Cuento | Por María Moreno

Ópera trash

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María Moreno recopiló sus crónicas, ensayos y entrevistas en A tontas y a locas (2001), Teoría de la noche (2011) y Panfleto (2018), entre otros libros. En 2016 publicó Black out, ganador del Premio de la Crítica de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. «Opera trash» fue escrito a propósito de la reedición de su libro El Petiso Orejudo (2021). Dirige el Museo del Libro y de la Lengua.

Hugo Horita

El rapto
¡Brrrr! ¡Qué frío! Noche cerrada en la Ciudad Bacteria (como un nuevo foco del imperio de la anomalía). En el vientre nervioso de la Cristalería Rigoleau la jornada obrera no se detenía. Máquinas estrambóticas largaban un ruido monótono de engranajes chillones que se expandía contra el techo de chapa junto al de los gritos cabreros del capataz y el de las toses sofocadas que es la respiración del trabajo. Niños metidos en pozos humeantes soplaban botellas, otros, sentados frente a largas mesas, limaban bordes de envases (tenían ojeras como chupones y delantales grises como las nubes antes de la tormenta). De pronto uno se quedó dormido. El capataz se acercó de puntillas y lo golpeó con fuerza en la cabeza. A través de los ventanales: la mole gris de la Fosforera Argentina con sus niños trabajando frente a grandes calderos de magnesio. Chispas en el aire iguales a estrellitas de tranvía. Fogonazos de veneno derecho a los frágiles pulmones. Algunos tosían y se limpiaban las velas en la manga del uniforme gris. Se diría un jardín de los suplicios misho.

Coro El paladar del pueblo
Cuando la perra vida recién empieza,
El sol sale, la rata vuelve al baldío
Con un zapatillazo en el hocico

Y Last Reason toma la del estribo
En la fonda El Puchero Misterioso
Junto al block de notas y el bufoso,
Él sale a buscar su cometido
Y si lo logra su corazón es un tambor
Mientras escapa con un escalofrío
¡El aire huele a sangre de angelito!
(firmado «un poeta macabro de la más exquisita y tropical imaginación»)

El ojo de la calle
El barrio tiene mil ojos que piensan mal y mil bocas de lenguas de víbora que, cuando falta con qué entretenerse, mienten porque quieren salir en los diarios aunque no sepan leer. Les gusta denunciar a los vecinos para que vayan a parar codo a codo con los malvivientes con pensión completa en la cárcel de encausados. Porque ellas creen ver o vieron. No importa, igual agrandan la cosa, aunque el escribiente de la comisaría haga una síntesis sin prestar atención. Es porque trabajan sin moverse, frente a la hornalla de la cocina a carbón, zurciendo las papas de las medias con zurcido invisible o mirando por la ventana del convoy, para pescar a quién le van a arruinar la vida.

Coro El paladar del Pueblo:
Cuando las muchachas tuberculosas
Tan enamoradas de Rubén Darío
Escupen sangre en un pañuelito

Bordado por las monjas del Asilo
Y de románticas ponen sobre la cama
Una gigantesca muñeca alemana

Él sale a buscar su cometido
Y si lo logra su corazón es un tambor
Mientras escapa con un escalofrío
¡el aire huele a sangre de angelito!
(firmado «un poeta macabro de la más exquisita y tropical imaginación»)

Me fui a blanquear en el sur
Tira, tira, tira la bola de la gayola y hunde más que en la helada las alpargatas de los condenados. Nieva, nieva y nieva a la sombra del fin del mundo. Y en la celda del 90, por la gotera de su prisión por tiempo indeterminado. La cadena va encadenada –que ironía– y la Tierra del Fuego –que contradicción– es de hielo.

Coro El paladar del pueblo:
Rumbo hacia el bosque mañana
Saldrá la caravana
Quién sabe si el sol
Querrá iluminar
Esa marcha de horror
El Oreja sale del taller de astillas y se presenta
Oiga digan
El Oreja soy
que le dice el 90
Nicamente caminaba y caminaba
si se daba una volada
qué pavada
si mi suerte
era la muerte
¡Yo ni fui!

Coro El paladar del pueblo:
Mala junta, pinturita
Malsuertudo el orejudo
Cortó el ala de angelitos
El indulto es un insulto
Trucha turbia de chacal
flor del mal del arrabal
La pantalla de su oreja
Tiene mucho que tapar

El último orejón del tarro
Los hombres de los ojos sin luz, de las costillas rotas con golpes de furca, los que nadie quiere para vicio de los manflorones que pagan al contado a los vigilantes, corren el frío a los saltitos y por la bola de hierro del grillete, se sacan sangre en los tobillos pero aguantan de machos o de muertos en vida.

Coro El paladar del pueblo:
Unidos por crueles cadenas
Marcharán hacia el bosque por leña
Y no hay sol que caliente sus huellas
Ni una luz que se lleve sus penas
Vuelven los hombres cargados de troncos, ateridos y furiosos y de sus murmullos sale un humo de dolor y de frío
El Oreja se sopla las manitos y ríe

El Oreja:
¿Qué pueden hacer por mí?
Mueran por mí
Púdranse por mí
Acá en el sur
De los refundidos de la tierra
.

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