Cultura

A pura risa

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El género teatral se ha posicionado en el país como uno de los más convocantes, con innumerables exponentes, salas propias y gran presencia en el medio televisivo. Las razones de su popularidad analizadas por los protagonistas.

Comediantes. Caccia y Selci describen los resortes internos que potencian el circuito local.

Ya desde hace años que el stand up se ha instalado en nuestro país como uno de los géneros teatrales que más convoca. Son varios los indicios que ponen de manifiesto este crecimiento que parece no tener techo: un círculo muy sólido de comediantes –integrado por Dalia Gutmann, Natalia Carulias, Sebastián Wainraich, Guillermo Selci, Roberto Moldavsky, Ezequiel Campa, entre muchos otros– al que permanentemente se incorporan nuevos nombres; un considerable número de salas dedicadas a este tipo de espectáculo –como Paseo La Plaza, Velma Café, Stand Up Club y Taburete Club de Comedia en el caso de la Ciudad de Buenos Aires–; y una presencia, cada vez más notoria en el medio audiovisual.
Ejemplos de este desplazamiento a la pantalla son los especiales de Malena Pichot o Radagast que pueden verse en Netflix, o el canal de cable Comedy Central, por cuya programación desfilan humoristas consagrados pero también rostros jóvenes que están pisando muy fuerte como Magalí Tajes, Lucas Lauriente y Mike Chouhy.  
«La gente tiene ganas de reírse. Y si se habla de stand up, hay algo sobre lo que no cabe duda: más allá de que pueda incluir cierta crítica social u observación profunda, su objetivo principal es hacer reír. También es un género barato de hacer, por ende las entradas suelen ser más accesibles. Así que cumple una doble función: la anestésica y la económica. En momentos de crisis no es ilógico que el público se incline por un entretenimiento que lo haga reír por poca plata», reflexiona Belén Caccia, una de las referentes femeninas del circuito local.

Ida y vuelta
Docente y autor del libro Stand Up – Técnicas, ideas y recursos para armar tu monólogo humorístico, el ya mencionado Selci advierte que lo que hace que el género tenga tanta llegada es la relación directa que se establece entre artista y público. «No hay ficción, no hay personajes. Es el comediante hablándole a quienes tiene enfrente, sin intermediarios», explica. «Es la más democrática de las artes. Generalmente vemos al público abajo y al artista arriba del escenario, como alguien a quien hay que adorar y aplaudir. Acá, en cambio, el artista es más como un representante de la audiencia en escena», añade. «Si un tema no prende, cambiás, vas para otro lado. En una obra teatral no podés suprimir una escena porque al público no le esté gustando». En este sentido, se puede entender al género como diálogo, como un ida y vuelta constante.
Internet es otro factor que colaboró en gran medida al éxito del stand up, por varias razones. En primer lugar, porque ayuda a los comediantes a darse a conocer. «Antes teníamos que estar llamando agentes de prensa, buscando a los medios, cosa que hoy día se sigue haciendo pero a mucha menor escala. Las redes sociales son la herramienta de difusión más poderosa que hay. Son las que cortan tickets», remata Selci. Por otra parte, fueron sitios como YouTube los que permitieron que el stand up comedy en sí mismo se diera a conocer en el país, al poner al alcance de la mano a cómicos de distintas partes del mundo.
Este hallazgo en forma de videos fue lo que llevó a que, a comienzos del nuevo milenio, se abrieran las primeras escuelas, como la de Martín Rocco y la de Alejandro Angelini. La formación en este estilo de comedia «involucra escritura, interpretación, información, soltura, rapidez mental, claridad en la expresión y la comunicación y mucha observación», apunta Caccia, derribando la idea de que se trata de una forma teatral menor.
Otro impulso para su desarrollo es su capacidad de adaptación. «Todo cambia y, si no cambia, desaparece. Los comediantes entendieron que la gente hoy día piensa distinto y ofrecen otras cosas», dice la comediante. «El stand up fue machista. De hecho, yo pertenezco a una generación de humoristas a la que le costó ser aceptada por el hecho de ser mujer, no tanto por el público, sino por los pares. Uno de los primeros shows que hice en Paseo La Plaza fue como comediante invitada. Nunca llamaban a mujeres. Tiempo después, ya en confianza, me confesaron que la invitación inicial había sido porque usaba un pantalón de cuero ajustado», recuerda.

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