Cultura

Ficciones feministas

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Con la serie basada en la novela de Margaret Atwood como punta de lanza, la lucha de las mujeres contra la violencia de género y a favor de la legalización del aborto se retroalimenta de libros, películas y obras de arte que cuestionan el orden patriarcal.


Recuerdos del futuro. La distopía de las sirvientas sintoniza con el espíritu de la época.

El año pasado la serie El cuento de la criada se convirtió, en su primera temporada, en furor en el mundo. Basada en la novela del mismo nombre, escrita en 1985 por la canadiense Margaret Atwood, es una novela distópica que narra un futuro próximo donde mujeres fértiles –luego de una suerte de golpe de Estado producido en el territorio arrasado de Estados Unidos– son secuestradas para ser esclavizadas y violadas por sus amos ricos y sus mujeres estériles, con el objetivo de convertirse en máquinas de reproducción de niños y niñas.
El paroxismo de una sociedad brutalmente patriarcal se perfiló en la serie que hoy tiene una segunda temporada, que ya no sigue la novela de Atwood, aunque la encuentra como asesora de los guiones. La ficción fue un éxito global porque sintonizó con el espíritu de la época. También ocurrió en nuestro país cuando empezaron a urdirse las distintas declinaciones de la marea verde reflejadas en dos movimientos puntuales: Ni Una Menos y la lucha por la legalización del aborto.
Tanto es así que, durante la sostenida campaña para conseguir la aprobación de la ley que legalizase el aborto, un grupo de periodistas, inspiradas por la serie, se calzaron los inconfundibles uniformes de las criadas y realizaron varias acciones frente al Congreso de la Nación. Todas silenciosas y, en su silencio, poderosas: en la primera reclamaron con carteles alusivos y una única lectura a viva voz, que exigía con cifras y razones la aprobación de la ley mientras esta se discutía en el Senado. Una vez vetada en la Cámara Alta, el colectivo «Las Criadas» volvió al Congreso y pegó en sus vallas los nombres de cada uno de los senadores que rechazaron la ley.
Durante los días del debate, la propia Atwood intercambió encendidos tuits con la vicepresidenta Gabriela Michetti, para exigirle que no se perdiese la oportunidad histórica de aprobar una ley que ya había legitimado la calle. Incluso le hizo llegar, a través de un medio santafesino, una extensa carta.

Protagonistas literarias
La obra de Atwood y la serie derivada de ella también se emparentan con producciones que en el último tiempo fueron generadas por artistas argentinas en distintos soportes. Así, en el ámbito de la literatura, al menos dos de las escritoras elegidas por la Secretaría de Cultura de la Nación para representar al país en la Feria del Libro de Frankfurt 2018, recogieron el guante de estos nuevos tiempos donde las mujeres, encarando diversos feminismos, colocan a sus protagonistas en el centro de la escena narrando o bien la denuncia contra el patriarcado o bien su superación.

Tal es el caso de Gabriela Cabezón Cámara con su originalísima novela Las aventuras de la China Iron. Allí, el gaucho Martín Fierro de José Hernández se erige en contraprotagonista de esta luminosa obra donde la China, la mujer abandonada por el gaucho insignia de la narrativa nacional, decide también irse junto a su perro Estreya y Liz, una inglesa que va en busca de su marido. Juntas se embarcan en un viaje a través del desierto pampeano. De la intemperie pasarán al fortín y llegarán a las tierras de los indios para fundar un mundo libre, sin ataduras de géneros ni sexos. Cabezón Cámara firma una gozosa subversión de la literatura gauchesca que invita a imaginar otra Argentina posible.
Por su parte, otras de las autoras que fueron a Frankfurt, Vera Giaconi, se adentra en los diez relatos de su libro Carne viva en las tramas patriarcales de la institución familiar, que derivan en deseos soterrados, odio y miedo. Selva Almada, a su vez, había hecho lo propio con su libro Chicas muertas, donde en una sucesión de cuentos escribió con una pluma seca distintos casos de femicidio. «El feminismo es la única causa que abrazo con pasión», dice Almada. «Creo que ser feminista es la única manera honesta y justa de participar de la sociedad», agrega.
La lista podría continuar, pero en ella es necesario destacar la obra de Ariana Harwic, porteña que vive en París y que a través de novelas como Mátame amor, Rata y La débil mental, no sólo se erige en una de las voces más prometedoras de la narrativa local, sino que también hace blanco en el patriarcado en el reviro aparentemente insensato de sus mujeres protagonistas.
En esta breve selección se debe mencionar el ensayo de Luciana Peker, Putita golosa. Allí plantea un feminismo del goce no como una propuesta liviana de «pasarla bien», sino como pelea contra el abuso y el poder de los violentos de quedarse con el placer de quienes son sometidas.

