Cultura

Perfume familiar

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Político y contundente, «La ciudad liberada» se puede escuchar como un relato cantado sobre el presente que sintetiza la obra del músico rosarino: dispara con munición gruesa, tropieza con sus propios tics y alcanza momentos de verdadera inspiración.

(Foto: Télam)

Desde el mismo instante en que asomó con su DNI y cantó «Nací en el 63», Fito Páez se dedicó a crecer de cara al público. Impudorosamente. Mostró todo: el dolor por el asesinato a su familia, los amores, sus pasiones y odios políticos, su esnobismo, una imperiosa necesidad de ir más allá de las formas musicales pop y tomar riesgos en disciplinas como la literatura y el cine. Conoció cada una de las instancias de la industria del entretenimiento, del éxito más furibundo al ninguneo cruel. A 30 años de Ciudad de pobre corazones, saca La ciudad liberada: otro gesto maldito, bien diferente a aquel que representó el sangriento fin de la inocencia. Aquí la ciudad es un territorio inhóspito por el que Páez cabalga como un jinete del apocalipsis.
El disco puede funcionar como una síntesis de su estética. Quijotesco en su anacronismo –¡18 canciones nuevas en tiempos del, como él escribe, «pájaro ruin de Twitter»!– remite a distintos momentos de su trayectoria y destila un perfume en varios pasajes irresistible. Esa fragancia –esa inefable manera de decir, de impostar, de crear metáforas e imágenes, esa insistencia en ciertos tics compositivos e interpretativos que algunos adoran y otros detestan– nos resulta familiar: Páez depara, al fin, todo lo bueno y todo lo malo que pervive en una familia.
La ciudad liberada arranca con una piedra en el zapato: «Aleluya al sol» –un tema piantavotos, increíblemente elegido como corte de difusión– pretende ser un alegato en contra de la violencia de género, pero se hunde en una melodía de jingle y la letra, al fin, se lee más como un aglomerado de clisés. A partir de ahí, todo mejora. El disco se desliza por diferentes climas y evocaciones. A esta altura, resulta inconducente destacar los posibles plagios o autoplagios. Hay canciones que remiten a Charly García, a los Beatles o a temas del mismo Páez.

El pop ha profundizado el sistema de citas, un diálogo que saltea espacio y tiempo. En el desarrollo frenético de la comunicación, ser original parece una veleidad imposible: finalmente lo que destaca es la interpretación, la actitud y la lírica. Pensemos, para poner la vara alta, cuál fue la última canción novedosa firmada por Bob Dylan. El interés de La ciudad liberada pasa por otro lado. Por la solidez de composiciones como la flamenca «Islamabad», la fotográfica «Navidad negra», la folclórica «El secreto de su corazón», la luminosamente beat «Bohemia internacional», la groovera «Soltá», entre otras: pura matriz Páez, como procesador de influencias que rebasa gracia y swing.

Laberinto
La tapa y el arte general, a cargo de Alejandro Ros, supone una provocación algo naif que conjuga el destape sexual de los 80 y el glamour de los 90, las décadas en las que Fito creció y se desarrolló como artista. Conviven con algunas frases engañosas como «prefiero la maldad a la estupidez / me gustan los artistas que no son artistas/ yo nací y moriré amateur» («El ataque de los gorilas») o el extraño apunte político de «se terminó/ perdieron todas las apuestas los cantores de protesta/ al final el reggaetón mueve el mundo/ tocan los Rolling en La Habana / y la revolución cubana pega un giro más hermoso y profundo» («Se terminó»). La banda y los invitados son un clásico del planeta que habita el rosarino: de Juan Absatz y Carlos Vandera a Fabiana Cantilo y Fabián Gallardo, además de Mariano Otero y Diego Olivero, a Páez le gusta transitar caminos conocidos con gente afín.
Político y contundente, hecho de buenas canciones que constituyen, sí, un relato, La ciudad liberada se apoya en el medio de esa palabra gastada que todo lo corroe: la grieta. De los laberintos se sale por arriba, también en la música popular. Fito sobrevuela bien alto esta tremenda ciudad y dispara con munición gruesa: cuando da en el blanco, impacta en el corazón. El disco, como todo buen disco, pide una escucha atenta. Honesta, sin preconceptos, que sea capaz de esquivar la estupidez binaria.

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