Cultura | COSQUÍN 2024

Lunas mágicas

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Gabriel Plaza (desde Cosquín)

En su última edición, el tradicional festival volvió a erigirse en un punto de celebración y encuentro para músicos y seguidores del folklore de todo el país.

Fiesta. La noche de Soledad en la octava luna fue una de las más convocantes en la programación de este año.

Foto: Daniel Cáceres

Son las diez de la mañana y es la última luna del Festival Nacional de Folklore de Cosquín. Hay clima de despedida. Por las calles se ven a las primeras personas que caminan con sus mochilas, instrumentos, o cargan valijas en dirección a la terminal. En unas horas se conocerán los premios Consagración de este año: José Luis Aguirre y Ahyre. El premio Revelación, que es elegido entre los ganadores del Pre Cosquín, quedará para el armoniquista Luciano Taragno, ganador en el rubro instrumental, y el Premio Camín a la trayectoria, para el jujeño Tomás Lipán, que llevó su voz ronca de zamba y ese color del carnaval al escenario Atahualpa Yupanqui.
En su edición 64, el festival fue una caja de resonancia de todo lo que sucede en el país. Es así desde que fue creado en enero de 1961 por un grupo de vecinos, y se transformó en el festival más popular de la música argentina. Aquí se consagró Mercedes Sosa, y aquí también surgirían fenómenos populares como el de Soledad y Abel Pintos.
Durante años fue modelo artístico para otros festivales. Este año, tras la amenaza del recorte presupuestario del Gobierno nacional a las provincias, varios festivales se suspendieron. Cosquín, organizado por la municipalidad, siguió adelante. En su historia, incluso con la amenaza de la dictadura militar, solo se dejó de hacer en 2021 debido a la pandemia.
A pesar de las polémicas que forman parte de esa tónica de pueblo chico y alimentan el runrún a su alrededor, este evento veraniego mantiene su lugar como epicentro de la música popular argentina. Es la meca del folklore: Cosquín es el lugar donde los artistas más importantes de la música de raíz quieren estar.

Patio de tierra
Soledad, cuyo fenómeno despegó en 1996, dice que siempre tiene que rendir una suerte de examen en la Plaza Próspero Molina. Sus fans llegan desde distintos puntos del país, en una suerte de caravana ricotera. La noche de la cantante de Arequito en la octava luna fue una de las más convocantes, frente a otras jornadas en las que la plaza lució a la mitad de su aforo para 10.000 personas. En su presentación se agotaron las entradas y los alrededores de la plaza estaban llenos de personas que bailaban en la calle mientras cantaban con su popurrí de chacareras.

Baile callejero. Una escena repetida durante las noches coscoínas: la danza popular a cielo abierto.

Foto: Prensa

La presencia del maestro Raúl Barboza, frente a otras propuestas de dudosa calidad, fue necesaria para equilibrar la balanza de una grilla con más de diez artistas por velada. Barboza es como esos chamanes de la tribu que bajan su mensaje musical con sabiduría. En la plaza el público se quedó hipnotizado al escuchar su acordeón. Su obra es uno de esos tesoros nacionales que siguen ahí, listos para ser descubiertos por más personas. 
Uno de los mejores homenajes a Ramón Ayala fue del acordeonista y compositor Chango Spasiuk. No solo lo recordó con su obra, en una performance sentida y profunda de «El cosechero», sino que también dijo estas palabras: «Hace muy poco tiempo nos dejó, pero quedó su música. Posiblemente cuando destruyan todo, en algún momento, o lo destruyan todo mil veces, vamos a volver entre otras cosas a las canciones de él para agarrar fuerza y construir lo que nos importa». 
No fue el único artista que se pronunció en defensa de la cultura sobre el escenario Atahualpa Yupanqui: también lo hicieron desde Juan Fuentes hasta el Dúo Coplanacu, entre otros. El festival siempre estuvo atravesado por su contexto social y político.
Este año la cumbia ocupó un lugar importante. Los Palmeras, que habían participado en 2016 como parte de la delegación santafesina, se presentaron como uno de los números principales del sábado 27 y transformaron la plaza Próspero Molina en un cumbiódromo. El terreno había sido preparado dos días antes por la orquesta cooperativa La Delio Valdez, que tuvo un debut consagratorio y sorprendió a lo largo de una hora con el sonido de sus cumbias tradicionales.
El certamen del Pre Cosquín, que se realiza unas semanas antes en el mismo predio, es un semillero musical inagotable y de allí también se nutre el recambio generacional. El neuquino Nico Pérez, ganador del certamen en 2023 en el rubro canción inédita, volvió para cantar en la Peña de la Piri, uno de los reductos alternativos.
Allí, en ese patio de tierra debajo de una morera, bombillas de colores, banderines, con mesas largas que se comparten entre amigos y desconocidos, sucede la magia coscoína. El espacio que surgió en 2012 tiene el espíritu de aquellas peñas jóvenes de los 90, como las de Ica Novo y el Dúo Coplanacu, y es un espejo de otra corriente de músicos, como el crack de Juan Murúa, el dúo Madera Mineral o Milena Salamanca. Esa esencia emerge en el patio de la Pirincha y en La Salamanca, otras de las peñas más activas del circuito coscoíno.

Escenario. Con un aforo para 10.000 personas, la Plaza Próspero Molina a pleno.

Foto: Prensa

Hay un Cosquín que no es televisado y que es el más importante: el de los grupos de amigos y familias que van al mismo camping hace 40 años para serenatear todos los días y vivir su propio festival; el de las casas secretas, escondidas al fondo, donde músicos como Pancho Cabral presentan libros y estrenan canciones; el de los asados y encuentros espontáneos de poetas, donde se discuten ideas sobre el estado del género; el del baile en el río y las madrugadas con el último café con leche a las seis de la mañana; el de los miles de musiqueros anónimos de distintas provincias que llegan con el sueño de ser descubiertos en una peña.
La artista coscoína Paola Bernal, que presentó su disco Agua de flores, ganador del premio Gardel, dice que este pueblo está habitado por una magia que tiene que ver con la fuerza de los habitantes ancestrales de esta tierra. Por eso hay una atmósfera que permite que cada enero se active una energía de celebración y encuentro, como un gran polo magnético, donde personas de distintas provincias y tonadas llegan a este lugar con el fin de reencontrarse, al fin y al cabo, con su propia identidad.

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