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Kaidú

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Damián Huergo

Paula Pérez Alonso
Tusquets
117 páginas

En el «Poder del perro», la carta de despedida que le escribe Neil Gaiman a su perro Cabal, dice que su compañía lo ayudó a redescubrir bosques de los alrededores de su casa, mil veces transitados en soledad. Algo similar le sucede a Aína, la protagonista de Kaidú, con el perro que le da título a la última nouvelle de Paula Pérez Alonso. «Y yo, que apenas he salido del umbral de mi barrio, en poco tiempo estoy revolucionada; mi relación con el mundo ha cambiado. Kaidú abre mi posibilidad a un plano incógnito», dice la narradora. Kaidú es un ejemplar callejero que su novio recogió en una perrera. Aína los conoce en simultáneo, completando de un flechazo cuasi onírico un triángulo amoroso que desborda los límites del lenguaje y, sobre todo, de las especies. En su primer libro, el hitazo noventoso No sé si casarme o comprarme un perro, Pérez Alonso dejaba flotando la pregunta sobre cómo vivir juntos en una época hecha para vivir de a uno. La bella y recomendable Kaidú no es una respuesta automática al dilema sino que, por el contrario, es una salida borgeana, por arriba. Kaidú, como todos los integrantes de esa jauría que se pasea por la buena literatura –que va desde el Mi perra Tulip de Ackerley hasta el querido Charley de Steinbeck, pasando por el Apollo que narra Sigrid Nunez en El amigo–, no es un animal humanizado. Su presencia es una oportunidad para ampliar las posibilidades de percepción, para andar sin las correas de la socialización, para revistar territorios conocidos e ignorados. Incluso, como le sucede a Aína, es un compañero para explorar el «núcleo figurado de máxima intimidad» que escondemos en un rincón de la exposición permanente de nuestros días.