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Jugadora profesional

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Gabriel Lerman/Desde Los Ángeles

La actriz que alcanzó la consagración con la serie Gambito de dama evoca los días de su niñez rodeada de amigos imaginarios en los bosques argentinos.

El Globo de Oro que ganó este año como Mejor actriz por su extraordinario trabajo en Gambito de dama es la muestra más evidente del momento único que vive Anya Taylor-Joy. La ficción de Netflix siguió cosechando galardones y, en la reciente entrega de los Premios Emmy, se quedó con la estatuilla correspondiente a la mejor miniserie. Mientras, la actriz nacida en Miami, que vivió en Argentina durante su temprana infancia, se convirtió en la estrella más buscada de su generación. Con solo 25 años, parece destinada a tener una carrera en la que los reconocimientos y la buena respuesta de la audiencia sean moneda corriente. Si bien no siempre quiere hablar en castellano, cuando lo hace exhibe un acento típico de la zona norte del Gran Buenos Aires y, aunque tiene conexiones familiares con Escocia, Inglaterra, España y Sudáfrica, se siente muy a gusto con su faceta argentina.
–¿Te sorprendió el éxito mundial de Gambito de dama?
–Claro. Si no me hubiese sorprendido sería una persona ligeramente terrible. Pero si me preguntás si cuando leí el libro pensé que la audiencia se conectaría con esta historia, te respondería que por supuesto. Esa fue la última vez que pude ser objetiva como parte del público, porque luego me convertí en Beth.
–¿Qué aspectos de la serie conectaron con los televidentes?
–La idea de que tu peor enemigo podés ser vos mismo es muy poderosa, y que podés ganarle a tus propios demonios. También que juntos somos más fuertes que separados, especialmente en el momento que estamos viviendo. Es algo que tocó mi corazón y espero que haya sido así con los demás.
–¿Ves algunas similitudes entre la carrera de Beth y la tuya en Gambito de dama?
–Claro, fue lo primero que pensé cuando leí la novela en la que se basa la serie, ya que cuando me conecté con Scott Frank, el director, aún no había un guion. Inmediatamente pude ver que mi carrera como actriz y mi obsesión con el arte eran igual a la de Beth con el ajedrez. Entonces me sentí cómoda pensando que yo era la persona indicada para contar esa historia.
–A los 5 años le dijiste a tu mamá en Buenos Aires que ibas a ser actriz. Y la protagonista ve un tablero de ajedrez en su infancia y sabe que esa es su pasión. También ahí hay un punto de contacto.
–Absolutamente, creo que Beth y yo teníamos problemas de chiquititas, ya que siempre nos sentíamos solas y estábamos buscando un mundo en donde pensábamos que podíamos contribuir con algo, que podíamos encontrar un hogar con un grupo de gente. Yo lo encontré con los artistas, con quienes tengo la suerte de trabajar, y ella en el mundo del ajedrez. Entonces sí, en toda la filmación sentí que estaba viviendo la historia de Beth, pero también estaba procesando muchas cosas de mi propia vida.
–Beth puede ver el tablero de ajedrez en el techo. Y vos leés una vez el guion y te lo aprendés. ¿Creés que uno viene con algo especial cuando nace, que ya trae un talento incorporado?
–Es difícil hablar de mí misma porque no creo que sea una genia, pero hay una magia que no puedo entender y no puedo explicar: algo me pasa cuando empiezo a convivir con un personaje. Por ejemplo, yo no jugaba al ajedrez pero de repente estoy haciendo esta serie y me acuerdo todos los movimientos y sé cómo hacer todo, no sé definirlo pero es algo que tengo. Es algo que no tendría importancia en cualquier otro lugar de la vida, pero tengo la suerte de que soy actriz y en esta profesión eso ayuda.
–Parece que no podés parar de trabajar, ¿es porque no sabés decir que no?
–Puedo decirle que no a un montón de cosas, pero no puedo decirle que no a algo que es mío, y que yo siento que soy la persona indicada para contar la historia. Mi agente podría contar que en un momento estuve a punto de sufrir un ataque de nervios porque no sabía cómo iba a hacer para cumplir con todos mis compromisos. Filmamos Emma durante un par de meses, luego tuve un día libre y me fui a rodar El misterio de Soho con Edgar Wright. Tuve un día libre y me fui a Berlín para empezar con Gambito de dama. En enero del año pasado me dio un ataque porque no sabía cómo iba a hacer para cumplir con todo. Soy una sola persona, ¿cómo voy a hacer para que funcione? Me di cuenta de que iba a tener que tratar de dormir muy bien, comer alimentos saludables y lanzarme de cabeza a hacerlo todo.
