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Manos a la obra

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A contramano de la vertiente industrial, varios sellos independientes publican libros únicos, con tiradas reducidas. Gajes de un oficio que apuesta a escritores originales.

Taller literario. Oliveira, el fundador de Funesiana, da clases de encuadernación y ya publicó una quincena de títulos. (Jorge Aloy)

Aprendieron a encuadernar libros tomando cursos, mirando videos en YouTube o pasándose trucos entre ellos. Conocieron los secretos del oficio a fuerza de prueba y error, trabajando en pequeños talleres, muchos de ellos improvisados en sus propias casas. Sus ejemplares circulan a pedido, en ferias, presentaciones y lecturas públicas. Son pocas las librerías donde pueden encontrarse: «Muchos libreros se empeñan en poner a las editoriales artesanales a la altura de las transnacionales y pretenden el 40% de la venta. Algunas pocas comprenden que las condiciones no pueden ser las mismas», explica Micaela Ramos, editora de la novel Un invierno.
Lo cierto es que buena parte de la literatura más original que se está dando a conocer en Argentina hoy encuentra su cauce en los catálogos de las editoriales artesanales, con un promedio de 50 ejemplares por tirada. Se podría mencionar a Eloísa Cartonera como un caso pionero en el rubro: el sello fundado a comienzos del nuevo siglo por el escritor Washington Cucurto fabrica la tapa de sus ejemplares a partir del material que los cartoneros juntan en la calle.
Lucas Oliveira inauguró la Funesiana en 2007, según cuenta, «porque quería publicar mi propio libro, ya que otros editores no aceptaban mis textos». Desde entonces, ha publicado 15 títulos elegidos con criterios a los que difícilmente podría atender una editorial comercial: «Me gusta publicar autores que se olvidan de las operaciones de prensa, que piensan mucho menos en ser famosos que en trabajar como artistas de las letras. He publicado textos de escritores que dejan en evidencia sus falencias, sus obsesiones, sus límites, sus dificultades».
«Lucas me enseñó a encuadernar gratis, con la condición de que empiece mi editorial en San Francisco Solano. Y lo hicimos. Una vez que aprendí, le transmití el conocimiento a Patricia, mi novia, que es con quien llevamos adelante el proyecto», cuenta Walter Lezcano, editor de Mancha de aceite. Llevan 10 obras publicadas entre narrativa, poesía y ensayo: «Creemos que un editor es alguien que se enamora de una voz. Nuestros libros son hermosos desde el packaging y violentos desde el contenido».
Simulcoop, de Loma Hermosa, surgió como «reivindicación y abrazo al libro como objeto. Como una alternativa de catálogo, para hacer circular a otros autores fuera de la lógica de pagar para editar y que encima nadie se encargue de hacer que los libros circulen», según cuentan Damián Lamanna Guiñazú y Quinito Díaz. En la presentación de su primer título agotaron la tirada. «Pintoras y grabadoras trabajan especialmente y al unísono con los autores y las diseñadoras para cada libro», explican.
En Simulcoop son varios los involucrados; distinto es el caso de Un invierno. Después de encuadernar su primer volumen siguiendo un tutorial en YouTube («Una encuadernación que quedó preciosa pero que me llevó cuatro agotadoras horas de trabajo físico e intelectual»), Micaela decidió tomar clases en algunos talleres. En apenas unos meses publicó 5 obras exquisitas: novelas, traducciones y plaquetas de poesía. «Muchos de ellos llevan detalles como dibujos hechos a mano o guardas pintadas. A muchos les incluyo dibujos originales en pergamino vegetal o en papel para acuarela. Siempre estoy pensando qué vuelta darle», dice.
En City Bell se encuentra otro proyecto unipersonal, Barba de abejas: una «editorial hogareña» cuyo eje son las traducciones. Su editor, Eric Schierloh, está trabajando ahora en la colección Fetiche2, «donde el libro artesanal se vuelve todavía más “objeto”: en este caso agregando semillas de árboles, dibujos, fotografías y un diseño que se sale del habitual. Los libros de Barba de abejas cuentan una historia que empieza en la tapa y termina mucho más allá del sello de la contratapa. Le doy mucho peso a las ilustraciones, a la simbiosis entre diseño y soporte, a la obra en sí y al diálogo que mantiene con la biografía del autor».
Los rosarinos Rodrigo Castillo, Rafael Carlucci y Nicolás Manzi llevan adelante El ombú bonsái desde 2009: «Queremos seguir haciendo libros a mano, porque es en esta forma de trabajar en la que podemos poner nuestra impronta. Apostamos por lo singular en su sentido más propio: el que viene determinado por el trabajo de crear ejemplares como objetos de arte o, en otras palabras, de afirmar lo ejemplar como tal; como no seriable. Apostamos a la encuadernación como oficio, como la posibilidad de sostener en el tiempo un saber hacer capaz de resistir y persistir frente al olvido y la homogeneización mercantil, y por eso nuestros trabajos son, para decirlo poéticamente, “objetos auráticos”».
El armado de un solo ejemplar puede llevar más de una hora de labor, dependiendo de cuán serializado esté el proceso en sus talleres. Para conseguir los insumos necesarios, desarrollan diferentes estrategias: «No siempre es comprar. Contamos con el reciclaje», explican desde Simulcoop. «Es un poco un trabajo de aventura: los encuadernadores argentinos tenemos que convivir y aceptar con ingenio los pocos insumos específicos de encuadernación que hay en el país. Ahí es cuando se pone interesante: echamos mano a ferreterías, mercerías, librerías artísticas y hasta droguerías», dice Micaela.
En pleno cambio de paradigma editorial, muchos de ellos mantienen disponibles versiones digitales de sus catálogos. «Se trata de un retorno, pero no por eso de una negación; no somos puristas ni fundamentalistas de los libros en papel», aseguran los rosarinos. «Hacemos algo a lo que se está volviendo muy de a poquito, gracias a la enorme cantidad de editores que están viendo que hacer libros duraderos es el mejor método para homenajear a los lectores que buscan buenas historias», concluye el responsable de la Funesiana.

Valeria Tentoni

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