1 de octubre de 2024
A cien años del nacimiento del destacado filósofo y escritor, su trayectoria intelectual se erige como referencia para analizar la realidad política y social argentina.
Polemista. Además de su labor académica, el pensador colaboró en medios como Acción y Página/12.
Foto: Archivo Acción
El búho de Minerva levanta vuelo en el crepúsculo, decía Hegel. La frase se adapta, sin mucho esfuerzo, a nuestra época, sobre todo respecto de ese momento en que la luz del día se apaga y llegan las sombras. Otro asunto es si, en los tiempos que corren para las democracias y, en concreto, la de Argentina, la metáfora acerca de la filosofía levantando vuelo cuando anochece resulta posible. O dicho de otra manera y más directamente, si cabe esperar un revuelo filosófico-político ante los partidos y movimientos de extrema derecha, como La Libertad Avanza, que cuestionan los mismos principios democráticos. El problema está a la orden del día en la agenda mundial y no solo como un hecho político sino también, se quiera o no, cultural.
En todo caso, en esta «batalla cultural» en curso, al decir de Milei, la cual se libra en una sociedad digitalizada e inmersa en flujos hipnóticos de información, el centenario del nacimiento de León Rozitchner (1924–2011) quizá ofrece la ocasión justa para hacer volar el pensamiento y ponerlo a la altura (o por encima) de los desafíos neoreaccionarios. Esto, desde ya, puede parecer una crasa ingenuidad, una quimera de intelectuales. Se dirá que la filosofía pertenece al ámbito académico, al submundo de las aulas universitarias, a la población indefinida de los papers, a los libros que pocos leen. En suma, que nada tiene que ver con la política efectiva, ni con los políticos, ni con las doctrinas. El sentido común aconsejaría que los filósofos deben dedicarse a la filosofía y no inmiscuirse en otras facultades. Sin embargo, la historia del pensamiento está llena de ejemplos contrarios a esas tristes opiniones. De hecho, es imposible concebir la modernidad cultural, social y política sin la influencia de la teoría filosófica.
En particular, Rozitchner pensaba que un filósofo no era un «burócrata del espíritu», un redactor de libros de profesor, un mero explorador de ideas metafísicas, un repetidor de conceptos de otros, un señor burgués ajeno a las cuestiones políticas y solo preocupado por su profesión, sino algo bastante diferente. Tampoco creía en la especialización, es decir, en que otros campos del saber le estaban prohibidos y que tenía que conformarse con la filosofía canónica. Por el contrario, se interesó por la antropología, las ciencias políticas, la sociología, el psicoanálisis –donde llegó a destacarse por sus estudios freudianos–, la teología, la teoría de la guerra, la literatura, la poesía. Por lo demás, nunca se recluyó en el oficio de escribir artículos para revistas universitarias y libros de arduas temáticas, sino que también colaboró con publicaciones periodísticas, como Página/12 y Acción, donde intervino en debates políticos e ideológicos, casi siempre desde una posición crítica y abiertamente polémica.
De ahí que fue definido, con estrecho criterio, como un «polemista», un «pendenciero», incluso por aquellos que pertenecían a su misma filiación en la izquierda cultural. A decir verdad, el ejercicio de la «negatividad» de León (en otras palabras, sus puestas en discusión) no era tolerado fácilmente. Se percibía en su actitud una agresividad fuera de lugar, una vehemencia injustificada. En gran medida, ese prejuicio de sus oyentes y lectores favoreció que las disputas que promovía no prosperaran y se diluyeran en el silencio. Con el tiempo transcurrido y en otra situación histórica, hubo quienes reconocieron la pertinencia de sus cuestionamientos, aunque no el «modo» de exponerlos, como si se pudiera separar el contenido del continente según las circunstancias. En realidad, como saben los poetas, modificar la forma equivale a cambiar el fondo.
Marxista heterodoxo
El estilo filosófico de León Rozitchner era, como diría Merleau-Ponty, quien fue profesor suyo en el Collège de France y que influyó en su formación, el de un «marxista occidental». O lo que es lo mismo, el de un marxista heterodoxo. Hoy esa rama casi se ha extinguido, luego de un período de auge desde la posguerra hasta finales de la década de los 70. En ella generalmente se inscribe a Korsch, Lukács, Gramsci, Althusser, Goldmann (profesor de León en La Sorbona), Sartre, Merleau-Ponty y la Escuela de Frankfurt. Si se quiere, Rozichner fue el último «marxista occidental», posiblemente uno de los pocos en Latinoamérica y el único en Argentina, dada la apertura e integración en su pensamiento de otras corrientes (Husserl, Spinoza, Bataille, Jean Whal, Lyotard) y de las teorías de Freud y Lévi-Strauss.
Muy joven, luego de estudiar filosofía en la UBA, se fue a París. En 1952 se licenció en Letras en la Universidad de La Sorbona y en 1960 se doctoró en Filosofía. En 1961 viajó a Cuba para dictar clases en la Universidad de La Habana. En Argentina fue docente de varias universidades. En 1976 se exilió en Caracas, donde vivió hasta 1985. De regreso y hasta su muerte, en 2011, fue profesor titular en la carrera de Sociología de la UBA. Su intensa obra lleva las huellas de sus maestros en La Sorbona (y en especial de Merleau-Ponty) y de la realidad política y social argentina de todos esos años, durante los cuales asumió el riesgo de pensar contra los límites impuestos por el terror de un sistema de poder que hoy, otra vez, convoca a las sombras.