Cultura

Expolio arqueológico

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Liderados por Egipto y Grecia, varios países reclaman desde hace décadas a las grandes potencias que les sea devuelto el patrimonio cultural sustraído en forma ilegal en la época de las colonias. Latinoamérica también pide por lo suyo.


Hoa Hakananai’a. El moai alojado en el Museo Británico que reclaman los chilenos. (Museo Británico)

Si hay algo por lo que es famosa la chilena Isla de Pascua es por las enormes estatuas de seres extraños que se encuentran enterradas hasta la cintura en diversas partes de la isla. Los moais, como se conoce a estas esculturas, han estado allí desde hace por lo menos 1.000 años. Estas obras de arte han fascinado desde siempre a todos los que visitan el lugar, al punto que en 1868 los tripulantes de un barco inglés se hicieron con un moai de basalto de 2,42 metros de altura y 4,2 toneladas de peso y, no sin un trabajo agotador, lo cargaron en un barco y lo llevaron a Inglaterra. Allí se lo obsequiaron a la reina Victoria. El moai hoy reside en el Museo Británico de Londres, donde miles de personas por día se fotografían junto a él.
Como otros países que reclaman a Gran Bretaña patrimonio cultural que ha sido expoliado de sus lugares de origen a lo largo de la historia, en julio del año pasado el gobierno chileno tomó por fin cartas en el asunto e inició una demanda para la restitución de la estatua a instancias del Consejo de Ancianos de Pascua. El presidente de la Comunidad Indígena Rapa Nui (el nombre originario de la isla), Camilo Rapu, dijo por esos días: «Lo correcto es que el museo pague el costo del retorno del moai, pero de no ser así, nosotros estamos dispuestos a conseguir recursos para poder traerlo de vuelta».
Pero los chilenos no son los únicos que reclaman objetos de su patrimonio cultural y arqueológico a Gran Bretaña y otros países centrales. Es bien conocida la querella que desde 1982 el gobierno de Grecia mantiene con los ingleses para que les devuelvan de una vez por todas las esculturas y frisos del Partenón, la obra de Fidias esculpida hace unos 2.450 años, que fue extraída del edificio y llevada a Gran Bretaña por lord Thomas Elgin entre 1801 y 1816. Hoy se exhibe, en partes, en el Museo Británico. Esta institución también enfrenta reclamos de China, Nigeria, Tayikistán, Etiopía, Turquía y Armenia.
Otro de los países que ha sido expoliado de lo lindo por los europeos es Egipto. El milenario país de Oriente Medio mantiene una lucha constante con el gobierno de Francia para que le sea restituida buena parte del patrimonio de la civilización egipcia sustraído a lo largo de cientos de años: desde la invasión napoleónica (1798-1801), durante todo el siglo XIX y hasta buena parte del siglo XX. A partir del famoso hallazgo de la tumba de Tutankamón en 1922 por el norteamericano Howard Carter (financiado por el lord inglés George Carnarvon), los egipcios ya no permitieron que tanto patrimonio cultural se evaporara para ir a engalanar las salas de museos extranjeros. Mucho del material que antes se fugaba al exterior comenzó a ser preservado desde entonces en el Museo de Antigüedades Egipcias de El Cairo.  

Exportación ilícita
Fue recién en noviembre de 1970 cuando la ONU puso fin al limbo legal que rodeaba a la fuga de patrimonio arqueológico hacia las grandes potencias durante la 16ª reunión de la UNESCO, cuando se estableció la «Convención sobre las medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la importación, la exportación y la transferencia de propiedad ilícitas de bienes culturales». En sus considerandos dice «que los bienes culturales son uno de los elementos fundamentales de la civilización y de la cultura de los pueblos, y que solo adquieren su verdadero valor cuando se conocen con la mayor precisión su origen, su historia y su medio», para luego agregar que «todo Estado tiene el deber de proteger el patrimonio constituido por los bienes culturales existentes en su territorio contra los peligros de robo, excavación clandestina y exportación ilícita».
Pero Egipto lleva adelante, además, otra lucha importante por recuperar dos piezas únicas de su pasado histórico. Una es la Piedra Rosetta, el fragmento de una estela que contiene un edicto del 196 a. de C. en tres lenguas: jeroglíficos, escritura demótica y griego antiguo, lo cual permitió al francés Jean-Francois Champollion en 1822 comprender la escritura del Antiguo Egipto. Otra es por el invaluable busto de Nefertiti que se encuentra en el Neues Museum de Berlín y que el país africano viene reclamando infructuosamente desde 1930.

Valles Calchaquíes. Urna Santamariana recuperada en una causa por contrabando. (Gentileza INAPL)

Pero el expolio también se lleva a cabo  en pleno siglo XXI, producto de la invasión de tropas extranjeras, como los casos de Siria o Irak, cuando Saddam Hussein fue derrocado por los estadounidenses y muchos de sus museos, que guardaban piezas extraordinarias de las primeras civilizaciones, fueron saqueados por propios y ajenos. Así, el pasado agosto el Museo Británico devolvió a ese país ocho piezas sumerias de 5.000 años de antigüedad, confiscadas a un comerciante que no pudo probar su origen legal.

Colecciones
Argentina no es un país que haya sufrido grandes expolios por parte de las potencias, pero sí la pérdida de patrimonio arqueológico debido al robo y al contrabando. También se ha producido, especialmente a lo largo del siglo XIX, una especie de expolio interno, en el que muchas piezas eran sustraídas en yacimientos arqueológicos de las provincias para ir a alimentar los museos de las grandes ciudades, como Buenos Aires y La Plata o las colecciones de privados. Incluso ha ocurrido con restos humanos como los de diversos caciques de pueblos originarios, que durante décadas permanecieron como piezas de museo, fruto del racismo subyacente en hechos históricos como la Conquista del Desierto y la ilusión de una Argentina europea (ver recuadro).
El robo y el contrabando para satisfacer las demandas de los coleccionistas privados también hacen mella en el patrimonio cultural de varios países, especialmente los latinoamericanos. Así, a fines de 2016 el gobierno argentino restituyó a Bolivia y México una cincuentena de objetos que habían sido recuperados de manos de traficantes. Lo mismo se había hecho a principios de ese año con 439 piezas pertenecientes a Ecuador y más de 4.000 a Perú, por intermedio del entonces Ministerio (hoy Secretaría) de Cultura de la Nación.
Gabriela Guraieb –integrante junto con Julio Ávalos y Malena Vázquez–, del equipo del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL), el organismo oficial que se ocupa del patrimonio arqueológico y cultural de nuestro país, señala que «a principios del siglo XX había un comisario salteño, Manuel Zavaleta, que sacaba piezas de los yacimientos para vendérselas al Museo de La Plata o a museos del extranjero. A causa de ello muchos investigadores argentinos deben trasladarse a Berlín, Suecia, al MET de Nueva York o al Field Museum of Natural History de Chicago –donde está  la mayor parte de la hoy conocida como Colección Zavaleta–, para poder estudiar ese material de los Valles Calchaquíes».
Según señala el personal del INAPL, a fines del siglo XIX y principios del XX era frecuente que las instituciones intercambiaran objetos. «Fue una práctica muy común para construir los acervos de los museos», aclara Guraieb. Y agrega: «Pero las cosas ahora cambiaron y puede ocurrir, por ejemplo, que Egipto reclame hoy sus momias que fueron intercambiadas a fines del siglo XIX con algún museo europeo. Cien años después, cambia la percepción de lo que significa una momia para tu identidad cultural y querés que te la devuelvan».

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