Cultura | De cerca | Gustavo Garzón

Honestidad brutal

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Javier Firpo - Fotos: 3Estudio/Juan Quiles

Volvió al escenario con una obra en la que habla sobre la enfermedad, su exmujer y su carácter difícil. En medio del panorama incierto que atraviesa el colectivo actoral, participa en otra pieza teatral y en dos series de próximo estreno. Pasado y presente de un intérprete popular.

Gustavo Garzón vive a su propio ritmo los extraños tiempos que impone la pandemia. «Yo ya estoy acostumbrado, lo que pasa es que ya no soy un pibe, entonces me tengo que cuidar mucho, porque además soy un potencial paciente de riesgo», desliza el popular actor de 65 años, que hace un tiempo superó un cáncer de lengua. El encuentro con Acción transcurre en la vereda de un cafecito en Núñez, a la vuelta de su casa.
«La situación es realmente compleja y el rebrote hace mirar el horizonte con mucha preocupación. Yo soy un privilegiado, porque estoy haciendo dos obras de teatro y estoy grabando dos series, pero la mayoría del colectivo artístico no lo puede hacer», dice el protagonista de 200 golpes de jamón serrano y Monólogos de la peste, obras que realiza en el Auditorium de Mar del Plata y la sala porteña Caras y Caretas. «En Mardel el balance del verano es muy triste, con obras que tuvieron que abandonar a las pocas semanas de haber estrenado y con la mitad de los teatros cerrados», señala. «En mi caso tuve un promedio de 25, 30 espectadores por función, la recaudación no alcanza ni para pagar los gastos de apertura de la sala. No quisiera sonar quejoso, soy consciente de la situación y agradezco de verdad el milagro de haber vuelto».
–¿Dudabas de que se pudiera volver?
–Yo pensaba, en un momento, que no volvíamos más, la situación general de la pandemia hacía imposible pensar en el teatro. A priori puede sonar frívolo, pero todos sabemos la cantidad de actores, directores, productores, sonidistas, iluminadores, boleteros y acomodadores que involucra la actividad. En lo personal estaba hundido, pensando cómo se podría salir sin saber hacer otra cosa, porque no tengo problemas en arremangarme y ponerme a laburar.
–Por tu experiencia, ¿sentís que el teatro saldrá de esta encrucijada?
–La situación es realmente complicada, yo voy y vengo de Mar del Plata, también veo cómo está la cartelera de Buenos Aires y la verdad es que el teatro está agonizando, no solo por la pandemia, sino porque la gente no tiene un mango. Por eso tratamos de poner entradas al precio de 2020 y, en cuanto a lo sanitario, intentamos brindar el mensaje de que el teatro es absolutamente seguro, porque se respeta el protocolo a rajatabla.
–¿Cómo atravesaste el parate?
–Empecé a dar clases de actuación por Zoom y aposté a eso y, de a poquito, empezó a funcionar. No todos podían pagar, pero hicimos un pacto: que los que pudieran fueran colaborando y así se hizo una cadena. Con eso, sumado a unas regalías que llegaban a través de la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes (SAGAI), me las fui arreglando como podía, ya que tengo una estructura de gastos muy grande por mis hijos, que tienen síndrome de down, y contamos con algunas personas que nos ayudan.
–¿Y cuándo empezaste a ver luz al final del túnel?
–En agosto, cuando no había ningún tipo de movimiento ni novedad, recibí un llamado de la actriz y directora Ana Katz, a quien conocía muy bien por haber filmado Sueño Florianópolis. Me propuso un personaje para Sesiones, una serie de Fox para Disney que estaba empezando a diagramar. De la sorpresa y de la alegría salté hasta el techo, imaginate recibir una propuesta de trabajo para televisión. Ana me contó de mi personaje, me mataron: hago del padre de Benjamín Vicuña. Intenté que fuera otro parentesco, no sé, el cuñado o el tío, pero no hubo caso.
–¿De qué trata Sesiones?
–Es una comedia, la historia de dos amantes encarnados por la China Suárez y Vicuña, que se encuentran en crisis y buscan ayuda profesional. Es un lindo culebrón, previsto para marzo o abril, con un bonus track que es un regalo de la vida y de Ana: dentro del elenco están Tamara y Joaquín, dos de mis cuatro hijos.

En primera persona
Uno de los hallazgos de la temporada teatral marplatense es 200 golpes de jamón serrano, escrita y dirigida por Mariana Otero, en la que Garzón lleva a cabo una misión reveladora: hacer de sí mismo intentando actuar lo menos posible. «El trabajo que hizo Mariana fue realmente colosal, ya que ella escribió la obra a partir de haber grabado 30 horas de encuentros que tuvimos para ver qué hacíamos. Yo me contacté con ella para decirle que quería algo distinto de lo que venía haciendo, quería cuerpo y verdad. Y ella se lo tomó demasiado al pie de la letra», sonríe, todavía sorprendido.
–¿Por qué remarcás «demasiado»?
–Porque la obra habla de mí, de mi vida privada, de mi familia, de mi exmujer, de mi enfermedad, de mi recorrido actoral, de la fama. Y también aparecen algunos nombres propios que no sé si estaba convencido de mencionar, pero terminé aceptando las reglas del juego para respetar el gran trabajo de Mariana y, también, evitar más cortocircuitos.
–¿Hubo rispideces en la relación?
–Hubo diferencias como en cualquier trabajo. Yo le dije que quería trabajar con ella, pero nunca quedó claro qué quería y Mariana, como buena emprendedora, se mandó y logró un texto espectacular, tomando todo lo que habíamos hablado en nuestras charlas y en tantos ensayos. El tema era animarse a hablar de mi cáncer, de mi exmujer, Alicia Zanca, que murió de cáncer, de mis hijos con síndrome de down, de mi carácter. Y cuando estábamos para pensar en el estreno, me surgió una propuesta de laburo para hacer Casa Valentina y agarré viaje.
–¿Y dejaste de lado tu obra?
–Desde el principio estuvo claro que nos juntábamos siempre y cuando yo no tuviera otros compromisos laborales. Entonces apareció el ofrecimiento de José María Muscari y, como dije antes, yo tengo una estructura que mantener y no me puedo dar el lujo de descartar trabajos. Pero Mariana es una gran profesional y supo esperar el momento para volver a la carga. Y desde hace cuatro años, con altibajos, con intermitencias, venimos defendiendo la obra con uñas y dientes.

