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Memorias de un trovador

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Mariano del Mazo - Fotos: Jorge Aloy

El cantante celebra 50 años de carrera con un disco y una gira nacional. El éxito en Europa y el encuentro con figuras como Cortázar y Piazzolla.

En los últimos meses Jairo sintió que vivió arriba de una montaña rusa. Una mezcla de emociones se sucedió en plena plandemia, una extraña combinación de celebración y duelo. Mientras se disponía a festejar los 50 años con la música, murió la mujer de su vida, Teresa Sainz de los Terreros. El vértigo de la situación no fue, sin embargo, sorpresivo. La efémeride discográfica fue algo que venía pensando desde hacía mucho para que fuera el disparador de una movida artística, y la muerte de su esposa fue, de alguna manera, esperable: hacía tiempo que estaba muy enferma.
Sereno, en un parate de la gira nacional que el próximo 7 de diciembre lo depositará por tercera vez en el año en el Teatro Ópera, de CABA, Jairo se muestra conversador y algo vulnerable. «¿La verdad? Estoy perdido. Me hago muchas preguntas. No me imagino cómo va a ser mi vida. Lo de Teresa me puso en un lugar diferente. Mi hijo Yaco vive en Buenos Aires, pero los otros tres están repartidos por el mundo. Por suerte, la tecnología nos acerca. Mi hija, que es historiadora de arte, vive en Roma, y como sabe que me quedé solo, me manda fotos, me invita a exposiciones virtuales. Vamos a ver. Me casé muy joven, no sé estar solo», confiesa.
–¿Y qué vas a hacer?
–Lo voy a intentar. Tengo que aprender a estar solo. ¡Estoy grande como para no probar!
La risa de Jairo actúa como conjuro. Es una risa leonina, que complementa su cabello blanco. Recuerda un viejo deseo que tenía la pareja: vivir en Santa Ana, un paraíso frente al Río de la Plata, a 20 kilómetros de Colonia, Uruguay. «Armamos una casa allá. Con Teresa íbamos, pensábamos alguna vez radicarnos definitivamente. Era un sueño compartido. Queda tan cerca: es un barco, y ya. La casa sigue estando. Me armé un pequeño estudio. El disco La balacera lo hice ahí. Grabé la voz principal y la guitarra y se lo mandé a Yaco, que lo produjo. En Santa Ana me gusta pintar. El paisaje te llama. Una vez estaba pintando en un bosque y un tipo se ubicó detrás de mí y se quedó mirando. Allá nos conocemos todos. De pronto me dice: “Usted Jairo va a ser recordado como un cantante argentino, pero como un pintor uruguayo”. Me pareció delicioso».
–Estás cumpliendo 50 años con la música. ¿Qué se siente?
–Que el tiempo vuela. He pasado tantas cosas, fueron tantos años de actividad continua… El tiempo se va a acabando. Estás inmerso en el trabajo, y no te das cuenta. Siempre hay algo para hacer. Y una cosa lleva a la otra. Al final, mi único período de inacción fue el de la cuarentena más dura.
–¿Qué hito tomaste para la celebración?
–Los 50 años de la grabación del primer disco como Jairo, Emociones. Tomé ese punto de partida, porque de algún puerto hay que zarpar. Fue el disco que inicia mi etapa europea: primero España, después Francia. Yo me dedicaba a la pintura, hasta que apareció la idea de ir a España. Pensaba hacer un toque, y volver. «Por si tú quieres saber» se convirtió en un tremendo éxito, y todo cambió.
–¿Es el disco que hiciste a instancias de Luis Aguilé?
–Claro. Eso me benefició, porque él era muy conocido allá. Empecé con buen pie.
–Los 60 y los 70 fueron un momento extraordinario para la industria discográfica.
–¡Tremendo! Además, la música en castellano de alguna manera era dominada por Argentina. Pensá el éxito de Sandro, de Palito, de Leonardo Favio. Yo soy un poquito más chico que ellos, pero era increíble lo que vendían. Y no solo en la Argentina. Piazzolla me contó una vez que en Alemania se escuchaba Palito Ortega, que todo el mundo cantaba «La felicidad» por la calle.
–Algunos músicos populares construyen sus carreras por cuestiones extramusicales: el carisma, el aspecto físico. ¿Cuál fue tu principal arma?
–Mi arma fue la voz. En Francia no había otro como yo. Ojo: era joven y tenía una pinta exótica, esa mezcla de indio con español que escribió Horacio Ferrer en «Milonga del trovador». Pero de entrada lo que destacaron fue la voz, la coloratura, el timbre. Y más en Francia. El idioma francés es difícil para cantar. Y en un mismo sentido los franceses son muy exigentes con el idioma. Tuve que trabajar arduamente. Cuando escucho los primeros discos, ¡no me gustan nada! Ni siquiera tienen gracia. Me costó aprender francés, pero aprenderlo de verdad. Hasta que lo logré y mis discos empezaron a estar en las bateas de los cantantes franceses.
–¿Te costó el éxito?
–Mucho. Hablo de repercusión en serio. Porque, la verdad, cualquiera puede actuar en el teatro Olimpia por ejemplo. Es un lugar importante, por supuesto, parte del mobiliario parisino, como el Moulin Rouge o el Lido. Pero lo alquilás un lunes y cantás y ya. Tener éxito en Francia es otra cosa.
–¿Qué es?
–Empezar a formar parte de la vida cotidiana de la gente.

