Cultura | CAMBIO DE ÉPOCA

Polémica en un bar sin rumbo

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Pablo Méndez Shiff

Lejos del espíritu original y con un panel sin brillo propio, el clásico patentado por Gerardo Sofovich regresa de la mano de Mariano Iúdica para engrosar la oferta de debates televisados.

Mesa. Rodeado por los participantes del ciclo, Iúdica es el encargado de alimentar la discusión.

En 1963, cuando la televisión argentina daba sus primeros pasos en blanco y negro, dos hermanos que apenas superaban los 20 años dieron un paso al frente. Eran Hugo y Gerardo Sofovich, autores y productores ambiciosos que pronto encontraron su estilo en la combinación entre humor judío, comedia picaresca y una capacidad camaleónica para acomodarse al clima político del momento. Enseguida supieron encontrar una fórmula propia para catapultar estrellas, tener éxito económico y hablarle a la sociedad argentina.

En aquel 1963, los hermanos Sofovich llegaron a la pantalla del entonces Canal 11 con Operación Ja Ja, un ciclo humorístico con una serie de segmentos fijos. De ese núcleo, dos sketches se destacaron tanto hasta lograr tener vida propia y prolongar su eco hasta nuestros días. Uno fue La peluquería de Don Mateo. El otro, Polémica en el bar.

Desde su estreno durante la presidencia de Illia, el formato de Polémica en el bar fue oscilando entre el registro humorístico y el periodístico. La premisa es simple: un grupo de personas, casi siempre hombres, se sienta a la mesa de un cafetín porteño y debate sobre los temas de coyuntura. Cada uno tiene asignado un rol predeterminado y, en base a esos estereotipos, el programa busca plasmar una postal de época.

Luego de la muerte de Gerardo Sofovich, en 2015, creador del espacio y su cara visible desde los 80, Mariano Iúdica se convirtió en productor junto a Gustavo Sofovich y también en conductor, salvo el breve interregno de Marcela Tinayre en 2023. A fines de septiembre, a 62 años del estreno del sketch original, Iúdica volvió a tomar la batuta todas las noches en la pantalla alicaída de América.

El cartel de la presentación, que aparece al comienzo y se mantiene durante una hora al lado del graph, nos recuerda que el programa fue «fundado en 1963». En una pared con retratos, sobresalen los de Fidel Pintos y Gerardo Sofovich. Pero no es lo mismo. Sin la formación cultural ni la capacidad de dominio de la escena que tenía Sofovich, Iúdica hace lo que puede para encontrar la polémica en este bar sin rumbo.


Sin billar ni reunión
Al momento del debut, los compañeros de mesa de Iúdica fueron el libertario Diego Recalde, exproductor de las películas de Tangalanga y actual defensor a ultranza de los hermanos Milei; el abogado y tuitero Carlos Maslatón, exintegrante de La Libertad Avanza; el economista peronista Juan Enrique; el influencer de extrema derecha Emmanuel Dannan; los periodistas críticos Javier Calvo y Diego Moranzoni y el oficialista Gabriel Anello; el humorista Freddy Villarreal, en la piel de su personaje Figuretti de los 90; los imitadores Iván Ramírez y Emiliano Senna; y Gabriel Almirón, el actor conocido por su personaje de Pacotillo.

A medida que transcurrieron las semanas, se decidió que algunos integrantes del panel fueran rotativos y no solo para ir algunas veces a la semana, sino para algunos bloques por semana. Por ejemplo, el libertario Recalde participa de la mesa cuando se habla de política; cuando la discusión pasa al mundo del espectáculo o a temas de sociedad, ya no participa de la mesa. No se lo despide hasta el día siguiente ni nada por el estilo, simplemente se lo reemplaza con otro invitado o se deja una silla vacía.

Algunos de los participantes iniciales se despidieron al cabo de pocas emisiones, como Marina Calabró o Maslatón. Y al mismo tiempo se sumaron personajes más vinculados al mundo del espectáculo, como el presidente de APTRA, Luis Ventura, y las mediáticas Silvina Escudero y Charlotte Caniggia.

A los cortes comerciales hay que sumarles los chivos o publicidades no tradicionales, que fueron una innovación técnico-comercial de Sofovich y desde hace unos años inundan a todos los programas de la televisión de aire, que interrumpen cualquier cosa que pueda estar pasando (una entrevista, una discusión, una noticia) para dar «unos consejitos». Estos suelen tener que ver con créditos financieros de corto plazo, medicamentos de venta libre y aromatizantes para el hogar.

La profusión de temas, la rotación de panelistas y la presencia de invitados le permiten al programa «estar al día». Por el otro lado, desdibuja a sus polemistas, que no terminan de definir un rol propio en el engranaje de esa mesa y que no son tan populares como sus predecesores. Ese es, tal vez, el punto más débil de ese regreso: ¿cuál es el sentido de ver a un grupo de personas tener discusiones encendidas si toda la televisión se volvió un homenaje involuntario a esa idea que supo ser novedosa en 1963? ¿Para qué vamos a ver otro debate entre libertarios y progresistas a las 11 de la noche si se repiten desde la mañana en otros programas?

Las mediciones de estas primeras semanas son una muestra de las limitaciones de esta vuelta, que apenas logró superar la barrera del punto de rating y no despegó en redes sociales. Es improbable que la nueva forma de medir el rating, que empezó el 15 de octubre y que dejó de contabilizar puntos porcentuales para hacer una proyección de la cantidad de espectadores en términos nominales, vaya a cambiar el escenario. Si bien es una quimera pretender que lleguen a la repercusión que supo alcanzar Gerardo con su troupe, este alcance exiguo parece señalar que la humedad del café de la cortina que interpreta Cacho Castaña llegó hasta los cimientos de un programa que necesita renovarse más, en la mesa y en las discusiones, para ser capaz de hablarle a la Argentina de 2025.

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