Cultura

Flores en el pantano

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Mientras la dictadura inauguraba la etapa más sangrienta de la historia argentina, tres proyectos alternativos surgidos en el mismo año construyeron un nuevo lenguaje para entender la vida y el arte: M.I.A., el «Expreso Imaginario» y los Redonditos de Ricota.

Misa rockera. Los Redondos tocan en Salta en plenos 70 y marcan el inicio de una nueva era. (Wikipedia)

 

Hace 40 años, la Argentina comenzaba el período más siniestro de su historia. Se sabe: el golpe militar del 24 de marzo fue la cristalización desde el poder estatal de una cacería iniciada dos años atrás con el accionar del Triple A. Sin embargo, entre los pliegues de la muerte, 1976 aparece también como el año del punto de partida de tres experiencias contraculturales que, interconectadas, cambiaron sustancialmente las formas de hacer música y periodismo gráfico. Hablamos de M.I.A. (Músicos Independientes Asociados), de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y de Expreso Imaginario.
La Argentina era un país alambrado, con una economía cada vez más crítica. Las noticias llegaban lejanas: las muertes de Mao y de Paul Getty, los Juegos Olímpicos de Montreal con la descollante gimnasta rumana Nadia Comaneci, el asesinato de Ringo Bonavena en Nevada. Guillermo Vilas no podía con el sueco Björn Borg, el «tenista de hielo». Peter Frampton hacía silbar a todos con «Nena, me gusta tu forma». Rocky pegaba en las boleterías del cine. Y el rock argentino crecía en una paradoja: Invisible llenaba ese mismo año el Luna Park, pero para los medios era, precisamente, invisible. El extraño caso de un gueto que ostentaba interesantes niveles de masividad.
En una casa de Villa Adelina, en el local de una galería de La Plata y en un departamento del centro porteño, algunas de las mentes más brillantes de una generación tramaban planes en simultáneo con intenciones parecidas. Conspiraban contra «el sistema», en una sorda tensión con otros jóvenes –varios de ellos, también mentes brillantes– que habían vislumbrado la acción armada como una posibilidad de cambio total.
Rubens Donvi Vitale venía de la militancia en el trotskismo y en los 70 vio que el arte podía ser un atajo para otro tipo de lucha: enseñaba música con una concepción alternativa y libertaria y cada vez tenía más alumnos. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota fue un rejuntado de chicos de familias ricas, lúmpenes inquietos, hippies y simpatizantes de la política en un espectro que podía ir de la combativa JP a las vagas ideas que mezclaban orientalismo y humanismo alla izquierda estadounidense: tocaban en un sótano del coqueto Pasaje Rodrigo la música incidental de los cortos experimentales del Indio Solari y Guillermo Beilinson, el hermano de Skay. Jorge Pistocchi, Pipo Lernoud y Alberto Ohanian, entre otros, hacían un brain storming para una revista que continuaría y profundizaría los balbuceos de una publicación llamada Mordisco: el Expreso Imaginario pretendía partir de la estación del rock para profundizar en temas como la ecología, la poesía, la ciencia, la historieta.
El transcurso de las décadas volvió míticas a las tres iniciativas. La pregunta cae de madura: ¿cómo pudo ser que M.I.A., los Redonditos y el Expreso Imaginario se desarrollaran, con sus inequívocas banderas de libertad, en el peor período de la historia nacional? Existen matices en la relación de cada una de esas manifestaciones con el clima de represión de la dictadura, pero esencialmente ofrecieron una tercera mirada al margen del bipolarismo derecha-izquierda, que desplegó el terrorismo de Estado promovido a nivel continental por el Plan Cóndor planificado en los Estados Unidos y, también, por las organizaciones armadas, que respondían a una idea de guerrilla que mezclaba el guevarismo, el maoísmo y una peculiar interpretación del peronismo.

Maestro. Vitale sembró un nuevo camino. (Gentileza Esther Soto)

 

«Nosotros no queríamos tomar el poder. Éramos escépticos en ese sentido. Nosotros queríamos cambiar la forma de vivir», dijo el Indio Solari. Pipo Lernoud recuerda cómo los sectores de izquierda los acusaban de imperialistas «simplemente porque nos gustaba el rock and roll». «En el bar La Paz coincidíamos con tipos de E.R.P. y Montoneros», dice Javier Martínez. «Nos instigaban a que nos uniéramos a ellos. Nos querían convencer de que había que salir a matar milicos. Nosotros no queríamos matar a nadie, creíamos en otras cosas. Nos quemaban la cabeza, decían que éramos maricones y cagones», completa el ex Manal.
En su fanatismo ciego, el régimen militar prácticamente no contemplaba a esos chicos de pelo largo que pregonaban «paz y amor». O no los entendían. Casi en espejo de la izquierda, les parecían apenas «unos maricones sucios y melenudos». Estaban enfrascados en el rastrillaje de militantes, obreros, estudiantes. Hubo rockeros que sufrieron torturas y aprietes, pero en general pertenecer a esa grey era como un salvoconducto para no integrar la lista de desaparecidos. Andrés Calamaro, hijo de una familia progre y medio hermano de Hebe Rosell –militante y cantante de Huerque Mapu, que debió exiliarse en 1976–, es rotundo: «A mí el rock me salvó».

