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La cartelera de la avenida Corrientes se nutre de títulos de éxitos cinematográficos como Perfectos desconocidos, Cabaret, Sugar, Atracción fatal y Escenas de la vida conyugal. Dramaturgos, directores, actores y productores analizan la tendencia.


Obras. La mujer de al lado, Departamento de soltero, Cabaret, Los puentes de Madison, Perfectos desconocidos. (Prensa)

Los títulos de películas de distintas épocas que vivieron su esplendor se multiplican en la cartelera de los teatros porteños. Lo que empezó hace unos años, tibiamente, con Misery, Los productores y Sunset Boulevard, se fue consolidando con Sugar, Hairspray, Un día muy particular y Sweeney Todd. En los últimos tiempos, la tendencia se ramificó con Los 39 escalones, Cuando Harry conoció a Sally, Los puentes de Madison, Departamento de soltero, Perfectos desconocidos, La mujer de al lado, El Rey León, La bella y la bestia, Cabaret y Escenas de la vida conyugal. La lista es extensa, pero promete engrosarse todavía más en 2020.
Los buenos antecedentes de una historia que alcanzó la popularidad en otro formato parecen funcionar como una suerte de garantía para productores, directores, adaptadores y público. Sebastián Blutrach, propietario de la sala El Picadero, apunta que «muchos éxitos resisten el paso del tiempo y, con un plus de actualidad, vuelven a estar en carrera».
 ¿Se versionan grandes sucesos cinematográficos pensando que eso garantizará una buena taquilla? Para Mauricio Dayub, protagonista de El amateur y Toc Toc, «los ojos se posan en todo lo que es un éxito. En los últimos tiempos el éxito y la viralización se han convertido en una obsesión en el teatro comercial». El dramaturgo Roberto Tito Cossa refuerza la idea: «El éxito es lo que más fracasa. La búsqueda desesperada no genera el clima necesario para lograrlo».
Como sea, la adaptación de una película al lenguaje teatral implica una tarea exigente. Para el autor y director José María Muscari, que llevó a las tablas ese hito fílmico que fue Atracción fatal, «lo más difícil es conseguir lo que se llama “la autonomía teatral”, que de alguna manera sirve para evitar alguna comparación para quien haya visto la película. Otra cosa compleja y que obliga a maximizar hasta un alfiler es la resignación y el recorte de personajes y situaciones, buscando una versión más universal. Creo que el mayor error de esa “mudanza” sería reproducir lo que ya existe».
Daniel Veronese, que viene de adaptar a las tablas Todas las mujeres y 7 días, señala que «el teatro pide una serie de elementos dramáticos que deben ser respetados o tenidos en cuenta a la hora del pasaje de un estado al otro. Situaciones bien resueltas en el set no producen el mismo efecto en la sala. En el caso de estos dos films, ambos tenían un formato que mostraba una primera llegada al escenario bastante accesible».