Curioso por naturaleza
Jairo da detalles de su antigua vida en Francia. Cada tanto se cuela la primera persona del plural, en referencia a Teresa. Todo es demasiado cercano. Con una modestia que, a veces, parece exagerada («es que no soy vanidoso. Nunca lo fui. Soy más bien tímido»), habla del roce con personajes como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Ástor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, María Elena Walsh. Cuenta cómo Horacio Ferrer dio en una tecla poética justa cuando escribió «Milonga del trovador» pensando en él. Y subraya cómo interpretó a sus padres saludándolo cuando se iba de su pueblo, Cruz del Eje. Recita: «Con un rumor de nido volaban tras de mí/ aquellos pañuelitos en la estación/ Pero soy peregrino y a mi nostalgia/ le canto así en la oreja del corazón».
–Es sorprendente cómo te has rodeado de gente interesante, desde la música popular hasta la literatura argentina.
–Sí, soy muy curioso. Y todo lo artístico me interesa. Soy, cómo decirlo, permeable a la belleza. A Borges y a Cortázar los conocí en 1974, con cuatro meses de diferencia. A Julio lo conocí gracias a María Elena Walsh.

–Otro ejemplo de tu ubicuidad.
–Sí, con ella tuve un vínculo hermoso. Uno de mis primeros éxitos, «El valle y el volcán», lo hice con ella. Yo vivía en Madrid todavía, María Elena cumplía 44 años y los festejó en París. Ella estaba mal, un poco enojada. Fue cuando escribió «Como la cigarra», que era como una respuesta a una situación personal. Originalmente no era una canción política. El tema es que me invita a su cumpleaños. ¡Y yo ni conocía París! No imaginaba que Francia iba a ser tan importante para mí.
–Qué raro que viviendo en España nunca hubieras ido a Francia.
–A Teresa le gustaba mucho Londres. Ella había estudiado en Cambridge. Y cuando íbamos sentíamos el resabio beat. Aunque no parezca, a mí me gusta mucho la música inglesa de aquel tiempo. La etapa sinfónica me encanta. Muchas giras las hice escuchando en la ruta a King Crimson, Jethro Tull. También me gustaban Bob Dylan, Joan Báez. Muchos años después no me resultó extraño cantar «Venceremos».
–¿Cómo fue ese encuentro con Cortázar?
–Lo primero que hice cuando llegué a París fueron dos cosas: ir al Museo de los Impresionistas, que en aquel tiempo estaba en Plaza de la Concorde, y recorrer los escenarios de Rayuela, tras los rastros de Horacio Oliveira y la Maga. Julio era un personaje fascinante. Me hablaba de jazz, de boxeo. Justo en ese momento estaba a punto de pelear Monzón con Mantequilla Nápoles, en París. Me habló mucho de Monzón. Después escribió un texto fabuloso sobre ese combate. Y también me habló de Borges. Que él le había publicado su cuento «Casa tomada». El destino quiso que en breve también conociera a Borges. Otro carácter: Borges parecía ser la literatura misma. En Francia lo adoraban. Borges en París era como Maradona en Nápoles: todos hablaban de él. Parece increíble, pero era así. Yo sentía un gran orgullo por el simple hecho de ser argentino.
–¿No pensaste en escribir un libro autobiográfico?
–¡Lo estoy escribiendo! Desde hace muchos años. Me cuesta, pero lo quiero escribir yo. Yo le mandaba muchas cartas a María Elena, y ella siempre le decía a María Herminia Avellaneda: «¡Qué bien escribe Jairo!».

