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Poetas salvajes

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El enfoque de la escritura como una misión reveladora y la experiencia vital llevada al límite encuentran su cauce en la obra de los autores que, gracias a una serie de reediciones, llega a nuevos lectores. Rebeldía y autogestión en los márgenes.

Potencia. La poesía de Ioshua, Sbarra y Luy desafía a las convenciones del género. (Prensa)

A los 16 años, cuando dejó la escuela secundaria, Vicente Luy tuvo una especie de revelación: «Voy a ser un mesías salvaje», dijo. Una obra poética desconcertante para los parámetros convencionales aparece al cabo de su vida como el resultado de esa misión, o del convencimiento que tuvo respecto de que su escritura debía producir un cambio en quienes la conocieran. La misma aspiración puede encontrarse en Ioshua (Josué Marcos Belmonte) y José Sbarra que, como él, recrean la figura del poeta que atraviesa experiencias límite y, a partir de la marginación y la indiferencia iniciales, pasa a ser autor de culto.       
Luy (1961-2012) difundió casi todos sus libros en ediciones de autor, hasta agotar una herencia familiar. El extremo fue La vida en Córdoba, por el que pagó 25.000 dólares. Las intervenciones callejeras, las acciones culturales en que participó –con el grupo de poetas y músicos Verbonautas, entre 1995 y 2000– y también las circunstancias de su biografía –quedó huérfano a los seis meses de vida, se le diagnosticó trastorno bipolar y el suicidio fue una obsesión hasta que lo concretó– contribuyeron a la difusión de sus textos y a la construcción de un personaje con una sensibilidad erizada por una especial mezcla de inocencia y lucidez. El descubrimiento se consolida con la publicación de Escribir no es importante, su obra reunida, y el ensayo La poesía está en ser uno. Los libros de Vicente Luy, de Hernán, «su amigo, su editor, su compañero, su enfermero», como lo presenta Pipo Lernoud en el prólogo del libro editado por Beatriz Viterbo.

El arte de la provocación
Si bien sus obras parecen desconectadas entre sí, Ioshua, Sbarra y Luy coincidieron en ubicarse en una posición excéntrica en relación con las editoriales y los circuitos tradicionales de la literatura. Sbarra (1950-1996) trabajó como guionista de televisión y escritor de libros infantiles y, al mismo tiempo, planteó una poesía revulsiva que no pretendía ser legitimada por la crítica. «Escribo literatura para gente de la quema», declaró. Marc, la sucia rata (1991) y Plástico cruel (1992), libros que publicó por su cuenta, circularon en el ambiente under del Parakultural y el Centro Cultural Rojas a principios de los 90, y con el tiempo se convirtieron en referencia de una nueva literatura gay, más frontal y desembozada.
Poeta, dibujante y performer, Ioshua (1977-2015) hizo de la autogestión un principio y difundió la mayoría de sus textos en fanzines, plaquetas que se fotocopiaban y ediciones cartoneras, aunque también recopiló su producción en un volumen, Todas las obras acabadas, que agotó tres tiradas. En Ioshua, una biografía escrita sobre la base de testimonios y una minuciosa investigación, Facu Soto presenta una figura en constante tensión entre la rebeldía ante cualquier tipo de corrección y un trágico pasado de abusos y maltrato familiar, provocador y también en busca de afecto.
Ioshua se presentaba como un poeta del Conurbano gay y se preocupó por construir su propio personaje, al punto que los testimonios a veces no alcanzan a despejar la realidad histórica del mito. Sbarra también fue conocido por actitudes provocadoras: invitado al programa de Susana Giménez para hablar sobre el VIH, dijo que la enfermedad era una experiencia de conocimiento y que se negaba a tomar AZT, la medicación que se prescribía. Pero las obras se sostienen al margen de las actitudes de los autores y parte de la apuesta editorial, como explicita Alejo Carbonell, editor de Escribir no es importante a través de Caballo Negro, consiste en poner en diálogo a los textos con otras líneas de la poesía contemporánea.
«El único anhelo que puede uno tener es ser cada vez más poseído», escribió Vicente Luy. Y la frase podría haber sido suscripta tanto por Ioshua como por Sbarra. Los tres llevaron al extremo el compromiso con las palabras, y en ese punto la singularidad de sus obras coincide con el drama de sus vidas.

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