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En el centro de una escena caracterizada por su amplitud, un puñado de nombres se destaca por el peso que adquirió su obra en el circuito de las becas, las galerías y los premios. Las motivaciones de la creación. Los rasgos estéticos compartidos.

Recambio generacional. Los trabajos de El Halli Obeid, Otegui, Gómez Canle y Gravinese.

La escena local del arte contemporáneo es amplia y fértil, pero como en toda disciplina hay algunos nombres que se recortan por peso propio. Ya sea porque han cosechado premios nacionales, becas internacionales de formación o producción de obra; porque sus apellidos se repiten en las exhibiciones de museos y galerías; porque forman parte de las colecciones argentinas más importantes, los artistas Max Gómez Canle, Leticia El Halli Obeid, Diego Gravinese, Paula Otegui y Nahuel Vecino ocupan espacios de visibilidad y circulan en bienales y ferias de arte.
Afincados alrededor de referentes consagrados como Guillermo Kuitca (que además sostuvo por años una beca para artistas que fue semillero de nombres nuevos) o el Grupo Mondongo, los exponentes actuales coinciden en que producen más allá de estas variables que hoy los favorecen. Y lo hacen por aquello que tiene el arte de específico: tocar lo sensible y movilizar el pensamiento. Pero, ¿qué tiene de específica la corriente contemporánea?

Curiosidad como norte
«Pinto y pienso en el acto de pintar. Vivimos en un mundo repleto de imágenes, con muchas otras posibilidades para generarlas y consumirlas. Y me pregunto por la pertinencia de nuevas pinturas, porque no es un mundo que reflexione mucho sobre las cosas en cuanto a su necesariedad. El arte siempre está en ese filo de discusión: si es necesario o no, si incluso no ser necesario lo define», dice el artista Max Gómez Canle, que en los últimos años fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes y la Fundación Klemm.
En muchas de las obras de Gómez Canle hay paisajes: naturaleza sobre la que superpone planos de abstracción. Escenas que son fondos de otras imágenes de las que se apropia, que reproduce y en las que deposita figuras geométricas (cubos, conos) y vacíos como formas de extrañamiento. «Es bastante usual que pongamos un poco en duda la propia actividad. No hay muchas disciplinas que se pongan a sí mismas en cuestión. El arte pareciera que necesita de esa situación», observa. Y agrega: «Pintar siempre es repintar. Es muy difícil hacerlo sin toda esa carga de la historia de la pintura. Pintás de una manera que ya se hizo o sobre un tema que ya fue transitado, por eso lo que importa pasa a ser otra cosa: el qué, el cómo y el para qué».
El área de trabajo de Leticia Obeid es bien amplio: video, dibujo, fotografía e instalación. Y también incursionó en la literatura (su última novela es Preparación para el amor). Fue artista residente en Estados Unidos y Francia, y forma parte del colectivo feminista de arte Nosotras Proponemos. «Me recibí de pintora y ahí nomás dejé de pintar. Me puse a hacer video de manera muy autodidacta, no tuve una formación cinematográfica. Entonces aprendí a filmar y a editar y armé un pequeño mundo en torno a mis temas», cuenta.
La obra de Obeid está siempre ligada con el habla, la escritura, la comunicación y la traducción: las preocupaciones sobre el lenguaje que son siempre problemas de anclaje político. Unas de sus creaciones, «Relatos», agrupa una serie de entrevistas en las que se le pidió a los participantes que describieran alguna obra de arte que recordaran, para hurgar en esos pasajes entre lo visual y lo oral como traducción mediada por la memoria. «Mi producción es muy dispersa, muchas veces desarrollo proyectos que no sé en qué soporte o medio van a terminar. Me encanta poder trabajar así, en base a la curiosidad», cuenta Obeid.
«La pregunta que todo el arte contemporáneo intenta responder es, justamente, “¿Qué es el arte contemporáneo?”», plantea Viviana Usubiaga, doctora en Historia y Teoría de las Artes e investigadora del CONICET. «Contemporáneo es el arte de nuestro tiempo, pero sin embargo no se podría decir que todo artista que produce hoy es un artista contemporáneo», agrega. «Lo propio de esta corriente tiene que ver con la redefinición de los formatos de lo que tradicionalmente se entiende como una obra de arte, porque se trata de artistas que reflexionan sobre las prácticas: la pintura, las instalaciones, la fotografía y otras prácticas más conceptuales o incluso participativas».
Según Adriana Lauria, curadora y docente de la UBA, el arte contemporáneo es un fenómeno que empezó a desarrollarse entre la posguerra y la década del 60, con determinadas características, como la mezcla e hibridación de los estilos y los lenguajes. «Las tendencias, estilos y movimientos heredados de la modernidad son revisitados una y otra vez, con distintas estrategias: a modo de homenaje, a modo de parodia, a modo de crítica, maneras todas de absorber los discursos de la historia del arte», describe.

