Cultura

Marte ataca

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Quizá por el misterio que despierta su proximidad, el Planeta Rojo ha influido a cientos de artistas e inspirado obras cumbres de la ficción. Hoy vuelve a ser noticia.

 

Arenas marcianas. En la película de Ridley Scott, Damon interpreta a un astronauta abandonado a su suerte en el cercano planeta.

Marte siempre ha ejercido un poderoso influjo en la imaginación de los humanos. El misterioso Planeta Rojo ha sido protagonista de grandes obras de la literatura y el cine, especialmente desde fines del siglo XIX, cuando los telescopios se hicieron más potentes y los «canales de agua» que creyó observar el astrónomo aficionado Percival Lowell inspiraban a escritores de la talla de Herbert G. Wells o Alexei Tolstoi.
El pasado 29 de setiembre la agencia espacial estadounidense, NASA, anunció con bombos y platillos que había encontrado agua en estado líquido en el planeta Marte. Pronto la novedad ocupó la página principal de los diarios del mundo. Ese mismo día, el cineasta Ridley Scott reveló sorpresivamente a los medios: «Sabía de esto desde hace meses». Bastó ese simple comentario para que comenzara a circular –con cierta sensatez– una sospecha: la NASA había demorado el fenomenal anuncio, quizá meses, para que coincidiera con la salida de un producto de Hollywood. ¿Qué mejor promoción podía pedirse?
Ocurría que pocos días después iba a estrenarse The Martian (en Argentina, Misión rescate), dirigida por Scott, en la que Matt Damon interpreta a un astronauta que tras una misión fallida queda abandonado a su suerte en las hostiles arenas marcianas. Scott dijo que había sabido lo del agua durante las conversaciones que mantuvieron con científicos de la NASA cuando el film estaba en proceso.
La película –con increíbles efectos visuales en 3D, que hacen sentir al espectador que realmente se encuentra en Marte– está basada en el hoy best seller de Andy Weir, El marciano (editada en el país por Ediciones B), una excelente novela que combina la narración tradicional con la bitácora en primera persona del astronauta Mark Watney, que es dado por muerto por sus compañeros y queda varado en el Planeta Rojo con recursos mínimos hasta que consigan rescatarlo.
Según Mario Melita, especialista en evolución de sistemas planetarios, «se estima que en el pasado habría habido agua en la superficie de Marte. En los polos se halló hielo de agua y ahora hallaron terrenos con sales que muestran signos de hidratación, es decir, son sales que tienen adheridas moléculas de agua y que, se supone, lo han hecho recientemente». Para el astrónomo, «todos estos datos son importantes porque hay planes de la NASA para poblar Marte en el mediano plazo. Y si hay agua a nivel local eso puede facilitar mucho las misiones de los astronautas que vayan a permanecer ahí, porque no deberán llevarla desde la Tierra».
Pero mucho antes de que se confirmara la presencia de agua líquida en   Marte, tanto la literatura como el cine de los terráqueos se han ocupado de darle vida a aquellas dunas desoladas. Quién no se ha maravillado con La guerra de los mundos; tanto la novela de H.G. Wells (1898) como sus versiones cinematográficas, una clásica de 1953 y una remake de Steven Spielberg de 2005.
Para el escritor Elvio Gandolfo, «durante mucho tiempo Marte y sobre todo los marcianos tuvieron una especie de aura legendaria, a la que contribuyeron tanto las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, como las anteriores novelas “pulp” de Edgar Rice Burroughs, protagonizadas por John Carter en Barsoom (y tan desperdiciadas por el cine). De algún modo, la ficción de Wells fue más realista, y más cruda: quedaba impresa en la memoria».
En 1924, el director soviético Yakov Protazanov ya había estrenado la que hoy los cinéfilos consideran una perla: Aelita, reina de Marte, en la que la soberana se enamora de un humano y juntos inician una revolución proletaria. Otro clásico fue Total recall (1990), de Paul Verhoeven, un thriller ambientado en un Marte colonizado de 2084, que también tuvo su remake en 2012. Pero es al genio de Tim Burton que se debe uno de los mejores films dedicados al Planeta Rojo, la satírica –y crítica– ¡Marte ataca!, cuya estética imita a las populares figuritas que fueron furor en los años 60. Luego vendrían Misión a Marte (2000), de Brian de Palma y la reciente The Martian, de Ridley Scott.
En la literatura, unas décadas después de la obra de H. G. Wells, crece el éxito de la saga marciana del personaje John Carter: una decena de novelas escritas por el autor de Tarzán, Edgar Rice Burroughs, la primera de las cuales, Una princesa de Marte, tuvo su versión Disney en 2012. Se destaca también la trilogía de Kim Stanley Robinson sobre los primeros colonos terráqueos, Marte rojo (1993), Marte verde (1994) y Marte azul (1996). Gandolfo aclara: «Como lector del género, recuerdo muchos relatos ambientados en el Planeta Rojo. Lo que más me impresionó, hace no tanto tiempo, fue leer Marte rojo. Fue algo así como leer una saga escrita con la ambición y el detallismo de la gran novela rusa del siglo XIX, pero en tono estadounidense».
Pero sin lugar a dudas, si hay un libro  que ocupa un lugar de privilegio en la literatura del siglo XX ese es Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, una obra maestra de la ciencia ficción que tuvo su correlato televisivo (1980) con una miniserie dirigida por Michael Anderson y protagonizada por Rock Hudson.
Juan Sasturain, escritor y profundo conocedor de la historieta argentina, evoca la historia de Rolo, el marciano adoptivo, producto de Héctor G. Oesterheld y Francisco Solano López: un simple maestro de escuela que se ve inmerso en una lucha interplanetaria y termina ayudando a los marcianos a liberar su planeta. «Rolo proponía al lector una experiencia novedosa. Aquella aventura de platos voladores y porteños era, curiosamente, la primera experiencia del guionista con una historia integral en el género fantástico. Pero Rolo es un ensayo. Esta extraña confluencia de fantasía y testimonio del mundo circundante inaugurada con Rolo será una y otra vez retomada por Oesterheld. No es casual que sus aventuras de ciencia ficción se hayan ambientado casi siempre en Buenos Aires, sobre todo una contemporánea de Rolo y de la que en cierta medida es su desarrollo y perfeccionamiento. Pero esa es una obra maestra: El Eternauta».

Marcelo Torres