 

Corriente subterránea
En el libro de conversaciones con Donvi, Un linyera establecido, editado poco después de su muerte en 2012, el ideólogo de M.I.A. razonaba, de una manera clara y sin ambages: «Casi ninguna de las figuras del rock argentino fue molestada por el terrorismo de Estado. Los que se exiliaron fueron minoría, como León Gieco y Litto Nebbia. A los militares no les interesaba el rock. Parece raro, pero fue así. Lo dejaron de costado porque pensaban: “Estos pibes están locos, no son peligrosos”. Nosotros hacíamos conciertos, no éramos subterráneos: notificábamos nuestras actividades por correo».
Sin embargo, en La Plata, el rockero tenía más conciencia del peligro. Ciudad universitaria, en sus diagonales se condensaban con más visibilidad los militantes y los represores, los que buscaban una vida alternativa, como La Cofradía de la Flor Solar, y los indiferentes. Varios de los primeros Redonditos fueron torturados, Poli llego a vivir en una pensión a la que llamaban «La Trotskera» porque ahí paraban futuros integrantes del E.R.P. y la familia de Skay quedó envuelta en la locura de la época: el guitarrista vivenció en carne propia el signo de los tiempos. En noviembre de 1968 estaba en París, todavía no se habían apagado las revueltas del Mayo Francés y fue interceptado en una refriega callejera por la policía, que le partió la cabeza de un palazo. Años después, en 1973, su padre Aarón Beilinson fue secuestrado por una facción del E.R.P. La acaudalada familia vendió varios edificios para pagar la liberación.
Nadie quedaba ajeno a la violencia, que aparecía enmarcada en un planeta cuyas estructuras crujían. La cultura joven empezó a tener una densidad que nunca había tenido. Todavía no había sido cooptada por el capitalismo global. Para la corriente alternativa de cambio de década –que absorbieron M.I.A., los Redonditos y el Expreso–, San Francisco parecía la capital del mundo. Confluían tendencias políticas, filosóficas y estéticas. En las grandes urbes se discutía todo: desde el foquismo hasta la nouvelle vague, de la polémica Sartre-Camus al boom de la literatura latinoamericana o la iglesia tercermundista.
La revista de poesía Eco contemporáneo, que dirigía Miguel Grinberg, catalizó esas movidas: el rock, el orientalismo, el situacionismo, el autoabastecimiento, las artes plásticas y el teatro vocacional, la filosofía de Gurdjieff y la de Krishnamurti. Todo llegaba un poco tarde: cuando Lennon dijo en 1969 que el sueño había terminado, aquí maduraban ilusiones. Pero nada pasaba inadvertido para grupos variopintos que se deslizaban de manera subterránea y que, acaso sin saberlo, estaban relacionados entre sí.

Tapas. La revista Expreso Imaginario cambió al periodismo de rock local.

 

Donvi entabló con Jorge Pistocchi, el fundador del Expreso Imaginario, una suerte de sociedad afectiva e ideológica: se apreciaban, se necesitaban, coincidían. El Expreso puso a M.I.A. en tapa y fue el primero que le dio cabida a Patricio Rey, con una cobertura histórica de uno de los famosos Lozanazos, los caóticos happenings alucinógenos realizados en el teatro Lozano de La Plata. Donvi también mantenía febriles charlas con el Indio Solari mientras su mujer, Esther Soto, le pasaba los yeites de la autogestión a la Negra Poli. Cuando Pistocchi se alejó del Expreso y trató de llevar adelante un emprendimiento editorial llamado Pan caliente, se organizó un festival en Excursionistas para apoyarlo económicamente, en el que compartieron escenario, entre muchos otros, M.I.A. y Los Redonditos. Dos años después, Solari, Skay & Cía grabaron su primer disco. No dudaron en decirle que no a una agencia que los quería contratar –llegaron a hacer un demo– y registraron su disco debut Gulp! en el estudio casero de los Vitale en Villa Adelina
La familia Vitale continúa editando discos y libros de manera independiente; Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota se convirtió en el más espectacular fenómeno de la cultura popular argentina; Expreso Imaginario dejó de salir en 1982 y fue una formidable escuela de periodistas de rock. Tejieron el revés de la trama del aciago 1976. Flores en el pantano, enseñaron cómo se sale de los laberintos: por arriba. Y enseñaron mucho más. Las tres experiencias son atalayas que guían y marcan una gran cantidad de manifestaciones de la cultura joven: en los conciertos, en las redes sociales, en las maneras de autofinanciación. Supieron correrse de la dialéctica del poder e inventaron un lenguaje propio. Ese idioma se sigue hablando con una fluidez asombrosa.

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