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Puesto a elegir entre sus propias películas, Piñeyro asegura que no tiene una favorita. «Me gustan todas, estoy orgulloso de todas mis producciones», afirma. «Es cierto que cada una tiene algo especial. Creo que en Plata quemada está la secuencia que más me gusta, con un off de Leo Sbaraglia que dice «Esperar, solo se trata de esperar», mientras suena de fondo un tema de Billie Holiday. Caballos salvajes fue la que más disfruté durante el rodaje. Tango feroz fue mi ópera prima, y en la que más miedo tuve. Ismael fue la que más me emocionó y con la que más sintonicé con los actores».
–¿Cuál es tu opinión acerca del cine argentino?
–Veo mucho talento, pero mucho, de verdad, no es verso. Hasta antes de la pandemia en el país se estaban rodando unas 250 películas por año de una bienvenida diversidad, pero con un mecanismo de exhibición muy discutido. Es como una fábrica de autos que los produce pero después los apila y no los vende. ¿Cómo sabés si son buenos o malos? Con el cine argentino pasaba algo parecido: se estrenaban películas que sólo se exhibían en dos horarios semanales y luego las terminaban levantando.
–¿Que realizador local te gusta más?
–Trapero me encanta, su cine me moviliza. De hecho su última película, La quietud, me parece un hallazgo, no solo por su contenido, sino porque se desmarca totalmente de lo que venía haciendo. Me parece que es un director con ambición, elegancia, muy concreto y dueño de una puesta en escena impecable. Pienso en otros del pasado y no puedo dejar de mencionar a Pino Solanas, un artista enorme, hacedor de una película emblemática como La hora de los hornos. Carlos Sorín, Eliseo Subiela y Adolfo Aristarain son otros grandes del cine nacional.

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