Miradas disruptivas
Esta ola se extiende también al cine. En ese mundo, la película de Anahí Berneri, Alanís, ganadora de la Concha de Plata en el pasado Festival de San Sebastián y protagonizada por Sofía Gala, realiza una propuesta inquietante y disruptiva al proponer la prostitución como un trabajo legítimo elegido por la mujer más allá de fiolos y proxenetas. Un mundo de mujeres que se sostiene en la solidaridad de un oficio que algunos consideran la vejación más antigua del mundo contra el cuerpo de una mujer. Concepto al que Berneri se resiste generando una polémica que debe ser dada.


Martel. El costado femenino de Zama. (Télam)

Desde otra perspectiva, Lucrecia Martel, a lo largo de toda su producción –desde La ciénaga hasta La mujer sin cabeza– ahondó con sutileza en un mundo de desbordes femeninos. Y si bien su última producción, la exuberante Zama, es protagonizada por un hombre, la creadora afirma que encontró en él una sensibilidad femenina. Así lo explica: «El motivo por el que me gustó Zama es porque me pareció un personaje muy femenino, porque es alguien pendiente de su deseo, frustrado con su deseo, aunque en el libro haya dos situaciones sexuales que son, digamos, poco amorosas. Tiene una tensión con su deseo que es mucho más femenina. Y unos pensamientos sobre eso que son más de chicas, claro. Cuando pienso en los personajes nunca pienso el varón, la mujer, la esto, la otro, sino que pienso que son como un monstruo de sexualidad compleja e indefinida y de esa manera hago la construcción de los personajes».
Por lo demás, el cine también manifiesta una veta militante desde la creación de un Observatorio, cuya cara visible es la directora Sabrina Farji, que brega por la participación de las mujeres en la industria, una suerte de legado de La mujer y el cine. Se trata de la asociación que este año celebra su aniversario número 30, creada por pioneras feministas como María Luisa Bemberg y Marta Bianchi, entre otras.
Las artes visuales tuvieron su pronunciamiento más contundente a través del libro de la académica y curadora Andrea Giunta, Feminismo y arte latinoamericano. La autora dice que trató de responder a la siguiente pregunta: «¿Puede el mundo del arte, con sus razones estéticas universales, declararse al margen de las reglas del régimen patriarcal?». A lo largo de sus páginas explica con hechos la imposibilidad de semejante abstracción.
También corresponde al trabajo de Giunta –junto a la venezolana Cecilia Fajardo Hill– el armado de una exposición que ya hace historia en el arte latinoamericano: se exhibió en Los Angeles, Nueva York y ahora tiene lugar en San Pablo. Se trata de Mujeres radicales, en la que más de 150 artistas con más de 200 obras ponen en evidencia un agujero en el relato de la historia del arte que había omitido sus producciones. De esa forma se había pasado por alto, desde una mirada patriarcal, la creación de una nueva iconografía que descubría para la mujer la posibilidad de la expresión de nuevas subjetividades, desde el mapeo del cuerpo donde nuevamente la palabra goce se impone a la de sumisión y violencia. Estas producciones artísticas, junto con la pionera novela de Atwood, vienen a plantarse y a enfrentar al patriarcado haciéndose eco del grito callejero que asegura: «Se va a caer».

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