–¿Y cómo te das cuenta de que un trabajo es para vos?
–Ciertamente es algo instintivo, hay una voz interna que me guía. Al menos esa es la forma en que he llevado las cosas hasta ahora. Una vez alguien me dijo que aunque no entendiera la historia, si me gustaba el director alcanzaba para que lo hiciera, porque él seguramente sí entendía de qué iba la cosa. Todavía no me ha ocurrido, pero estoy segura de que seguiré a un director que me apasione. Por ahora es simplemente un sentimiento, me obsesiono y me siento poseída por la historia y eso es lo único en lo que pienso, y por eso tengo que ser la que cuente la historia. Es maravilloso levantarse cada mañana con semejante propósito. Muchas veces me toca despertarme a las 4 de la mañana, pero lo hago entusiasmada porque sé que voy a contar una hermosa historia.
–¿Cómo convenciste a Robert Eggers para que te dejara protagonizar La bruja?
–Robert y yo crecimos juntos en esta industria, por eso estoy entusiasmada de haber vuelto a trabajar con él en The Northman, porque es mi favorito. Pero cuando lo conocí, tuve un ataque de pánico porque había leído el guion de La bruja por la noche tarde y luego no podía dormirme. Estaba muy perdida en ese rodaje, pero él se bajó a mi nivel y me explicó que tenía que aprenderme los parlamentos, ajustar el acento y que si lo podía volver a hacer al día siguiente, todo iba a salir muy bien. Y así fue como hicimos la película.
–¿En qué medida tus años en Argentina influyeron en quien sos hoy?
–Mi madre dice que soy un cóctel, porque tengo una gran combinación de culturas en mí. Diría que mi humor es británico, porque es muy sarcástico. Mi conexión con el afecto físico es latina: me encanta abrazar y me gusta estar cerca de la gente. Soy muy apasionada y eso creo que viene de mi abuela española. Cuando me enojo mi tendencia es gritar e insultar en castellano. Además, los españoles tienen una gran pasión por la vida y yo opino lo mismo: tenemos que disfrutarla. Por lo tanto, creo que soy el resultado de la mezcla de muchas cosas.
–¿Y en tus gustos artísticos?
–Me encanta el surrealismo y eso está influenciado por mi cultura hispana, pero no juzgo a partir de mis orígenes, simplemente me dejo llevar por mi corazón.
–¿Cómo describirías tus años en Argentina?
–Me siento muy afortunada de tener los padres que tengo. Puede sonar cursi, pero son mis mejores amigos. Mi infancia en Argentina fue hermosa. Era muy varonera, estaba todo el tiempo afuera, teníamos perros, gatos, caballos, patos y estaba feliz de tener tantos animales. Luego nos mudamos a Londres y me tuve que conformar con un hámster. Tuve que ajustarme. Recuerdo que cuando llegué a Londres estaba muy confundida, sentía que ese no era mi lugar y me quería volver a Argentina. Por eso me resistí a aprender inglés durante los primeros dos años, porque creía que así mis padres se iban a tener que volver, lo cual evidentemente no funcionó. Es curioso, porque como adulta adoro Londres. Ahora me doy cuenta de que no tengo que ajustarme a un casillero para que los demás se sientan bien: soy multicultural y me da gusto que sea así.
–¿Qué recordás de esos años solitarios?
–No tenía amigos. Aún hoy me acerco más a la gente mayor que a los de mi edad. Supongo que eso tiene que ver con la relación tan estrecha que tengo con mis padres y con mis hermanos, que son bastante mayores que yo. Siento que nunca fui una nena. Jamás sentí que lo fuera. Y no lo digo con tristeza. Estoy muy conectada con mi niña interior, lo cual es una frase un tanto extraña, pero es verdad. Es que yo juego todo el tiempo. Mis personajes son como los amigos imaginarios que tenía en la infancia. Y los tenía por la falta de contacto real con los otros chicos.
–¿Te acordás de tus amigos imaginarios?
–Eran muchos. Yo me inventaba obras de teatro enteras. Cuando vivía en Argentina tenía la suerte de estar rodeada de bosques. Yo me iba corriendo para ahí y me inventaba montones de brujas y seres mágicos que eran mis amigos. Pensé que iba a dejar todo eso atrás, pero si te fijás en las películas que elijo, te darás cuenta de que no es necesariamente así.

