Cultura | Paquita Bernardo

Leyenda tanguera

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Andrés Casak

Documentales y piezas teatrales evocan la epopeya de la bandoneonista que hace 100 años debutó con su propia orquesta y dirigió a Osvaldo Pugliese.

Vecina ilustre. El mural que la homenajea en Plaza Gurruchaga, Villa Crespo. (Guadalupe Lombardo)

La leyenda de Paquita Bernardo tiene ribetes hollywoodenses: es la historia de resistencia de una mujer que rompió con todos los cánones y se impuso entre los hombres. Una joven que se abrió paso desde los arrabales para consagrarse como la primera bandoneonista en la historia del tango, desafiando el prejuicio de que elegía un instrumento «inapropiado» porque debía abrir y cerrar las piernas para ejecutarlo. Una música, directora y compositora con notable repercusión, que contó en su orquesta con un joven Osvaldo Pugliese y cuyos tangos grabó el mismísimo Carlos Gardel. Una pionera que apenas vivió 24 años. Síntesis perfecta entre empoderamiento y resiliencia, luchó contra todo mandato social. Hoy, a 100 años del debut de la Orquesta Paquita, diferentes obras teatrales, musicales y documentales hacen foco en su epopeya.
Hija de padres españoles, Francisca Cruz Bernardo nació el 1 de mayo de 1900 en Villa Crespo. Integrante de una familia proletaria, comenzó a aprender piano en un conservatorio barrial. El sonido del bandoneón la enamoró; primero debió estudiar a escondidas y luego, con el consentimiento paterno, se perfeccionó con Pedro Maffia y Enrique García. Todo transcurrió en forma precoz: dio sus primeros conciertos en bares, eventos de beneficencia, parroquias y en 1921 fue contratada por el Café Domínguez de la calle Corrientes. La Orquesta Paquita era en realidad un sexteto integrado por hombres –allí estaba Osvaldo Pugliese dando sus primeros pasos como pianista– y encabezado por ella, algo inédito para el género. Su consagración en el centro porteño tuvo un delicioso detalle de época: cuando se presentaba, había que desviar a los tranvías por otros recorridos debido a las aglomeraciones de público. Entre 1922 y 1924 su trayectoria cobró especial impulso: se presentó en la inauguración de Radio Cultura, en el Teatro Coliseo, en el Teatro Argentino de La Plata, fue premiada en el Primer Concurso del Disco Nacional, hizo una gira por Uruguay. Su repentina muerte ocurrió en 1925, a causa de una neumonía. Paquita no dejó grabaciones, pero sí quince composiciones, como «La enmascarada» y «Soñando», que grabó Carlos Gardel.

Vanguardia cultural
La cineasta Gladys Gazzero filmó el recomendable corto documental La Paquita, que se puede ver en YouTube. Para ella, el trabajo de la familia de la bandoneonista se volvió fundamental en la preservación del legado. «Paquita fue una transgresora y una irreverente, luchó contra todo lo que la sociedad tenía reservado para las mujeres. Y además fue fiel a su lugar de origen, interpretó la música que escuchaba en su barriada», dice la directora.
La cantante y bandoneonista Rocío Araujo, quien personificó a Paquita Bernardo en el musical 1919. Armonía inconclusa, coincide con esta visión. «Ella quebró el paradigma de las actividades exclusivas para hombres. Imaginemos esta situación: Paquita al frente de su grupo en bares pesados de la noche de hace 100 años, difíciles para cualquier persona. Y allí estaba, con su bandoneón y su pollera. Plantó una bandera que hoy levantan los colectivos feministas». La dramaturga y directora Andrea Marrazzi, autora de la pieza de teatro breve Una flor en el desierto, subraya que fue una adelantada a su tiempo. «No quería casarse ni ser la mujer de nadie. En lo artístico, formó parte de la vanguardia de los comienzos de siglo XX, en una línea que une a Paquita con Blanca Podestá y Federico García Lorca».
Una plazoleta a metros del Obelisco lleva el nombre de Paquita Bernardo, pero en Villa Crespo es bastante más que un secreto: la huella de Paquita la del barrio se puede seguir por todas partes. Está reflejada en murales y placas. Los sitios web barriales la ubican a la altura de otros vecinos ilustres como Leopoldo Marechal y el propio Pugliese. También se la recuerda como «La flor de Villa Crespo».

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