Cultura | ANNIE ERNAUX, PREMIO NOBEL DE LITERATURA

La palabra justa

Tiempo de lectura: ...
Osvaldo Aguirre

El galardón otorgado a la escritora francesa potencia una voz que reivindica el compromiso político y se alza contra el individualismo, la discriminación y el racismo.

Género y clase. Nacida en Normandía en 1940, Ernaux construye su historia de escritora como un trayecto iniciado en los márgenes de la alta cultura .


Foto: AFP

Después de las polémicas, del desconcierto e incluso de la indiferencia con que fueron recibidos anteriores ganadores, la Academia Sueca retoma uno de sus mejores criterios para otorgar el Premio Nobel de Literatura: elegir obras que además de su calidad proyectan intervenciones críticas sobre cuestiones del presente. El galardón para Annie Ernaux, escritora feminista, cobra sentido al mismo tiempo en el plano de la literatura y en un contexto determinado por el avance global de los nacionalismos y las políticas de derecha.
En su primer contacto con la prensa después de enterarse a través de la radio de que había ganado el Nobel, Ernaux hizo una reflexión sobre la importancia que personalmente le asigna al premio: «Para mí representa algo inmenso en nombre de aquellos de quien provengo. Alguna vez dije que quería vengar a mi raza». La declaración refiere a sus orígenes en una familia humilde de Lillebonne, pueblo de la región de Normandía donde nació en 1940, una marca persistente en su obra.
Atenta a los excluidos y a las desigualdades, ella misma construye su historia de escritora como un trayecto iniciado en los márgenes de la alta cultura. Claro que tuvo un golpe de suerte notable: Gallimard aceptó el manuscrito de su primer libro, Los armarios vacíos (1974), y se convirtió en la editorial de su obra hasta hoy.

La verdad y el lenguaje
Ernaux suele definirse como «una tránsfuga de clase» al recordar los sacrificios de los padres para que accediera a la educación universitaria. Pero la procedencia social y la condición de mujer son factores determinantes en sus puntos de vista literarios y en posicionamientos públicos como las críticas al resurgimiento de los fascismos y a la presidencia de Emmanuel Macron, el apoyo al movimiento de los chalecos amarillos y las observaciones sobre las discriminaciones de clase y género en la Europa actual.
Esa postura bastaría para descartar la adscripción corriente de su obra a la literatura del yo, una etiqueta que Ernaux rechaza y que parece más ajustada a valores que precisamente cuestiona: el individualismo y la abstracción del escritor de los problemas de la época. El aborto clandestino que relata en El acontecimiento (2000) condensa un cruce de experiencia propia y cuestión social: en octubre de 1963, cuando la estudiante de filología Annie Ernaux descubre que está embarazada y decide no seguir adelante con la gestación no solo enfrenta el drama de la soledad en esa circunstancia sino el de encontrarse en una sociedad que castiga el aborto con prisión.
Ese cruce resulta característico de su obra, como puede notarse en El lugar (1983), donde el duelo por la muerte del padre se complejiza en el contraste entre los ideales burgueses y valores perdidos del mundo rural, No he salido de mi noche (1997), a partir de la enfermedad de Alzheimer de la madre, o Mira las luces, amor mío (2014), registro de la cotidianeidad en los supermercados y de la degradación de las interacciones sociales en el circuito del consumo. En una coyuntura signada por las imágenes y las ficciones de la cultura digital, Ernaux vuelve a hablar de la literatura como «un compromiso con la verdad».
A diferencia de las literaturas del yo, Ernaux no considera que el lenguaje sea un recurso inmediatamente disponible sino más bien un problema y un objeto de trabajo en función de una expresión despojada y precisa y de una búsqueda formal orientada por la construcción de una mirada más aguda sobre el mundo. Las referencias autobiográficas son el punto de partida de textos que exceden la historia personal y resisten las clasificaciones convencionales: «no se trata de hablar de mí, sino de encontrar a través de uno mismo algo común, algo que pueda pertenecer a los otros», declaró en una entrevista.
En ese sentido, la novedad de Ernaux consiste en plantear una obra que trasciende no ya los géneros literarios sino las disciplinas de las ciencias sociales. Ficción, historia, sociología, «etnotexto», observación de campo y biografía convergen en una escritura que se propone «ver de otra manera» y reconocer «objetos, individuos, mecanismos» carentes de dignidad para las convenciones de la literatura, según afirma en Mira las luces, amor mío.
«Ver de otra manera» es además asumir la perspectiva de una mujer «contra la concepción masculina del mundo». Ernaux suele advertir sobre el arraigo de valores machistas a pesar de los avances del feminismo y notablemente en el campo literario, «que sigue dominado por los hombres y su ideología», y observa la reacción conservadora contra el feminismo como un desafío para el futuro inmediato.
Ernaux aparecía mencionada como candidata pero el Nobel que le otorgó la Academia Sueca tuvo también un carácter inesperado. La repercusión excede el sentimiento de justicia de muchos lectores ante el reconocimiento a la obra: el premio potencia una voz que reivindica el compromiso político de la literatura, que se alza para defender los derechos de las mujeres y de los excluidos del orden social, en un momento en que esas reivindicaciones están amenazadas.

Estás leyendo:

Cultura ANNIE ERNAUX, PREMIO NOBEL DE LITERATURA

La palabra justa