouTube y Twitch, no sabemos bien quiénes son.
La gala tuvo mucho de nostalgia, sí, y también mucho de la cultura de los memes actual. Por ejemplo, Any Ventura repitió la frase-chiste que usan como separador en el programa que integra, Bendita: «Es otra Argentina, es otra Argentina».
La transmisión empezó con una visión panorámica de Buenos Aires, al tiempo que se escuchaban, en off, latiguillos de entregas pasadas. El más viralizado, el que más conocen hasta los que no habían nacido en 2002, es el de María Valenzuela gritando «¡Viva la ficción, carajo!», cuando los realities y los programas de archivo estaban empezando a desplazar a las novelas, hoy casi completamente desplazadas de la grilla (Telefe tuvo el año pasado una, El primero de nosotros, y El Trece tiene ahora otra, ATAV 2).
Y este año, como una paradoja o como signo de los tiempos, el Martín Fierro de Oro fue por primera vez para Gran Hermano. Después de todo, fue el programa que volvió a reunir a distintas generaciones alrededor de un programa de tele abierta y el que alumbró a una nueva camada de mediáticos y mediáticas que hacen que la maquinaria siga girando, al menos un rato más.
Eufórico, con su estilo desaforado, Santiago del Moro exclamó: «¡Viva la televisión, carajo!». Que ese grito se transforme en realidad depende, entre otras cosas, de que la televisión nos siga seduciendo, conquistando y hablando como sociedad. Que no se deje confundir por los cantos de sirena que dicen que todo tiene que ser eternamente joven, instantáneo y breve y que se acuerde de que, incluso en esta fase de la globalización, hay algo del sabor local que no queremos que se pierda.

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