27 de septiembre de 2021
Dramaturgos, directores y actores reflexionan sobre el vínculo complejo y fructífero que se establece entre las obras en cartel y la coyuntura que las rodea.
Interés público. El corazón del mundo, Cuerpo de baile, Luz testigo y Eléctrico Carlos Marx plantean distintas aproximaciones a temas actuales.
PRENSA
Han cambiado las formas de pensar la relación entre teatro y política, sobre todo si la concebimos como la posibilidad de incidir en determinados campos de poder para lograr transformarlos. ¿Cómo experimentan los dramaturgos, directores y actores argentinos ese vínculo en la contemporaneidad? En esta producción especial de Acción, notables exponentes de la actividad cuentan qué experiencias escénicas recientes podrían identificar con la práctica política en su sentido más amplio.
Director y protagonista de El corazón del mundo, Lautaro Delgado Tymruk señala que, en este contexto de pandemia, «el teatro es un acto de militancia. No fue fácil planear funciones con el nivel de incertidumbre que teníamos al principio y con el miedo sobrevolando nuestra acción. ¿Cómo traer gente a la sala? ¿Cómo no contagiarnos entre nosotros de haber algún caso de COVID? Tuvimos que dejar de hacer funciones no pocas veces y eso hizo que el flujo que se genera con el boca a boca quede dañado, pero así y todo continuamos. Y la sala, la mayoría de las veces, se llenó. No ganamos plata, apenas pudimos recuperar lo invertido».
Escrita por Santiago Loza, la pieza cruza actores con hologramas. «Pura terquedad, creemos que alguien que presencie nuestra obra podrá salir modificado, conmovido, arrastrado por las imágenes hacia otros lugares. Como propone Brecht: un teatro dialéctico, transformador», agrega. Para Delgado Tymruk, política y teatro son «una herramienta de transformación de la realidad. Creo más que nunca que debemos estar presentes en este juego, crear visiones y lecturas de lo sucedido y de lo que sucederá. Advertir al humano sobre su acción, pero hacerlo poéticamente, plásticamente, sonoramente». A su turno, el director Leandro Rosati reflexiona sobre Los golpes de Clara y Cuerpo de baile. «Son dos unipersonales que ideó y actúa Carolina Guevara, que toman la perspectiva de género desde el humor. Los golpes de Clara refiere al lugar de la mujer, al abuso cotidiano que padece. Clara quiere recuperar su dignidad devolviendo los golpes que recibe y finalmente opta por integrarse al movimiento feminista entendiendo que la lucha es colectiva. Cuerpo de baile propone el viaje épico que hace una chica de pueblo desde su infancia hasta su madurez para realizar su deseo: bailar en libertad. Esto la confronta con la familia, la iglesia, la escuela, instituciones que disciplinan los cuerpos y modelan las conductas».
Según Rosati, «desde la perspectiva de una política teatral, es responsabilidad del Estado municipal, provincial y nacional establecer acciones que promuevan la producción en todas sus manifestaciones. Políticas culturales que instalen la discusión acerca del sentido del teatro en la sociedad actual en términos de identidad y diversidad. El movimiento independiente aporta la crítica y la reflexión, que son tan necesarias en la formación de la ciudadanía frente a los desafíos que propone nuestra época».
Sistemas de representación
Coordinador del Área de Teatro del Centro Cultural de la Cooperación y autor del libro Los Internacionales. Teatro político (Ediciones del CCC), Manuel Santos Iñurrieta estrenó hace tres años Eléctrico Carlos Marx. «En mi monólogo me propuse pensar a Marx en el presente y en Buenos Aires. El personaje ponía en tensión los lenguajes artísticos, el teatro y las redes sociales. Durante el espectáculo se recorrían ideas centrales de su pensamiento y se evidenciaba su vigencia», dice. Por estos días, el actor y dramaturgo se encuentra preparando junto con el grupo Los Internacionales Teatro Ensamble dos obras de corte histórico-político: A Silvia Filler, construcción poética de un recuerdo y Cada siete minutos en Stalingrado.
«No pienso el teatro y la política como compartimentos estancos», advierte Santos Iñurrieta. «Creo que son un mismo territorio, especificidades que componen un único universo transformador. Pensar lo apolítico en el teatro es una farsa, un salvoconducto para aquellos que hacen el juego a los sectores de poder. El teatro es una práctica política y es la política de la praxis, solo acción transformadora», completa.
«Si me centro en el “hacer teatro”, entiendo que fue mi manera de aprender a “hacer política”», afirma Daniel Zaballa, gestor cultural y director del Teatro Municipal de Morón. «Ambos son sistemas de representación en donde el juego de los roles es sustancial para equilibrar las relaciones, lograr acuerdos, negociar espacios de poder, buscar salidas creativas, trabajar colectivamente para alcanzar un objetivo común».
«¿Cuánto hay de política en el teatro y viceversa?», plantea Zaballa. «Es evidente que desde que el arte y la cultura son consideradas políticas de Estado, desarrollar una política cultural implica seguir los lineamientos de un programa de gobierno que tiene una ideología bien definida. Para ocupar la dirección de un teatro municipal, el artista que soy asume una responsabilidad de donde resulta un nuevo rol: el gestor cultural. En la actual coyuntura que hoy me toca vivir no puedo dejar de pensarlos más que como ámbitos que se complementan y en los que le encuentro un sentido claro a mi tarea para participar, como servidor público, en la comunidad a la que pertenezco».
Para Javier Daulte, director de Luz testigo y de la sala Espacio Callejón, «una práctica política es algo tan difícil de identificar como lo es una auténtica práctica artística. Muchas veces le ponemos ese nombre a cosas que no lo son. Y solo con el tiempo podemos evaluar si tal o cual gesto fue político o artístico. Para ser más claro: resulta común confundir a una obra de teatro o una declaración que refiere a una coyuntura con un acto o un gesto político. Lo político no necesariamente está relacionado de manera directa o intencional con lo coyuntural. Si lo roza es algo que se verifica a posteriori y muchas veces sucede sin haberlo planeado».
A la hora de pensar en ejemplos concretos, Daulte menciona que «la dimensión política de Teatro Abierto se hizo patente con el atentado perpetrado contra el Teatro del Picadero. Por supuesto que se era consciente de los riesgos que implicaba aquella movida, pero la intención de aquellos teatristas no era poner en riesgo la vida de ningún artista. A partir del atentado, Teatro Abierto fue sin lugar a dudas un acto político que excedía y por mucho el contenido puntual de aquellas obras. El hecho de hacerlo era más subversivo que las obras en sí mismas».
«En lo personal creo que haber reabierto el teatro en noviembre pasado, tras las restricciones de la pandemia era, aún sin pretenderlo, un gesto político. Y así fue leído por muchos. En cambio, obras mías como Martha Stutz o Bésame mucho, que rozan ciertas zonas supuestamente álgidas o sensibles de nuestra comunidad, no creo que hayan constituido un gesto político, y eso no les quita ningún mérito artístico», advierte. «Cuando estrenamos Casino en el Payró, recibíamos amenazas telefónicas por hacer apología de la homosexualidad. Si algo hubiera pasado a mayores en aquel momento, Casino se habría inscripto dentro de los gestos que generan ese plus que yo considero político, pero no ocurrió. Es interesante pensar lo imposible de predeterminar estos gestos».