–¿Le falta el espaldarazo de un productor para saltar al circuito comercial?
–Es una cooperativa, no tenemos muchas pretensiones, pero sería fantástico saltar a un teatro de la calle Corrientes, por supuesto que no ahora, no es el momento indicado, pero sí en un futuro, De todas maneras, soy realista: 200 golpes de jamón serrano es una pieza chiquita, en la que yo soy la cara más o menos conocida; tiene un texto en el que, mayormente, se habla de mi vida. ¿Puede interesar para llegar al circuito comercial? No sé. Por otra parte, la vida me ha enseñado a no saltar más alto de lo que me permiten mis posibilidades, porque la caída después duele más.

Todas las pantallas
A lo largo de su carrera, Garzón integró el elenco de varias de las tiras más destacadas de la pantalla chica local. ¿Cómo describiría la realidad actual del medio? «Es tristísima, realmente lo que transmite hoy la televisión para los actores es algo parecido a lo que sucede con el teatro. Yo hoy estoy haciendo una serie que no tengo la menor idea de dónde se va a ver. Antes uno trabajaba para El Trece, Telefe o Canal 9; ahora todo es una incógnita. Pero bueno, eso es lo de menos, me siento agradecido de que me contraten. El tema es que para los canales de aire será muy difícil volver a trabajar. ¿Qué canal o productora va a poder encargarse de una ficción? Ya antes de la pandemia el panorama era preocupante, imaginate ahora: es desolador».
–¿Una situación repentina o se veía venir?
–En 2010 había entre veinticinco y treinta ficciones, porque los canales generaban contenido junto a las productoras, además estaban los concursos televisivos del INCAA. El deterioro de la industria empezó a medida que los canales dejaron en manos de las productoras toda la responsabilidad. Y ese veranito que había se terminó de hundir con la pandemia. En el medio, la audiencia se vino a pique, bajó el rating y se cayeron los anunciantes. ¿Por qué? Porque los productos no convencían, a la vez que aparecieron las plataformas digitales, el streaming, Netflix, Flow. Y eso terminó de sentenciarla, lo que para nosotros es una desgracia.
–Solo quedan en pie las series.
–Sí, son el único salvavidas para unos poquísimos intérpretes. Pasa que como son ficciones internacionales perderemos la producción local, nuestra identidad cultural. En ese contexto tan pobre y precario, con tan poca perspectiva, soy un privilegiado que sacó un pleno, porque también me llamaron desde la nueva productora de Adrián Suar, Kapow, para grabar Los protectores, una serie escrita y dirigida por Marcos Carnevale, que tendrá como escenario el mundo del fútbol.
–¿Cuán importante fue la tele en tu carrera?
–Para mí la tele fue un medio de vida, un espacio donde me profesionalicé y logré cierta estabilidad. Yo viví durante treinta años de la televisión, haciendo ciclos inolvidables como La extraña dama, Amándote, Son de diez, Los machos, Alta comedia, Vulnerables, Primicias, Tiempo final, Todos contra Juan, Socias, Solamente vos. Y menciono los programas que anduvieron bien, que son una tercera parte de todo lo que hice. Quedarnos sin ese lugar, para todos los que vivimos de esa vaca que nos daba de comer, deja un agujero irreemplazable.
–¿El cine es una asignatura pendiente?

–Hice cosas interesantes, pero siempre acompañando, nunca tuve un papel descollante. Creo que, a diferencia de la tele o del teatro, el cine es una ruleta donde tenés que acertar un pleno porque, como mucho, ¿cuántas películas podés hacer por año? Una, dos, no más. Y es jodido. La pasé bárbaro en uno de mis últimos trabajos, Sueño Florianópolis, de Ana Katz, con Mercedes Morán. La pasamos bomba, porque fuimos a filmar a Brasil un mes y yo estaba con mi hijo Joaquín, que formaba parte del elenco.
–Hiciste una película en homenaje a tus hijos Mariano y Juan.
–Sí, dirigí Down para arriba, un documental que escribí con mi hija Tamara, en la que se cuenta la experiencia de gente con síndrome de down realizando talleres de teatro. Es una película sencilla, pero de una sensibilidad extrema, donde están mis amados hijos: pudimos recorrer el país presentándola en todas las provincias. Gracias a Down para arriba entendí el verdadero valor social del arte, que pude experimentar en carne propia.
–¿Estás con algún proyecto o es difícil en este contexto?
–Siempre voy «manos a la obra» y ahora estoy entusiasmado con la realización de un documental sobre la mirada sudamericana de Shakespeare. Lo estoy encarando con la investigadora Mariana Sagasti, una actriz y directora argentina que vive en Uruguay, que da clases de Shakespeare en Londres y que pertenece a la élite de investigadores que estudian su origen, un debate permanente en Inglaterra. Entonces nos juntamos con Sagasti, que encontró pruebas y evidencias sobre quién fue en realidad. Y a partir de allí pensé: por qué no puedo hacer yo una historia sobre Shakespeare. Me saqué los prejuicios de encima y estoy embalado.