Premiada. La actriz en la piel Beth, el personaje de Gambito de dama que encuentra en el ajedrez la forma de enfrentar a sus propios demonios.

Fotos: AFP/DACHARY


–¿Es cierto que a los 14 años te mudaste sola a Nueva York?
–Sí, me escapé. Tuve un año muy malo en la escuela y quería ser actriz. Así que me anoté en un programa de estudios en Nueva York. Un día le dije a mis padres que no quería volver a la escuela, que había ahorrado lo suficiente como para comprarme un pasaje, que podían acompañarme o no. Pero ellos me apoyaron sin dudar.
–¿No estabas cómoda en tu clase?
–Recuerdo que muchas veces volvía a mi casa y le decía a mi mamá que sentía que estaba separada de los demás por una plancha de vidrio. No me podía conectar con mis compañeros. En mi segunda película me metieron en una caja de vidrio. Miraba a los demás desde adentro y me acordaba de cómo me sentía en la escuela. Cuando hice Emma había algo que me hacía sentir incómoda de ella y luego me di cuenta de que yo nunca había sido acosadora, siempre había sido la acosada. Hoy me sirve mucho entender lo que es sentirse de esa manera, porque nadie se lo merece.
–Pasaste solamente un cuarto de tu vida en Buenos Aires y sin embargo muchos te ven como la argentina de Hollywood. ¿Cómo te hace sentir eso?
–La idea de que la gente de Argentina me quiera y sienta que yo los represento de esa manera, casi que me hace llorar. Me hace sentir muy orgullosa pero también me afecta bastante, porque siento una gran responsabilidad. La mayo parte de mi familia vive allá y yo no paso el tiempo que quisiera pasar, pero en mi mente me gustaría volver a vivir en Buenos Aires en algún punto de mi vida.
–¿Qué es lo que extrañás de Argentina?
–Obviamente a mi familia, porque hace bastante que no la veo. La comida, por supuesto, mis preferidos son los churros con dulce de leche, el pan de provolone y las empanadas, que no se encuentran tanto en los Estados Unidos o en Inglaterra. Entonces cuando vuelvo a casa una de las primeras cosas que hago es comprarme todos los churros. Y bueno, especialmente ahora con el coronavirus, extraño los abrazos, la manera en que la gente se abrazaba todo el tiempo y sin pensarlo. Extraño esa calidez.
–¿Cuál dirías que fue un momento que definió tu carrera?
–Cuando elegí hacer La bruja y no una serie de Disney. Me ofrecieron las dos cosas al mismo tiempo y hasta ese momento nunca me habían ofrecido nada. Fue una apuesta subirme a ese avión, pero algo en mi corazón me dijo que tenía que irme al medio del bosque en Canadá, sin teléfono y sin poder comunicarme con nadie. Hoy puedo decir que estoy aquí gracias a esa decisión.
–¿Dónde está tu casa en este momento?
–Compré mi primera casa en Londres y me dio mucho gusto desarmar las valijas. Por otro lado sé que me mudaré por seis meses a donde tenga que filmar mi próxima película. Creo que mi corazón nómada nunca va a querer quedarse en un solo lugar, pero es bueno tener una casa a la que siempre se pueda volver.
–¿Te queda algún sueño por cumplir?
–Tengo muchos sueños, tal vez demasiados. Filmar The Northman con Robert Eggers fue como volver a trabajar con mi familia. Es maravilloso reincidir con la gente que me presentó en este mundo. Pero mi gran sueño es hacer un musical, siempre me gustaron las películas de los 40. En aquellos tiempos no solo tenías que poder actuar, tenías que poder cantar y bailar. Me encantaría enfrentarme a ese desafío.

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