Cultura

«Es muy difícil actuar»

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Intérprete, director y guionista. Empezó a moverse en televisión y cine desde la infancia. Tras la salida de su película Vóley, acaba de grabar la comedia Permitidos junto con Lali Espósito, mientras produce y protagoniza series y obras de teatro.


Talento. Piroyanski se consolida como una de las figuras del universo audiovisual. (Jorge Aloy)

 

Cine, teatro, series online, televisión; delante y detrás de cámara, a sus 30, Martín Piroyansky se consolida como una de las figuras jóvenes destacadas del universo audiovisual. En los primeros días de agosto se estrena Permitidos, que protagoniza junto con Lali Espósito, dirigida por Ariel Winograd. Es la quinta película de Winograd, y es la quinta vez que Piroyansky trabaja para él. «Empecé en Cara de queso. Hice el casting, quedé y después me llamó para todas las demás, como Vino para robar», cuenta.
Con Espósito ya había compartido la serie Tiempo libre, un «falso reality sobre la vida de un actor desocupado», en el canal UN3, de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, donde está pronta a emitirse El galán de Venecia, parodia de los culebrones de Thalía. Mientras tanto, todas las noches se puede ver Psiconautas por TBS. Al lado de actores como Gabriel Goity y Florencia Peña, Piroyansky encarna a uno de los pacientes que caen en la terapia grupal de un falso psicólogo español.
Cualquier cosa que ocurra alrededor suyo puede ir a parar a un guión. «Estoy pensando todo el tiempo en esto», dice, y por «esto» se refiere a escenas, tramas, encuadres, personajes, historias. El mosquito de la actuación lo picó a los 7, viendo a su papá, un dentista que se dedicaba al teatro como hobby y lo llevaba al cine todas las semanas. Le daba permiso para divertirse haciéndose pasar por maniquí en la vidriera del negocio de ropa que tenían en Flores. Podía aguantar horas sin moverse: «Los únicos que se daban cuenta eran los coreanos», dice.
«En el colegio siempre actuaba y a mi mamá se le ocurrió mandarme a clases de teatro». Ahí conoció a Violeta Urtizberea –con quien compartió varios proyectos, entre ellos su largometraje Vóley–. El papá de su compañerita, nada más y nada menos que Mex Urtizberea, debe haber visto en alguna de las muestras a ese chico delgado de ojos grandes haciendo lo suyo, y lo convocó para Magazine For Fai, semillero de su generación. Esa fue su entrada a la pantalla chica. Tenía 11 años, y de ahí saltaría a Perdona nuestros pecados en ATC.
Cuando terminó el secundario se anotó en tres carreras: artes combinadas, dramaturgia y dirección de cine. «Pero no fui a ninguna. Me salió un trabajo en una película. Después salió otra, y otra, un programa de tele… Y entonces dije “bueno, ya está, soy actor”». Recuerda esa primera experiencia en cine (Sofacama, con Cecilia Roth y María Fernanda Callejón) como «fascinante». Empezó, en paralelo, a estudiar guión, y al tiempo dirigió un corto de terror, género extraño en su línea, volcada hacia la comedia dramática. Fue una especie de ejercicio homenaje a Alfred Hitchcock: «Las cosas que te influencian son siempre inesperadas: a veces estoy haciendo una comedia y me encuentro pensando más en David Lynch que en Ben Stiller».
No pocas veces acumula las tres funciones: escribe la historia, la dirige y la actúa, ya sea en grandes producciones o en proyectos independientes. «Una vez dirigieron algo escrito por mí y no me gustó. Presencié cómo destripaban mi guión y me prometí dirigir la próxima vez que escribiera algo». Así fue con No me ama, otro corto. Después de ese y antes de Vóley hizo Abril en Nueva York, en modo experimental, con diálogos que escribía en el día y escenas que terminaba de redactar la noche anterior a filmar. «Dirigir se trata más de lidiar con seres humanos. Al final, el talento es un problema que se tiene con uno mismo. Yo intento dar espacio, confío mucho en los actores, en sus ideas y su mirada», dice.
Lo sabe porque ocupa también ese puesto: «Es muy difícil actuar. Lo que hago es mentirme a mí mismo, un poco me la creo. Hay cierto lugar de ingenuidad que trato de mantener, para ser espontáneo. Lo que le da verosimilitud a las cosas son los problemas, y me gusta dejar cierta cosa librada al presente, ver qué encuentro. No tengo tanta imaginación, y recién cuando estoy en el set se me ocurren cosas».  
Cuando hay un estreno, Piroyansky se mete, después de empezadas las funciones, en las salas. Estudia las reacciones. «Lo que más me importa es que lo vea la gente, no tanto la crítica», dice. «Yo hago cosas que me gustaría ver a mí».  

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