Cultura

Juan Pablo Geretto

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Experto hacedor de mujeres grotescas, estrenó un unipersonal que pone en escena a una vendedora de cosméticos que decide inventar su propia felicidad para romper con la monotonía. Retrato de un humorista que se autoproclama pesimista.

Avasallante. El actor en la piel de Estrella, el personaje inspirado en una tía lejana. (Alejandra López)

Dice que es de «tranco largo». Amplio recorrido, pocas obras de teatro, pero de larga duración. Igual que las relaciones sentimentales, que fueron «poquitas pero duraderas». El santafesino Juan Pablo Geretto es de los que prefieren «la estabilidad en el trabajo y en el corazón, porque son la columna vertebral de nuestro ser». El actor y autor acaba de estrenar Estrella, el nuevo unipersonal que concibió después de diez años de cierta «sequía». En realidad, fue el período que abarcó Yo amo a mi maestra normal, la pieza que fue un suceso en la avenida Corrientes y, también, en el interior del país.
«Necesitaba volver a crear, quería probarme, saber dónde estaba parado y la verdad es que no sentí el parate. Cuando me encuentro con el papel en blanco, las ideas aparecen, fluyen. Nunca sentí presión», reflexiona Geretto, que esta vez eligió una sala más austera, aunque encantadora, como El Camarín de las Musas. «Prioricé cuidar la obra y a Estrella, una revendedora de productos Avon cuyo único sueño es mirar televisión», describe a su flamante criatura que, según dice, se inspiró en una tía lejana de Gálvez, su pueblo natal.
Cuenta el también hacedor de Sola como una perra y Como quien oye llover, que eligió hacer dos funciones los viernes y otras dos los sábados. «Pero ya estoy arrepentido porque, a los 44 años, el cuerpo me pasa factura. Estrella es avasallante, verborrágica, catártica, se mueve de aquí para allá y en el minuto uno de la obra ya está a cien kilómetros por hora. Es incontenible, pobrecita: nunca tuvo poder de decisión, siempre su entorno ha decidido por ella, hasta que le cayó la ficha y empezó a acelerarse, a enceguecerse y a inventarse una felicidad forzada».
«Trabajador obsesivo, extremadamente metódico», se define a sí mismo en el período de ensayos, que en este caso se extendió cuatro meses. «Cada mujer que compuse, guste más o menos, tuvo la virtud de ser reconocible para el público, porque se trata de estereotipos sociales. No dejo nada librado al azar, no improviso en escena, aunque si aparece algo que gusta lo dejo, obvio. Soy un actor que trabaja a medida, por eso Estrella es un espectáculo milimetrado, con comas y puntos intocables». Sin embargo, aclara, «no soy de los que se llevan el personaje a la casa. Termina la obra y, si te he visto, no me acuerdo. No lo registro, me gusta poder desconectar».

La fiera interior
Sobre la permanencia de Estrella en la cartelera porteña, advierte que «a diferencia de mis trabajos anteriores, en estos últimos años el teatro cambió y hoy es un ámbito abismal. Por más voluntad y dedicación que le ponga, nadie me garantiza nada. Hoy el país no atraviesa una situación como para poder sentirse tranquilo. A las salas les cuesta mantenerse abiertas y al público le duele cada vez que paga una entrada». Haber pasado del circuito comercial al alternativo tuvo que ver, en parte, con lo último. «En una sala grande, los riesgos son mayores. Por otra parte, necesitaba volver un poco a las fuentes, a las salitas subterráneas de donde surgí en Santa Fe».
Paradójicamente, aunque se dedica al humor, Geretto es un autoproclamado pesimista. «Siempre fui así, nunca esperé grandes cosas de nada ni de nadie. Y tengo claro que vivo en la Argentina, un país que a un actor independiente como yo no le permite planificar mucho». Dentro de ese contexto, admite que «todo el tiempo pienso en irme, rumbear hacia otras latitudes. Y creo que podría adaptarme bien porque soy un tipo desapegado, que no extraña ni tampoco siente nostalgia. Además, estoy seguro de que si fuera una persona optimista, no me dedicaría al humor», asegura.
El escenario, explica, es «el único lugar donde la fiera que llevo dentro puede desenfrenarse: es mi espacio de alivio y de descarga. Después, en la vida real, soy una persona tímida, retraída y, por momentos, reprimida. Pero en el escenario me siento protegido porque no hay moral, no hay ética, puedo entrar con un rifle y matar gente y está todo bien, siempre dentro del humor cáustico y corrosivo que hice durante toda mi carrera».

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