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Fantasías animadas

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La tecnología digital aplicada al mundo audiovisual produjo avances notables. El panorama actual de la animación en el país, desde «Tino y Gargamuza» a la inminente película «Metegol».

 

Especialistas. El estudio Smilehood y, abajo, una escena de la inminente Metegol. (Sebastián Casali)

Gracias a los «tanques», que en buena medida llevan el escudo de la compañía Pixar (Up, una aventura de altura, Buscando a Nemo, Toy Story, Valiente, etcétera), los espectadores de todo el mundo saben que las tecnologías aplicadas al cine animado han propiciado avances exponenciales. Los productos nacionales, si bien mejoraron su calidad, siempre dejan la sensación de estar algunos pasos atrás. Sin embargo, el estado de la animación vernácula da señales de un cambio progresivo. El ejemplo más rotundo tal vez sea el inminente estreno de Metegol, una superproducción dirigida por el laureado Juan José Campanella y basada en un relato del recordado Roberto Fontanarrosa.
Pionero a escala local, Manuel García Ferré murió recientemente. Fue una personalidad destacada en la materia y el creador de personajes entrañables como Hijitus, Larguirucho, Calculín y tantos más. Su pérdida acontece en un panorama distinto al del momento en el que, allá por la década del 60, García Ferré comenzó a dedicarse al arte de dar vida a lo inanimado. En la actualidad, son otras las variables que definen a dicha especialidad en nuestro país. ¿Cuál es el potencial que ha comenzado a vislumbrarse en los últimos años y de qué forma se puede encauzar en proyectos concretos? Para encontrar la respuesta a esa y otras preguntas, Acción fue en busca de una serie de profesionales destacados.
Un clásico en el rubro son los «dibujos animados» destinados al público infantil. Verónica Fiorito es la directora de Pakapaka, canal operado por el Ministerio de Educación de la Nación, que define su programación en función de dos franjas etarias. «Para los chicos de 2 a 5 años (Ronda Pakapaka) hay un mayor porcentaje de contenidos de animación. Es una programación más lúdica, hay más espacios de juegos, porque a esa edad los chicos tienen más herramientas para conocer su entorno que para seguir una historia», puntualiza Fiorito. «Luego, para los chicos de 6 a 10 años desarrollamos formatos como el de Zamba, un dibujito animado que atraviesa toda la historia argentina».
La generación de contenidos es un tema central a la hora de darle una identidad a la grilla propia. «Por naturaleza, nosotros lo que hacemos es llamar a licitación. Convocamos a empresas para que animen series que ya tenemos diseñadas, en base a una programación ya pensada. Después de tres años ya sabemos qué es lo que nos falta. Por ejemplo, notamos que para Ronda Pakapaka no teníamos nada sobre insectos argentinos, entonces comenzamos a diseñar a partir de aquello que nos falta. Elaboramos propuestas y luego se acercan ideas», cuenta la directora de la señal. No menos relevante en la concreción de los proyectos es el factor tiempo. «Los procesos de la animación son largos», observa. «Hoy estamos por lanzar una serie que comenzamos a realizar hace un año».

 

