Cultura | LOLLAPALOOZA 2022

Parque de diversiones

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Gabriel Plaza

El festival creado por Perry Farrell llega a su séptima edición en el país con una programación que refleja su espíritu mutante. Cancelaciones y polémica.

Grilla. La edición 2022 cuenta con la presencia de un centenar de bandas y solistas de géneros como el pop, el rock, el soul y la electrónica.

TÉLAM

Lollapalooza es un juego de palabras inventado por Perry Farrell, que no tiene un significado literal pero que cada vez que se pronuncia por estos días se asocia, casi inmediatamente, a la marca de uno de los más grandes festivales de música del mundo. Comenzó por azar o destino, cuando la banda Jane’s Addiction, de la que Farrell era voz y líder, decidió separarse en 1991 y realizar una última gira despedida, acompañada por Nine Inch Nails, Living Colour y Rollins Band, entre otros. Esa especie de circo ambulante –que representaba el sonido de la generación de los 90, crecida al amparo del estallido del grunge con Nirvana a la cabeza– fue muy bien recibido y se transformó en la semilla del actual festival de música alternativa. La puntada inicial se dio en 2003 en la ciudad de Chicago, con un formato de varios escenarios en simultáneo a los que se subieron las mejores bandas del momento. La fórmula fue perfecta y rápidamente se transformó en un gran negocio, que después se expandió a Santiago de Chile, San Pablo, París, Berlín y Estocolmo. Desde 2014, la versión argentina se realiza en el Hipódromo de San Isidro y ocupa un lugar privilegiado en la agenda de shows en Buenos Aires con su maratónica presencia de artistas internacionales. En su séptima edición, que comienza hoy y se extiende hasta el domingo, los cabezas de cartel son Miley Cyrus, Foo Fighters, The Strokes, A$AP Rocky y Doja Cat, junto con los locales Duki, L-Gante, Bizarrap, Nicki Nicole, Babasónicos y El Mató a un Policía Motorizado. En los días previos, tras conocerse la noticia de las cancelaciones de los shows de C. Tangana por problemas de logística y la ausencia de Jane’s Addiction y King Gizzard & The Lizard Wizard por temas relacionados con el Covid (que se sumaron a las bajas de Phoebe Bridgers y Natanael Cano), las redes sociales se hicieron eco de la programación de este año. Los mensajes irónicos se multiplicaron sobre todo cuando se conocieron los reemplazos: Two Feet y Brandy Cyrus, DJ y hermana de Miley Cyrus. Sin embargo, la programación de esta nueva edición no parece haberse resentido, con una grilla de cien artistas, desde emergentes hasta consagrados de distintos géneros como el pop, el rock, la canción, el soul y la electrónica, además de sus cinco escenarios, incluida el área infantil y un nuevo espacio llamado La Casita con DJ’s en vivo. En el Lollapalooza lo que pega es el exceso de música y esa suerte de parque de atracciones para jóvenes y adultos que funciona ininterrumpidamente, desde el mediodía y hasta pasada la medianoche. El público que agotó las entradas en pocas horas hace ya dos años, antes de la declaración de la pandemia, sin conocer todavía la grilla definitiva de artistas, se guía y mueve por otros intereses. En todos estos años del Lollapalooza, el público local escuchó por primera vez en vivo a la banda canadiense Arcade Fire o descubrió a una adolescente Lorde de 17 años, antes de transformarse en una estrella del pop. Bailó con Damas Gratis y revivió por unos minutos la mística de Led Zeppelin cuando su cantante Robert Plant se unió al guitarrista Jack White, para hacer el clásico «Lemon Song» del álbum Led Zeppelin II. Los más jóvenes fueron llegando al festival con el crecimiento de la escena hip hop en el panorama local y los shows de íconos del género como Eminem y Kendrik Lamar. Hasta pudo disfrutar de la performance de la española Rosalía o del recital de Caetano Veloso junto a sus hijos. Además de las figuras centrales de cada noche, este año puede haber algunas sorpresas, como la presencia del artista trans Pablo Vittar, todo un fenómeno de la música brega del Brasil, la recepción que puede tener un artista legendario como Litto Nebbia o la primera visita de la enigmática artista conocida como LP, compositora de Cher, Rihanna y Backstreet Boys. También están las voces emergentes del indie local como Clara Cava y Miranda Johansen; figuras clave de la nueva generación como Louta; o el ascendente fenómeno del rap local conocido como Dillom, que en su último disco le dedicó unas rimas irónicas a Horacio Rodríguez Larreta. La primera plana del rap y el trap con Wos, Duki, Nicki Nicole y Bizarrap dirá presente para confirmar el avance de los géneros urbanos en el escenario actual. En su informe de fines de 2017 la agencia Nielsen (una plataforma mundial que reúne datos y análisis de audiencias) ya decía que el hip-hop y el R & B habían superado en popularidad al rock en la era del streaming. El crecimiento de esa cultura también se refleja en la programación de los últimos años. Cuando el festival comenzó era más un reflejo de la cultura alternativa. Con el paso del tiempo y los cambios en las formas de consumir la música, el Lollapalooza mutó. «Adopta distintas personalidades a medida que pasa el tiempo, pero es como la industria de la moda», decía Perry Farrell a la revista Rolling Stone en 2014. Farrell ya había roto con la idea rockera del Lollapalooza en 2010, cuando convocó para el cierre a la artista pop Lady Gaga. Nadie conoce mejor los vaivenes de la industria que un músico anfibio como Farrell, que pasó de armar fechas alternativas en sótanos a comandar festivales globales en grandes capitales. «Sé cómo armar una buena fiesta», afirmó. Y nadie podría ponerlo en duda. En su célebre crónica del festival en 1996 para el Village Voice, el crítico de rock Robert Christgau resumió muy bien su transformación: «Lollapalooza es ahora un elemento reconocido del negocio de la música. Cualquiera que afirme que eso lo desilusiona es un mentiroso o un tonto. Después de haber asistido a muchas reuniones de este tipo, incluidas las de Woodstock, juro que la última vez que vi tanta música emocionante en un solo lugar fue en el Monterey Pop Festival en 1967».

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