Cultura

Los usos del lenguaje

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La suya es una de las voces más potentes de la poesía actual. Con la escucha atenta y las redes sociales como herramientas creativas, construye un catálogo de vidas imaginarias.

 

Inspiración. Blatt dice que escribe de un tirón, pero que no puede forzar ese momento. (Jorge Aloy)

Un sensor es un dispositivo capaz de recibir información del exterior para transformarla en señales útiles. De la obra de Mariano Blatt (Buenos Aires, 1983) se ha dicho, entre otras cosas, que es una poesía sensible. Empezó publicando sus escritos en Fotolog –ese fenómeno de las redes sociales que explotó hacia 2005– y, desde entonces, sus lectores se han multiplicado una y otra vez.
«Cuando era chiquito escribía cuentos y quería ser escritor, pero en la secundaria me alejé de eso. Poesía nunca había leído», cuenta. Según explica, empezó leyéndola «de atrás para adelante» cuando encontró de casualidad en una librería un poemario de Andi Nachón, con quien había tomado un curso en el Centro Cultural Rojas. Blatt supo hacer jugar esa inversión a su favor. «Todo empezó por ese libro. Por googlear a Andi Nachón y encontrar poetas que estaban cerca de ella y seguir leyendo».
Increíble, su primer libro, salió en 2007. Le siguieron El pibe de oro, Pasabobos, Nada a cambio y No existís. Sus versos, de una potencia envolvente, son construcciones libres de pretensiones abstrusas. Mantras en los que se acuna una música tibia y placentera. También circulan en plaquetas y en Internet. Eso incluye su cuenta de Twitter: «Lo que hago siempre tuvo relación con las redes sociales. Trato de tuitear en la misma sintonía con la que escribo. De usarlo como parte de mi obra. Me gustaría que se pudiese leer así».
Blatt define esa sintonía como «un raptito de inspiración»: «Diez, quince minutos en los que me sale todo de corrido. Escribo el poema; los versos van cayendo. Estoy en un momento, no sé cómo explicarlo, es algo que siento y me ocurre cada tanto. No lo puedo forzar. Soy muy exigente con mis textos: hay un montón que descarto. Soy mi primer filtro».
En sus libros incorpora mucho de lo que capta, de oídas, del mundo. «Algo que me gusta muchísimo es escuchar cómo hablan las personas, los giros que usan. Tratar de ver cómo habrán llegado las palabras a significar lo que significan. Soy como un lingüista frustrado, porque nunca estudié», sostiene. «Hay un libro de entrevistas a Juan L. Ortiz, Una poesía del futuro, donde dice que el poeta tiene que reivindicar el lenguaje de su tribu. Yo creo que el lenguaje nunca se está denigrando. Todo eso de que los jóvenes ahora hablan mal o peor que antes, que las faltas de ortografía son eso y no otra cosa, me parece en el fondo una cuestión racial. Lo que más me atrae es el lenguaje en uso, sus zonas más jergosas y, por alguna cuestión de curiosidad o afinidad estética, lo jergoso juvenil y varonil».
«Y vos pensás en cosas de este mundo que están en otro mundo», se lee en «Mar del Plata». «Soy tan fanático de la melancolía que siento nostalgia de cosas que ni siquiera viví. La mayor parte del universo que está en mis poemas no tiene mucho que ver con mi experiencia biográfica. Casi todo lo que escribo es lo que me hubiera gustado que me ocurriera. Algunas cosas sí me pasaron, pero no soy yo nunca. Son los demás, los que me hubiera gustado ser. Tengo ese mambo de nunca haber sido nada. Estoy ahí, boyando, solo, inventándome todas esas cosas. Trato de escribir para suplir todo eso que yo hubiera querido que me pase y no me pasó», explica.
«Más que publicar me gusta leer en público», asegura. «De hecho, apenas termino de escribir algo que me gusta pienso en la próxima lectura. Como mi relación con la escritura es tan esporádica, cuando tengo un poema nuevo me pongo muy contento y en seguida quiero compartirlo. También me gusta escuchar, pero a veces siento que tendríamos que ser más exigentes», agrega, en referencia a los recitales de poesía.
«Hay un programa de temas en mi cabeza, pero se me aparecen: no los elijo», dice. «Si bien trabajo inventando un yo, que no soy yo, todo lo que escribo no lo puedo leer adelante de mi mamá o mi abuela, por ejemplo. Me da vergüenza. Me pregunto por qué será que todo lo que escribo es justamente lo que no me animaría a decir adelante de mi familia. Cosas como esto de que “escribo para ser cada día más puto”. Mi familia, obviamente, ya sabe quién soy. Pero, como a la mayoría de los gays de mi edad, cuando me tocó decirlo era todavía bastante traumático. Mucho menos que antes, pero seguro más traumático que ahora. Supongo que tendrá que ver con eso el hecho de que gran parte de mi escritura haya derivado para ese lado. Y, también, porque es lo que más me divierte».
Desde el año pasado, Blatt forma parte de Embalse, un nuevo espacio en Buenos Aires que se define como un «gimnasio de poesía». Allí coordinó un taller y ahora participará como curador: «Embalse es una pequeña escuelita. Hay un montón de opiniones, y todas pueden ser válidas, sobre si se puede o no enseñar poesía. En mi caso no tengo formación académica en letras: no tengo mucho conocimiento formal. Mi relación con la poesía siempre fue un poco mística, mágica, como de improviso: algo que no se puede controlar. Aprendí poesía leyendo y conversando. El taller es un lugar de conversación sobre poesía».
Además, junto con Damián Ríos codirige el sello Blatt & Ríos. «Me había anotado en Antropología, después me iba a pasar a Letras, pero terminé estudiando Edición en la UBA. En un momento me pesaba no tener formación, haber leído poco y desordenadamente, sin un sistema. En los únicos momentos en que sí me pesa es cuando me pongo a hablar con otros poetas. Me doy cuenta de que no leí casi nada de lo que leyeron los demás. Me da lástima no haber leído algunas cosas y no saber ya por dónde empezar. Pero no me pesa a la hora de escribir».

Valeria Tentoni