Cultura | Susana Szwarc

Escritura condensada

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Beatriz Chisleanschi

Los versos y los cuentos de la narradora transitan por la delgada línea que separa a la poesía de la narrativa. Ediciones Desde La Gente publicó Distancia cero, una colección de microrrelatos que van de la risa a la tragedia, del amor a la violencia.

Punto de partida. La poeta nacida en Chaco apuesta por las formas breves. (Horacio Paone)

El 2020 será recordado por todos como el año en el que nuestros cuerpos debieron distanciarse entre sí y los abrazos se guardaron hasta nuevo aviso. Sin embargo, la escritora Susana Szwarc pudo abrazarse a Distancia cero, su libro de microficciones que publicó Ediciones Desde La Gente y que salió a la luz casi al mismo tiempo que las vacunas contra el COVID-19 entraban en las últimas fases de prueba.
La poeta y narradora es dueña de un estilo exquisito, que puede pasar de la risa a la tragedia, de lo amoroso a lo violento, de la vida a la muerte en un mismo texto. «Aunque cada microrrelato es diferente, hay en ellos una respiración, una puntuación, un fraseo y un ritmo que son los mismos, pero que también pueden ser modificados», explica Szwarc al referirse a las casi 100 microficciones que componen Distancia cero.
Así como lo existencial está presente en los diferentes relatos, el asombro en sus distintas formas es uno de los temas que se repiten en su obra. «Puede ser el asombro de esos chicos con hambre que miran detrás de la vidriera de un restaurante a los comensales y la indiferencia de quienes están comiendo sin hambre. O el asombro por una flor que pasó todo el invierno y permaneció siempre ahí», ejemplifica.
Szwarc nació en Quitilipi, pueblo del Chaco que le permitió compartir su vida con los qoms, los wichis y los guaraníes. Y esas historias también habitan su literatura. «En Quitilipi existía La reducción, un gueto donde vivían los qoms. Y eso estaba naturalizado e incluso ahora no se menciona, como tampoco se hablaba de la masacre de Napalpí, que fue en 1924, aunque sobre ella se empezó a escribir, a pensar», dice.
«A mí me encantan la nouvellle, los cuentos breves, pero también escribo poemas largos. Cuando era chica leía Corín Tellado, no había otra cosa en el pueblo, pero también en primer grado la maestra nos leyó un poema de Borges. Me gustaba leer, detenerme en la unión de las letras, en el entramado de las palabras», señala. Su escritura se nutre de la obra de su admirado Franz Kafka, Marco Denevi, Enrique Anderson Imbert, Sara Gallardo y, más acá en el tiempo, de Luisa Valenzuela, Sandra Bianchi o Raúl Brasca.

Mirada nueva
«Szwarc salta por encima de las vallas de la convención y se permite una mirada nueva. Viene a refrescar la microficción con un aliento poético que no excluye lo narrativo, y la alta calidad literaria de toda su producción», expresó Ana María Shua al referirse a su trabajo.
En La resolana. Cuentos reunidos figuran algunos de sus relatos breves. «Siempre escribí condensado y en mi primer libro, El artista del sueño, ya había microrrelatos, aunque no habían sido pensados como parte de este género. En cambio, Distancia cero nació con ese título y con forma de microrrelatos». Para la autora, el título remite al «punto 0 de la escritura misma, el lugar desde donde partimos. La brevedad implica una concisión, así como una duración y una magnitud».
Con prólogo del escritor y crítico español Fernando Valls, Distancia cero es el decimocuarto en su lista de libros para adultos, a los que también se suman cinco obras infantiles. En 2019 obtuvo la Beca Circulación, gracias a la cual viajó a Viena a presentar Trenzas, un texto que ha sido traducido al alemán y editado en Austria. En este último país dio una serie de talleres y charlas en distintas universidades.
Versos, microrrelatos, cuentos, la obra de Szwarc transita por un límite finito entre lo poético y lo narrativo. «Como dice Saer, preferiría que no haya esa separación de géneros, de nombres, pero al mismo tiempo me gusta. Muchos me han comentado “qué narrativos son tus poemas” y “qué poéticos son tus cuentos”. Sin embargo, quien escribe siempre hace poesía, porque siempre se está preguntando por la palabra», concluye.

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