Realidad bocetada
El trabajo de Diego Gravinese podría inscribirse dentro del fotorrealismo. Sus últimas pinturas remiten al desnudo y la belleza clásica, y los trabaja a partir de figuras femeninas sumergidas en una naturaleza atemporal, una geografía desconocida, donde a veces son meras espectadoras y otras veces heroínas. «Empecé a sacar diapositivas. Y después empecé a pintar situaciones de esas diapositivas, como la típica snapshot, sin ninguna pretensión de fotógrafo, ni nada, a partir de esas imágenes donde estaban mis amigos, mis parejas, mi entorno más inmediato, lo cotidiano, lo que a simple vista puede catalogarse como intrascendente», cuenta.
A Gravinese se lo describe como un hiperrealista, definición que lo incomoda un poco. «La realidad es absolutamente abstracta, aunque la veamos con bordes precisos», dice. «Y la palabra hiperrealismo parece referir a algo más real que lo real, pero la realidad no es sino una ilusión. Por eso me gusta jugar con esa dualidad de imitar lo que veo, cuando en el fondo sé que son millones de puntos que danzan».
«En general no boceto la obra terminada, lo resuelvo sobre la marcha», explica Paula Otegui, ganadora del Premio Nacional de Pintura del Banco Central y la Beca Pollock-Krasner, de Nueva York. «Hay una imagen que es el disparador: alguna escena o tal vez la paleta de color, siempre hay una punta que aparece primero. Y además hay una continuidad con mis trabajos anteriores, porque generalemente trabajo en serie y eso arma los recorridos», completa.
En sus pinturas se acumulan redes humanas en un espacio selvático, donde la flora ocupa el primer plano. Una multiplicidad de situaciones que conforman un ecosistema, un microcosmos que funciona bajo una lógica propia. «Estoy con un proyecto de muestra en la vidriera de la Fundación Osde. Y es un proceso de producción que requiere pensar la cuestión del montaje, que es clave en el arte contemporáneo: de qué manera mostrás lo que hacés, con qué dispositivos, cómo usas el espacio y cómo se vincula todo eso con el espectador», dice Otegui.
La obra de Nahuel Vecino está repleta de intertextualidades, que van desde la pintura renacentista y el barroco al realismo socialista, la pintura de Berni o Spilimbergo. Sus personajes parecen venir desde el pasado y, al mismo tiempo, están cargados de actualidad: son presencias que cruzan túneles del tiempo. «Tengo una fuente de imágenes internas que flotan, son como vapores que se transforman. Aparecen en alguna lectura, una reflexión o una persona que observo en la calle. Es una fuente potente y constante, y mi problema consiste en decidir en qué momento las traslado a la materia», explica Vecino, que además fue bajista de la banda A-Tirador Láser. Y agrega: «Siempre intuí que lo que vemos es el velo de otra cosa que subyace, ya sea en un sentido metafísico o en un sentido simbólico. La pintura condensa todo eso en un gesto poético vivo, porque es materia atravesada por la inteligencia, que es lo que somos nosotros: huesos, carne y conciencia».
Para Usubiaga, hay muchos detractores de lo contemporáneo porque muchas veces, en su nombre, se hace cualquier cosa. «La pregunta sobre los límites, sobre si una obra es o no es arte, también es lo propio de muchas producciones que piensan justamente esos conceptos y generan un debate legítimo. Están los que creen que si no hay un trabajo en la materialidad o virtuosismo en el oficio, no es arte. Y eso es un concepto caduco. La vara de la cualidad técnica no se puede aplicar al arte contemporáneo». Lo contemporáneo, según Lauria, es un término que parece correrse, modificarse a medida que lo alcanza la historia: «Hacemos conceptualizaciones para entender y explicar los fenómenos, pero esas categorías nunca son tan rígidas y pueden ampliarse».

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