Cultura | Charly García

Parte de la religión

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Mariano del Mazo

El país entero aguarda la recuperación del músico, internado desde el 22 de febrero a raíz de un accidente doméstico. Una vida en estado de fuga.

23 de octubre de 2021. García en el escenario del CCK durante la celebración de su 70° cumpleaños.

TÉLAM

Además de ser el músico argentino vivo más trascendente, Charly García fue un maestro en el arte de desconcertar. Su vida y obra constituyen el intento desesperado por desmarcarse de lo que los demás proyectan sobre él. Lo han puesto en el lugar de artista social y político («él se cansó de hacer canciones de protesta y se vendió a Fiorucci», ironizó en «Transas»), en el del loco de la tribu, en el de la antena que todo lo procesa, en el de alfonsinista, menemista o kirchnerista… Lo han puesto en tantos sitios y le han endilgado tantos motes que se puede afirmar que Charly García vive en permanente estado de fuga.
Ahora que su internación se está volviendo demasiado larga, resulta interesante revisitar su última década. Su salud, minada por los excesos, ha sido una fuente de preocupación. Estos últimos años lo han dejado atrapado en encrucijadas: tras una existencia de una intensidad inaudita, siempre al borde, fue rescatado por Palito Ortega como quien frena una locomotora a punto de estrellarse. Fue poco antes del fin de la primera década del nuevo milenio. Charly se sometió a nuevos tratamientos y –en un principio turbado por la cantidad de químicos que le suministraron– fue alojado por Ortega en su quinta de Luján. «Es la última persona que pensaba que iba a hacer eso. Me dio un hogar, un estudio y su familia. Luchó como un loco. Palito es un tipo increíble», agradecía Charly.
En 2009 dio un breve concierto sorpresa frente a la Basílica de Luján, como muestra de que la lenta desintoxicación tenía una dirección. Por esos días, le dijo al autor de esta nota: «Soy libre, soy bastante libre. Antes mis conciertos eran muy… agresivos. Esto es un proceso. Cuando salí de la clínica no podía tocar directamente. Era angustiante. Hice un esfuerzo enorme, pasito por pasito. Me ayudan Palito y otros amigos, pero en definitiva el que te ayudás sos vos… Mirá, el peligro es volver a la cocaína. La vengo llevando muy bien. No es fácil, pero hace años que no la veo. A veces sueño con la cocaína. Es una lucha. Sé que si vuelvo va a ser terrible. Voy a tirar abajo todo este laburo, todo este esfuerzo. Cada vez me van sacando más medicación. En algún momento no voy a tomar nada. Voy despacio. No soy un monje: ya puedo tomar un poco de vino, un poco de champagne. Como lo que quiero, aunque estoy en una especie de régimen, porque no quiero engordar. Practico natación, kinesiología, terapia cognitiva. Hago todos los deberes».
Fue saliendo, con sus tiempos. Se rodeó de músicos queridos, se reconcilió con su pasado musical (en una época renegaba de Sui Generis), sacó una caja llamada 60 x 60 –honor a la cantidad de canciones, a la década que lo forjó y la edad que había cumplido– y presentó el libro Líneas paralelas – artificio imposible. El Charly cancionero cedió espacio al conceptual y, un poco a la defensiva, llegó a decir: «Muchos me preguntan por qué no hago más canciones. La respuesta es: porque estoy harto de la canción. Porque ya compuse cinco mil, y todas buenísimas. Después de Los Beatles, cualquiera puede escribir una canción. Le ponés un chumbo en la cabeza a un tipo y te escribe una canción. Lo que no se compra es la gracia, el buen gusto. El rock ya me rompe un poco las bolas, no me interesa. Lo mejor ya fue y ocurrió entre 1965 y algún momento de mediados de los 70».
Sin embargo, en 2017 sacó Random, un buen disco de canciones de rock que mostró que no había perdido eso que dice que no se compra: la gracia y el buen gusto. Parecía que la obra de Charly ya estaba hecha. Muchos la habían clausurado en algún momento de la década del 90. Pero Random fue como la llave extraviada de un candado. Fue su forma de decir, altanero, desafiante: «He vuelto». Y cantó temas como «Primavera»: «Ahora que estoy rehabilitado /saldré de gira y otra vez /me encerrarán cuando se acabe /y roben lo que yo gané». Ese tipo de canción prosaica, autorreferencial y sardónica es otra de las constantes de su obra. La vida de Charly –desde «Canción para mi muerte» hasta «Me tiré por vos»– se expresa en canciones. Las de Random fueron un paso más.
Ahora que había anunciado que sacaría un nuevo disco, ocurrió el accidente doméstico del que no se dan demasiados detalles. Los programas de chismes dicen, como siempre, cualquier cosa. Lo real es que permanece internado por una quemadura en la pierna izquierda desde el 22 de febrero en el Instituto Argentino del Diagnóstico y Tratamiento. El pronóstico, según el parte oficial, es reservado.
La Argentina aguarda por la recuperación de Charly. La frase parece grandilocuente, pero no lo es: ha pasado el tiempo y el músico se consolidó como una instancia superadora de las miserias cotidianas. Si antes Charly podía ser temerario, en los últimos años despierta afecto y ternura. La sociedad –castigada, cansada– lo necesita. Quedó claro el 23 de octubre pasado, día de su cumpleaños 70, cuando más allá de cualquier grieta fue celebrado unánimemente. Desde Tecnópolis al Teatro Colón. Pero García se sigue desmarcando. No pertenece a nadie. Su arte habita el inconsciente colectivo. Ese al que le cantó en una canción demasiado bella, que habla de la libertad, de locos y hambrientos y de la necesidad de cantar de nuevo una vez más. Cantar de nuevo, una vez más: lo que todos esperamos de Charly.

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