28 de septiembre de 2022
La película que narra el juicio a las juntas llega a los cines argentinos luego de su destacado paso por los festivales de Venecia y San Sebastián.
Dimensión humana. Darín se luce con su interpretación del fiscal Strassera y Lanzani hace lo propio como el adjunto Moreno Ocampo.
Cuatro años atrás Santiago Mitre le llevó a su amigo y coguionista Mariano Llinás la idea de hacer una película sobre el juicio a las juntas militares. Emprendieron la escritura del guion y en cuanto tuvieron lista una primera propuesta se la mostraron al productor Axel Kuschevatzky (que ya había trabajado con ellos en La patota y La cordillera), pero este los mandó a empezar de nuevo. «Nos hizo tirar todo a la basura», contó Mitre en la conferencia de prensa realizada a pocos días del estreno de Argentina, 1985, luego de su notable paso por los festivales de Venecia y San Sebastián. En estos días se confirmó que representará al país en la competencia por el próximo Oscar a la Mejor película extranjera.
«Nos miramos con Mariano, somos muy soberbios nosotros, y nos dijimos: “Tiene razón”. Dejamos de escribir y nos pusimos a investigar», confesó el director. El equipo de producción entrevistó a protagonistas y testigos del juicio. Mitre y Llinás leyeron los testimonios y todo el material bibliográfico disponible. «Fue un trabajo enorme, tanto que podía ser apabullante. Y cuando creímos saber lo suficiente, con Mariano decidimos sentarnos a escribir como si fuera una película de ficción, con buenos personajes, confiando en que la tensión narrativa funcione», agregó.
La manera en que fue concebida, tomó forma y salió al mundo ilustra en buena medida el espíritu que anima a Argentina, 1985. Para cuando la película alcance su estreno local e internacional, ya se habrán dicho todas las palabras esperables en torno a una ficción que aborda un hecho fundamental de la historia social y política contemporánea: sobre su «importancia», su compromiso, su carácter «necesario», su rigor. Pero su fuerte está, como ha pasado hasta ahora con el cine de Mitre y el de Llinás, en la manera en la que deciden contar lo que cuentan, en su pulso esencialmente cinematográfico.
Las referencias iniciales apuntaban a producciones como Todos los hombres del presidente, el thriller político inoxidable e ineludible de los años 70. Pero aunque se lo defina como clásico, ninguna de las elecciones tomadas (de punto de vista, de ritmo y tono) en Argentina, 1985 son obvias. Hay cosas propias del thriller que ayudan a retratar una época, la de la democracia recién recuperada, su fragilidad y la consiguiente paranoia que se desparramaba sobre la sociedad. En los planos iniciales, cuando aun no se nos ha presentado al fiscal Strassera, vemos que está haciendo seguir a su hija adolescente, ya que teme que el novio nuevo de ella sea un «servicio» que lo está vigilando. Hay tensión, pero también hay humor a lo largo de todo el relato.
Son precisamente esos recursos los que mantienen al film absolutamente vivo, que fue uno de los objetivos manifiestos de sus responsables. «Queríamos que la película estuviera dentro de 1985, no mirarlo desde lejos, desde 2022. Buscábamos que quien viera la película vibrase como si 1985 fuese ahora y pudiera provocar las emociones y los sentimientos que se pudiesen haber provocado en ese momento», dijo Mitre en la conferencia de prensa. «Así que buscamos desde la construcción de los personajes y desde la producción de los decorados, siempre estar muy cerca de una zona sensible y una zona humana que no recargase de artificio lo que estábamos contando», completó.
Tiene una enorme eficacia en este sentido el retrato que se hace del fiscal adjunto, el por entonces inexperto Luis Moreno Ocampo, a través de la relación con su madre, una mujer de clase alta, orgullosamente patricia, conservadora, de raigambre militar y católica; porque en ella se condensa no solo la postura de una parte de la sociedad que descreía del juicio y sus propósitos, sino que a la vez que habilita un diálogo con la figura de Strassera, sobre quien se tiende en más de una ocasión una sombra de sospecha por su actuación durante el período 76-83. No menos poderosa es la decisión de ponerles rostros de ficción a personajes como Videla y Bernardo Neustadt: solo un narrador que confía de verdad en las armas de la ficción puede salir bien parado de este tipo de representaciones.
Lo otro que los responsables de Argentina, 1985 hicieron muy bien fue posicionarla como una producción de alto perfil y potencial comercial explotando su “star power“: si Strassera es otra previsiblemente buena composición de Ricardo Darín, Peter Lanzani confirma directamente lo que ya se veía en sus trabajos anteriores al hacer de su Moreno Ocampo su mejor actuación cinematográfica hasta hoy. A ambos los rodea un reparto poderoso de rostros conocidos: Alejandra Flechner, como la esposa que impulsa a Strassera a seguir contra toda adversidad; Carlos Portaluppi, Norman Briski, Susana Pampín, Héctor Díaz y, mención aparte, Laura Paredes reconstruyendo palabra por palabra el testimonio desarmante de Adriana Calvo de Laborde, víctima de secuestro y tortura, quien fue obligada a parir en condiciones inhumanas.