15 de marzo de 2025
A partir del escándalo que generó su participación en una banda delictiva, volvió a la TV tan desamparada como dispuesta a alimentar el rating de los programas de la tarde.

Acusada. Con su gesto de tedio, Morena magnetiza al tribunal popular de la tele y las redes.
De Morena Rial a Carlos Monzón, y de Silvio Soldán a Guillermo Cóppola; de Moria Casán presa en Asunción a L-Gante detenido en la DDI de Quilmes; de Carlos Menem preso en una quinta deluxe a la falsa «doctorcita» Giselle Rímolo: es el Cambalache de las figuras mediáticas de la ilegalidad, perfiladas con matices y claroscuros, pero unidas en el exangüe «aquí no ha pasado nada». Son o fueron célebres presos, procesados, imputados, acusados y afines con los que los medios se regodean, en sucesivos informes y chimentos que incluso los hacen presentes; desde ahí nos hablan, detrás de una pantalla sin ánimo para pontificar, pero con un resto de indiferencia mezclada con displicencia que sobresale en Morena Rial.
En sucesivos livings como el de Mañanísima, ella ha dado cuenta de su regreso a las pantallas posterior a su detención –acusada del robo de una casa bajo la modalidad de «escruche»–, y sobre todo de haberse desprendido del «buen nombre» de manera explícita. La nueva Morena, tras haber pasado del otro lado, pide disculpas y promete un cambio de vida; deslindada de la acusación a la que no se refiere, la culpa inevitable fue de las «malas compañías» que ya había denunciado su padre, incluso «lejos de acá», en la provincia de Córdoba.
De aquí en más, tras haber sido captada por una cámara callejera en medio del delito, crece su «estar» televisivo. Los monosílabos de Morena, el hastío durante la entrevista que le hizo Carmen Barbieri –en esta última incursión– dan cuenta de una transición de figura mediática: pasa de ser la heredera díscola del cappo del chimento –hoy político– a mediática bizarra-border, ya traspasada completamente la frontera de la comprensión, de la empatía al morbo ante el «anormal» de turno en la galería de lo que se considera de interés masivo. A la manera del clan Suller o de Zulma Lobato, se muestra en redes y TV ante un tribunal popular que se magnetiza con lo que ella representa emanando esa especie de tedio, ese ennui tan típico de los hijos del poder y la oligarquía. Y, como con Esmeralda Mitre, algo de su show pega y la pantalla decide qué se consume, entonces se repite en entrevistas que reciben de parte de Morena respuestas de compromiso, ultrabreves, bajo custodia de su abogado y sin correrse ni una línea de un evidente guion.
Capacidad escénica
Nunca antes Rial se mostró así de deslindado de Morena, tal vez amparado en su buen abuelazgo: se fue a Cuba a probar habanos en un viaje de placer en medio del episodio y no se mostró con «la nena» después de su liberación, quizás porque nada como la imagen in fraganti de Morena oficiando de campana en una calle del Conurbano, frente a una casa no especialmente lujosa, pudo disuadirlo mejor de asumir cualquier defensa. Rial se fue por la tangente, y Morena quedó otra vez en manos de ese enfant terrible, el doctor Cipolla, que curiosamente es su custodio en esta fase en la que, lejos del sosiego, le ofrece compañía en la disco, fotografiada bebiendo alcohol el día que dijo ausente a una pericia psicológica.
En su recurrencia en la infracción, en la ostentación –como cuando faltaron cosas de camarines el día que visitó el programa más visto de América, LAM, según acusó Marcela Feudale–, Morena demuestra su capacidad escénica: con poca cosa, un solo gesto de hastío y sus patadas a la moral bien pensante, da cuenta de su virtud en el plano del punch del discurso televisivo. Y está esa impune capacidad de irritar que la hace muy de estos tiempos, esa provocación de llevar a la TV lo que no se debe ser ni hacer que la emparienta en línea indirecta con los hermanos Caniggia –sobre todo Alex–, cuya filiación privilegiada habilita a andar por la senda de la incorrección continua.
Como catalizadora de un momento terrible de la inseguridad urbana y suburbana, que infesta noticieros todos los días, con baños de sangre a la salida de las mismas casas en las que estuvo Morena haciendo guardia, techos bajos y jardincitos en la entrada, donde no hace mucho se llevaron la vida de una nena chiquita, de Kim, Morena sale herida de esta última polémica.
Ya ni su «tío del corazón», Luis Ventura, puede hacer mucho –como otras veces– para escudarla y manchar al padre –con quien está históricamente enfrentado– por su desinterés afectivo. En el mito de Morena hubo un pedido de auxilio originario que ni Rial ni nadie escuchó, ni respuesta a una posibilidad de reinserción «que sí se le dio a L-Gante» –se queja Morena– tras su excarcelación.
Pero los panelistas de Mañanísima rechazan la incorporación de Morena como una de ellos, humillando a «una vida entera lindante con el espectáculo», los labios hinchados, los ojos como un manchón de pintura negra y esas pestañas ultramovedizas que disfrazan la intensidad del mirar. Y nos permite ser testigos de una vida, la suya, que ella misma no llega a decodificar, esa soledad, ese parir y perder, hijos y amores; eso es lo que no logra terminar de quemarla porque produce algo de identificación escuchar un desamparo cualquiera, y Morena vuelve, en un móvil o en piso, ahora también en el streaming, mutada a puro espectáculo de una caída que promete secuelas y rating, la dupla imbatible de todas las tardes.