Cambio de hábitat
«El cine y el teatro pueden competir, dialogar, retroalimentarse, pelearse y volverse a amigar», opina Gastón Duprat, autor, director y productor, que suele trabajar en tándem con Mariano Cohn. Duprat estrenó recientemente La mujer de al lado, adaptación de El hombre de al lado, la película que la dupla lanzó en 2009. «En el teatro menos es más. Y lo no mostrado invita siempre al espectador a completarlo con su imaginación, en un juego que le otorga un lugar de privilegio por el hecho de estar ahí, en vivo».
Para Mario Diament, autor de Cita a ciegas, que fue de las tablas a la pantalla grande, «el cine y el teatro son dos medios muy diferentes, que demandan formas expresivas distintas. A veces se complementan, pero otras veces los resultados son muy disímiles. Por lo general, la tendencia ha sido ir del teatro al cine, porque el teatro es más barato de producir y un éxito garantizaba un buen punto de partida para una película. Pienso en las obras de Tennessee Williams o las de Neil Simon. El recorrido inverso es menos habitual, pero se hace, aunque eso no garantiza un éxito seguro, porque los recursos del cine se achican cuando la idea pasa al teatro».
Experto en la materia, Javier Faroni se encargó de la producción de 39 escalones, Cuando Harry conoció a Sally, Un día muy particular y El otro lado de la cama, entre otras. «Soy un convencido de que este ida y vuelta enriquece a todas las partes. Una vez que se estrena, nadie es propietario de nada: las lindas historias no tienen dueño, salvo el autor original y la gente que lo recibe», afirma.
Cossa considera que no se trata de una moda. «Quizás estemos atravesando una época de pocas luces, de escasas ideas», dice con una sonrisa. Conocedor del ambiente, sostiene que el público argentino «es muy sabio, entiende el juego, por eso no hay que menospreciarlo. El espectador, históricamente, va al teatro primero por el actor y después por la historia. Y, en estos tiempos de bolsillos vacíos, no quiere confundirse y va a lo seguro».
Veronese tampoco cree que se trate de una tendencia actual, pero discrepa con Cossa en un punto clave: «Las ideas a veces son mejores y a veces peores. Pero desde que yo estoy en este mundillo, el teatro espió y hurgó material en el cine para poder llevarlo a un escenario. Quizás lo que faltan son materiales potentes, entonces se busca por todos lados. Y entonces el cine aparece como un formato apetecible».

Cuestión de oficio
Flamante productor de La mujer de al lado, Tomás Rottemberg remarca que «hay un histórico vínculo entre el cine y el teatro, siempre existió esa reciprocidad, más allá de que para el imaginario popular se hayan tratado como perro y gato. Mi viejo, Carlos Rottemberg, siempre me inculcó que como productor hay que estar muy atento a lo que ofrece el cine y, sobre todo, a lo que puede ser adaptable».
Diament recoge el guante: «No pienso que el cine y el teatro hayan sido acérrimos enemigos. Hay ejemplos muy exitosos de adaptaciones cinematográficas de obras teatrales (ver recuadro). Sí creo que las malas adaptaciones, en una u otra dirección, son el resultado de malos libros».
Duprat dice que siempre creyó que la película El hombre de al lado era «súper adaptable, desde el vamos». Lo que hicieron, entonces, «fue hacer foco en un buen diseño sonoro, con una musicalización que tenga un rol importante en la creación de climas. Pero la columna vertebral del texto es más o menos la misma que tenía la película. Es cierto que, con la incorporación de Griselda Siciliani, la versión teatral es mucho más perturbadora y está muy a tono con la época, porque de alguna manera refleja toda la discusión alrededor de la igualdad de género».
Muscari no encuentra puntualmente «un motivo para hallar teatralidad en una película». Veronese cree que «se trata de oficio y ese ojo clínico que está activo siempre». Blutrach habla de la importancia de «estar siempre al tanto de lo que vaya surgiendo de nuestro primo, el cine, y pensarlo para nuestra idiosincrasia». Pero si se trata de buscar algo cautivante en la pantalla grande, «la psicología de los personajes es un gancho», afirma Muscari, que también llevó al escenario 8 mujeres, la película de Francoise Ozon.
Duprat puntualiza que hay «películas de cámara, que tal vez no tienen una gran exposición, pero sí poseen mucha teatralidad porque la acción transcurre en un mismo ámbito y en una misma línea de tiempo». Rottemberg destaca ese otro tipo de films que «han tomado un nivel de éxito por encima de la media, esos tanques de Hollywood con los que uno se engancha un domingo a la tarde».
Los entrevistados coinciden que tienen que estar siempre atentos ante un buen guion, venga de donde venga: una película, una novela, una biografía. Aunque enseguida aclaran que nada garantiza el éxito, menos en un país tan inestable económicamente. A modo de conclusión, dicen que más allá de dónde provenga la idea, lo más importante es contar una historia atractiva, atrapante, para que el público disfrute, los actores tengan trabajo y las salas mantengan su nivel de actividad.

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