Cultura

Fenómeno inesperado

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La serie comenzó con pocas expectativas, pero con grandes actuaciones y guiones de primer nivel se convirtió en la más exitosa de la historia de la televisión global. La opinión de los protagonistas en el estreno de la última temporada.

Punto final. Kit Harington y Emilia Clarke, presentes en el desenlace de la historia.

En la noche del 3 de abril, sobre el escenario del Radio City Music Hall de Nueva York, unos 40 actores saludaban frente a una platea entusiasmada. Entre ellos estaban los ingleses Emilia Clarke, Kit Harington, Sophie Turner y Maisie Williams; el danés Nikolaj Coster-Landau; los escoceses Iain Glen y Rory McCann; los irlandeses Aidan Gillen y Liam Cunningham; la holandesa Carice van Houten y, por supuesto, el estadounidense Peter Dinklage. La ovación, sin embargo, no era por una obra de teatro sino por el estreno de la octava temporada de Games of Thrones, una serie que comenzó sin demasiadas esperanzas por HBO y que concluirá en los próximos meses como la más exitosa y, también, la más cara, en la historia de la televisión.
La enorme premier había comenzado unos minutos antes, con los creadores de la ficción, David Benioff y D. B. Weiss, contando que el proyecto para adaptar las novelas de George R.R. Martin agrupadas en la colección de Canción de fuego y hielo llevó muchos años de desarrollo, pero al principio las cosas no salieron como se esperaba. En los hechos, el piloto estuvo a punto de ser desechado por su baja calidad, hasta que un ejecutivo de la cadena televisiva decidió invertir lo necesario para que quedase bien. Es que la apuesta, ciertamente, era muy grande. Hubo que construir enormes sets y vestir a miles de extras en locaciones remotas, con un elenco desconocido en el que la figura más reconocible era Sean Bean, quien moría decapitado a los pocos episodios.
Sin embargo, fue precisamente ese detalle el que logró atrapar a los fans, quienes no podían creer que en esa historia ambientada en un mundo alternativo que retrataba al medioevo, los protagonistas como Bean, Mark Addy y, en menor medida, Jason Momoa, murieran antes de que el televidente se pudiera encariñar con ellos. El propio Addy, que encarnaba al dueño del Trono de Hierro durante los primeros siete episodios, Robert Baratheon, un rey borrachín y mujeriego, confesó en la exclusiva fiesta que siguió a continuación que cuando empezaron a grabar nadie imaginaba que Games of Thrones se convertiría en el éxito televisivo del siglo, y que todo el mundo pensaba que la cancelarían al concluir la primera temporada.

Artesanía audiovisual
Gracias a grandes actuaciones, guiones de primer nivel, personajes muy bien desarrollados y una trama en la que nadie tiene la vida comprada, la serie fue creciendo en devotos seguidores hasta convertirse en un fenómeno mediático con presupuestos lo suficientemente grandes como para que cada episodio cueste más que un largometraje.
Kit Harington, cuyo Jon Snow se convierte en la última temporada en el inesperado aspirante al Trono de Hierro, tiene en claro cuál es la clave del éxito: «Yo creo que lo que atrapó a la audiencia es que nunca hubo un personaje principal. Cuando proponés una nueva serie, lo primero que te preguntan es quién es el protagonista. No conozco ninguna otra serie en donde no haya uno. Jon Snow ciertamente no lo es.  El verdadero protagonista es el mundo en el que viven. La ropa que usan. Son los artesanos que trabajan detrás de escena y que crean las escenografías, los vestuarios y las espadas», dice.
Aunque la audiencia se ha multiplicado en los 206 países en los que se emite, Benioff no duda de que este es el mejor momento para terminarla. «La historia se ha encaminado sola hacia un punto final», sostiene ante el enviado de Acción. «Es muy difícil mantener una serie con un buen nivel durante ocho años. Me parece un tiempo apropiado. Obviamente, sentimos la presión de los fans. Dan y yo quisimos darles el final que se merecen, pero también influyó nuestra propia presión, porque este es el mejor trabajo que los dos hemos tenido, por lo que uno no quiere arruinar el final. Esperamos estar a la altura de las circunstancias».

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