Letra y música
Jairo ha tenido una fructífera sociedad compositiva con el cordobés Daniel Salzano, periodista y poeta fallecido en 2014. Temas ya clásicos como «El ferroviario», «Milagro del Bar Unión» o «Caballo loco» son solo una parte de una robusta obra compartida. Lo curioso es que estas canciones, sólidas, hermosas, rara vez han sido frecuentadas por otros artistas. «Es cierto, casi siempre son cantadas por mí. Y mi público las ama», dice.
–¿Cómo fue trabajar con él?
–Nunca nos juntamos para escribir. Siempre fue a la distancia. En un momento él vivía en Madrid y yo en París; luego él en Córdoba y yo en Vicente López. Siempre fue por carta, fax, internet, de acuerdo a cómo se modificaba la tecnología. Y cuando nos encontrábamos, hacíamos cualquier cosa menos trabajar: era más charla de amigos. Él siempre escribía primero las letras, yo luego las músicas. Para mí era muy sencillo, porque tenía una forma muy musical de escribir, tipo Prévert. Y una gran carga melancólica. Nos unían muchas cosas. Muchas letras las escribía a mi medida, como «El ferroviario». Se involucraba mucho. Escribimos juntos unas 80 canciones, hay 18 inéditas.
–Salzano tiene un registro poético similar al de María Elena Walsh.
–Es cierto. Eso mismo una vez me lo comentó Eladia Blázquez. Lo que te puedo decir es que Salzano me dio un lenguaje, un estilo. Nadie canta canciones escritas así.
–Tu último disco, que tiene una carga de modernidad, más la gira gigantesca que estás realizando, definen un gran momento tuyo.
–Muchos me lo dicen. ¡Me lo voy a empezar a creer! Lo que siento es que muchos periodistas jóvenes se apasionan con lo que cuento, preguntan y repreguntan, se interesan mucho con mi historia. Antes no era tan así.
–A esta altura del partido, ¿cómo elegís el repertorio?
–Yo canto en mi casa. Siempre tengo la guitarra por ahí. Canto y canto. De pronto me enamoro de alguna canción clásica, muy frecuentada. O no. Ahora, por ejemplo, estoy enamorado de «Aquellas pequeñas cosas», de Serrat. Le encontré una vueltita a la guitarra que me encanta. Otra canción que me tiene atrapado es «Zamba de mi esperanza». Soy así, muy ecléctico.
Tiene ganas de seguir conversando. Habla del disco, y de su faceta bastante escondida de compositor. El intérprete lo devoró todo. Alguna vez Mercedes Sosa definió a Jairo el mejor cantante argentino. Resulta conmovedor escucharlo hoy, a 50 años de sus primeros pininos, cantando con una entonación perfecta.
Dice que nunca hizo psicoanálisis, pero que un breve ACV que sufrió hace algunos años lo puso frente a una psiquiatra. «Era toda gente de la Fundación Favaloro, me trataron de maravillas. Por suerte no me quedaron secuelas», dice. Y habla de bueyes perdidos: de lo bien que cantaba boleros Gabriel García Márquez, de la vez que fue junto a Piazzolla a ver un partido del Napoli de Maradona. «De pronto Diego hizo una de esas jugadas que solo él hacía. Piazzolla se paró en su butaca y le gritaba: “¡Parecés Nijinsky, pibe, parecés Nijinsky!”. Debe ser la única vez que se escuchó la palabra Nijinsky en una cancha de futbol», recuerda. Jura que va a terminar el libro autobiográfico y dice, repite: «¡Cómo voló el tiempo! ¿No es increíble?».

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