Todas las pantallas
Dentro del universo televisivo, la animación se expande en la creación de publicidades y de algunos segmentos que aparecen en programas. Uno de los casos más longevos es el de Tino y Gargamuza, dibujo estrenado en el canal Cablín en el año 1995. En 1999 los personajes aterrizaron en TVR, programa al que le siguen aportando su humor delirante y, por momentos, absurdo. Cada episodio demanda entre cinco y seis días de realización. Un rasgo distintivo del formato es el que aporta el recurso de no innovar, cualidad que le permite mantener la identidad a través del tiempo.
«No hay un avance técnico: hacemos exactamente el mismo programa desde siempre, con el mismo proceso», sostiene Gabriel Marchesini, su creador. «Sí es evidente que el tipo de dibujo y la terminación son más elaborados. Se nota que aquello que ves en un capítulo demandó mucho más trabajo y quedó mucho más lindo. Queda como resultado algo que hoy en día parecería medio obsoleto. La gracia está en el contexto general: la gente no me pide que lo cambie. Los colegas sí, de alguna manera te ponen caras y no te aprueban. La verdad es que si tuviera el presupuesto y la infraestructura necesarios, sería el primero en tomarme el trabajo, pero lamentablemente no puedo, por ahora. La televisión en Argentina no está preparada para poner un presupuesto sustancial en dibujitos».
A excepción de ejemplos como el de Tino y Gargamuza, tanto en la TV como en el cine el espectador contemporáneo demanda productos de cuidada factura técnica, motivado por las producciones extranjeras que capturan la mayor parte de las pantallas en vacaciones de invierno, sobre todo, pero también durante el resto del año. Sin embargo, el próximo 20 de junio llegará a las salas un «tanque» local: Metegol, el primer film animado de Juan José Campanella, ganador del Oscar a la Mejor Película Extranjera con El secreto de sus ojos.
El film, cuyo presupuesto asciende a los 17 millones de dólares, será distribuido por la poderosa Universal Pictures y competirá con una precuela de la saga de Monsters Inc., de Pixar/Disney. Es evidente que las expectativas (artísticas y económicas) son altísimas. Para Metegol fueron entrevistados 700 artistas y técnicos que pretendían integrar el proyecto dirigido por Campanella, en el que finalmente intervinieron un total de 240. Esta cifra da cuenta del interés que se ha ido gestando alrededor de la animación en nuestro país, ostensiblemente mayor al de unos pocos años atrás.
Para el autor de Tino y Gargamuza, cuya formación autodidacta comenzó en la década del 80, hoy en día las facilidades están al alcance de la mano. «Yo enseño animación a adolescentes y les digo que ahora cualquiera se puede bajar un programa y armar una secuencia. Pero de ahí a poder expresar cosas más elaboradas, hay un trecho: tenés que saber calcular los movimientos», opina Marchesini. «También es cierto que antes no tenías los elementos. En ese sentido, ahora las cosas son mucho más fáciles, y además existen escuelas de animación».

 

Platenses de primera
Uno de los casos más relevantes de la incipiente industria local no tiene su desarrollo en ningún polo audiovisual de la Ciudad de Buenos Aires, sino en un barrio ubicando en una reserva ecológica de City Bell, en las afueras de La Plata. Se trata del estudio Smilehood, que logró que uno de sus productos sea distribuido por Disney a través de su canal para América Latina (Disney Junior Latinoamérica). Hablamos de Plim-Plim, un conjunto de contenidos que incluye una serie animada con capítulos de siete minutos, orientada a un público de 2 a 5 años. El protagonista es un niño/payaso/héroe que proviene de un tiempo misterioso: de cada una de sus aventuras, se desprende la defensa de valores humanos.
El CEO de la empresa, Claudio Pousada, sostiene que Smilehood «es un estudio, porque nuestro perfil es, no solamente la producción de contenido audiovisual, sino también la generación de todos los contenidos relacionados, además de la venta y distribución de licencias de nuestro producto y de otros productos que no son nuestros. Entonces lo llamamos “estudio 360”, como se dice en la jerga, que incluye la idea y los productos audiovisuales, pasando por el merchandising y la venta de licencias».
Respecto a Plim-Plim, sorprende la forma en que un nombre instalado en la cultura popular devino materia animada. Pousada lo resume con claridad: «Guillermo Pino, mi socio, me propuso hacer algo con el nombre Plim Plim, que él había registrado. Después de un par de meses de investigación, le dije: “Hagamos un dibujito animado”. Nosotros nunca antes habíamos elaborado contenido. Abordamos la problemática después de investigar dibujitos de distintos lugares del mundo. Estuvimos casi dos años haciendo un desarrollo, para poder dar con lo que hoy es la plataforma de producción de este contenido. A esa producción la trabajamos desde la perspectiva del diseño y no desde la artística, que es como generalmente se encaran estas cuestiones. Hicimos un sistema de imagen y comunicación que hoy es el soporte de la producción».
Smilehood tiene convenios con universidades nacionales e institutos privados, que en contraturno envían a sus alumnos más destacados, para que reciban una formación extra de todas las áreas que integran el estudio. Por último, como contrapartida del caso Pakapaka, Pousada destaca la importancia de pensar en contenidos universales que puedan ser exhibidos en todo el planeta. «Podemos construir una industria próspera y pujante si lo hacemos desde una perspectiva global», apunta. «También podemos hacer otros contenidos, por ejemplo, contar la historia de la bandera. Pero eso interesaría solamente al público argentino, y es difícil amortizar una inversión de este tipo si solamente hablamos de cosas locales».

Ezequiel Obregón

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