Cultura | REGGAETÓN Y POLÉMICA

¿Qué le pasó a Pedro Aznar?

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Mariano del Mazo

Con la salida de «No voy a cantarle a tu culo», el músico despertó a las voces más conservadoras del rock en las redes. Música popular y libertad artística.

Parodia. Con acento caribeño y tono irónico, el bajista, cantante y compositor advierte sobre lo devaluadas que están las relaciones humanas.

Foto: Télam

Ya desde el título, Pedro Aznar tuvo la intención de impactar. Tal vez sea una canción algo errática: dentro del grado de subjetividad con que se juzga la música, digamos que no es de las mejores que llevan su firma. Es lo único que se le puede cuestionar a «No voy a cantarle a tu culo», el tema que hoy es interpelado en las redes. La letra tiene como objetivo advertir, crear conciencia sobre lo devaluadas que están las relaciones humanas. Carece de mayor gracia, como un desprendimiento anacrónico de aquel fallido disco Radio Pinti (1991) y se desliza con acento caribeño a ritmo de un reggaetón cuadrado para criticar, justamente, los contenidos sexistas del género. El bajista, compositor, cantante y arreglador es una figura descollante de la música desde el instante en que irrumpió en 1978 con su bajo fretless en Serú Girán. Aquí hizo uso de la sátira, un subgénero literario que implica una crítica camuflada, utilizado en el rock hasta el hartazgo.
En el disco doble El mundo no se hizo en dos días, que salió a fines del año pasado, Aznar hace un ejercicio de estilo rapero y reggaetonero en el tema que titula al álbum y en el bendito «No voy a cantarle a tu culo». Allí dice, entre otras cosas, para horror de fans que demostraron un desagrado lindante con el fundamentalismo: «Yo no voy a cantarle a tu culo/ Si lo tienes raso o con rulos/ Porque soy un hombre de principios/ Yo te cepillo y no lo publico/ Con algo de elegancia es más rico/ Tomar de la copa o del pico/ Ahora te diré lo que me importa de veras/ No es si esta vez es tu primera/ Lo que vive allí, en tu cabeza/ Debe ser mayor que esta pieza/ Lo que piensas trae consecuencias/ Y hace toda la diferencia/ Si jugamos roles, me prendo/Si sabes poemas, me enciendo/ Cuando contestaste el llamado/ se me puso tieso el pelado/ Cuando descubrí tu persona/ me quedé noqueado en la lona».
¿El joven prodigio que maravilló a Charly García como un calco de Jaco Pastorius ahora escribe «Cuando contestaste el llamado, se me puso tieso el pelado»? ¿El músico que tocó con Pat Metheny cuando el guitarrista estadounidense habitaba el cenit del jazz rock de los 80 canta «Yo te cepillo y no lo publico»? ¿Se trata de un homenaje a Luis Almirante Brown, el personaje de Peter Capusotto? ¿Qué le pasó al fino cantante que fue y vino del jazz rock a la música de raíz desde un piso de calidad por arriba de la media argentina?
Nada. No le pasó nada. Aznar hizo lo que siempre hizo y lo que debería hacer todo artista: lo que se le da la gana. En este caso, una parodia. Esta pequeña historia del reggaetón arrojado a la cloaca de los juicios sumarios de las redes sociales evoca a otra pequeña historia.
En 1978 Charly García compuso un tema satírico sobre la música disco, «Discoshock». Como ahora en el «Caso Aznar», usaba el ritmo de lo que criticaba. Serú Girán lo tocó en vivo en su primer concierto en la Argentina luego del período embrionario en Brasil  y el público rockero –atenazado por prejuicios– le hizo la cruz a la banda.
La gente se habrá preguntado: «¿Dónde quedó el tipo que escribió “Cómo mata el viento norte”?». En el apogeo de la dictadura, la música disco –en esencia, un género absolutamente popular hecho por negros y negras de los barrios pobres de los Estados Unidos– era el enemigo del blanco e impoluto rock nacional. Representaba el pasatismo, la frivolidad. Hoy lo vemos: la disco también simbolizaba el sexo, el baile, la descontractura. El antagonismo fue parte del clima de época de un país alambrado por los militares. La llegada de la democracia hizo menguar la consideración y hasta Charly llegó a componer un brillante y extraño tema que hoy no sortearía el tamiz de la corrección política: «Cómo me gustaría ser negro».

La vara moral
La descalificación  clasista y racista en plena represión continúa con la cumbia, el rap, el trap y el reggaetón. En estos tiempos en los que la rebeldía parece pasar por las nuevas derechas, todo se ve más confuso. Aunque aparente lo contrario, Aznar no descalifica: el estribillo de la canción dice «Todo tu ser (yo quiero)/ Todo tu ser (yo pido)/ Todo tu ser (yo espero)/ Venga, vamo’ a comer». En una entrevista  aclaró: «No es una canción puritana. Dejemos de cantar al sexo como si fuera un culo. Hablemos también de la persona como una… persona. El tema dice “venga, vamo’ a comer”. Toma el sexo como algo integral. El reggaetón es un ritmo hermoso, bailable, festivo, puede usarse para algo más interesante. Como el hip hop y el rap, que tienen letras políticas. De todos modos, no todos los reggaetoneros son lo mismo». La cuestión conduce a otro tema: ¿por qué la cultura rock y sus adeptos siguen siendo la vara moral de otras músicas populares? Tal vez por el desarrollo estético alcanzado y por la cristalización de una serie de ideales que, increíblemente, perduran.
En los orígenes, las músicas populares exhiben elementos comunes: el tango, el blues, el rock and roll y en las últimas décadas el reggaetón y las «nuevas músicas urbanas» han sido elementales, misóginas, sexistas, arrogantes. Todo lo contrario a «No voy a cantarle a tu culo». Por otra parte, este reggaetón burlesco puede servir de puerta de entrada para el buen álbum que es El mundo no se hizo en dos días. Son composiciones propias, por momentos algo solemnes, que marcan la dirección cancionística que hace tiempo emprendió Aznar. Su obra tampoco se hizo en dos días. En esta era de fugacidad, el valor pasa por la trayectoria y no por una canción aislada. Pedro Aznar debe dormir tranquilo. Ante el cacareo mediático puede exclamar, como Roberto Arlt en el prólogo de Los lanzallamas: «¡Que los eunucos bufen!».

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