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Palabras sincopadas

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Scott Fitzgerald, Cortázar, Kerouac y Baricco, entre otros escritores célebres, tomaron al género musical nacido hace más de un siglo como fuente de inspiración para su propia obra.

 

Clásico. Cortázar se basó en Charlie Parker para escribir «El perseguidor».

Cuando no sabes lo que es, entonces es jazz», dice un personaje de Novecento, libro de Alessandro Baricco que narra la historia de un prodigioso pianista nacido en un transatlántico, a comienzos del siglo XX. En uno de los pasajes, el protagonista se bate a duelo «musical» con el legendario Jelly Roll Morton, a quien le propina una paliza tan grande que le hace pasar el resto del viaje encerrado en su camarote.
Además del texto del escritor italiano –que encarnaron actores como Tim Roth en el cine y Darío Grandinetti en el teatro–, desde que nació hace más de 100 años, en los Estados Unidos, el jazz ha inspirado a diferentes autores. Francis Scott Fitzgerald –quien bautizó a los años 20 como «la era del jazz», época en la que publicó El gran Gatsby, un retrato de la prosperidad económica y el destape moral de la posguerra–, Jack Kerouac y Julio Cortázar se cuentan entre quienes se han servido del género, tanto como método de escritura, como para hablar de sus protagonistas o para crear personajes envueltos en su atmósfera humeante.
«Algunos escritores lo tomaron como tema, generalmente colateral, pero los más audaces vieron en el jazz una técnica de creación espontánea que podía, mutatis mutandis, volcarse a la literatura. En ese sentido, la influencia del jazz sobre la literatura podría compararse a la que tuvo –y sigue teniendo– el cine, que impactó a muchos escritores con su técnica del montaje, por ejemplo», comenta Sergio Pujol, historiador y crítico musical.
En los 50, la generación beat, cuyo nombre deriva en parte de un término musical –«downbeat»–, se deslumbró con el bebop que, con su estética frenética, rompió los cánones del swing imperante. Kerouac utilizó también la improvisación de las jam sessions en su prosa «bop», caracterizada por la escritura espontánea y el monólogo interior. Hoy, escritores como Haruki Murakami, quien fue propietario de un club de jazz en Tokio, usan este tipo de música como «telón de fondo» de sus escritos.
Dicen que «los mejores cuentos de jazz, al igual que los mejores solos, no se despliegan previsiblemente». El pianista y compositor Adrián Iaies avala esta mirada. «Pienso en el jazz como un dogma en el cual uno de los principios básicos es el de no explicitar aquello que es obvio. Una exagerada transparencia en el discurso va contra el cometido de dejar que el que escucha complete el sonido con su propio deseo. Hay algo del mismo orden en la literatura. El ejercicio de leer y poder “hacerse una idea” que corporice lo que está puesto en palabras, enriquece al lector y, por otro lado le permite escribir, imaginariamente, claro, su propia versión de lo que lee», analiza. «Un buen escritor debe dominar el concepto de ritmo del relato, que es lo mismo que sucede con un buen jazzero puesto a improvisar. Una novela, con un argumento principal que dialoga con historias secundarias, es asimilable al improvisador que toma un liderazgo claro a la hora de su solo, pero interactúa con sus partenaires, los estimula a acompañarlo pero, a su vez, es estimulado a tocar de un cierto modo de acuerdo con lo que escucha».
Obvia resulta la referencia a «El perseguidor», cuento de Cortázar inspirado en Charlie Parker. Para Pujol, la «unión  perfecta» entre jazz y literatura se da en «los relatos de Cortázar dedicados a Louis Armstrong, Thelonious Monk y Clifford Brown, en La vuelta al día en 80 mundos. Son muy buenos en eso de entrelazar la temática jazzística y cierto espíritu de su poética con la escritura. Lo mismo diría, obviamente, de En el camino, de Kerouac». Iaies, en tanto, menciona los cuentos de Raymond Carver. «Siempre me han parecido de esencia jazzística, con esos finales no finales… Murakami, que me encanta, en uno de sus libros, Al sur de la frontera, al oeste del sol, utiliza “Star-crossed lovers”, el tema clásico de Ellington y Billy Strayhorn, como leit motiv. Saer es otro gran ejemplo. Y Aira, en el cuento “Cecil Taylor”, ficciona alrededor de la figura del pianista ícono del free jazz».
Uno de los títulos más interesantes surgidos en el último tiempo, según el diario británico The Independent, es Valaida, novela de Candace Allen basada en la vida de Valaida Snow, la primera trompetista que dejó huellas en Harlem. Aunque se trate de una búsqueda más documental que literaria, en 2011, en el país se lanzó Juego de damas (Ladycrooners made in Argentina), de Edgardo Carrizo, con historias de las cantantes de jazz local. Y, hace unos meses, el propio Pujol publicó Oscar Alemán. La guitarra embrujada, una biografía sobre la vida del músico chaqueño de quien Duke Ellington dijo: «Este gato tiene raíces».
El jazz y sus cultores han sido examinados en libros como Historia del jazz, de Ted Gioia. Otro título, El sello que Coltrane impulsó, de Ashley Kahn, permite –a través de la relación del influyente saxofonista John Coltrane con el sello Impulse!– revivir grabaciones emblemáticas, así como saborear anécdotas de diferentes artistas que pasaron por aquella casa discográfica. En 2014 se editó Pero hermoso. Un libro de jazz, versión en español del premiado But Beautiful (1991), de Geoff Dyer, con escenas «dramatizadas» de la vida de músicos famosos –por ejemplo, Chet Baker, que recibe una paliza por un lío de drogas–, y otras inventadas, que se leen como reales. «Es un híbrido perfecto entre ensayo musical, biografía novelada y ficción “pura”. Un libro profundo y ligero a la vez, como la música», señala Pujol. O, dicho de otra forma, un texto que se ajusta al ritmo del jazz y su propia literatura.

Francia Fernández

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