Cultura | MILEY CYRUS

Quién es esa chica

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Gabriel Plaza

Desde sus inicios en la factoría pop de Disney a este presente de diva rockera e ícono de la comunidad LGBTQ, la cantante siempre brilla con luz propia.

Magnetismo. La interprete tiene una personalidad tan fuerte que puede eclipsar a otras artistas de su generación como Taylor Swift o Katy Perry.

PRENSA LOLLAPALOOZA

Miley Cyrus tiene 30 años y una vida con muchas vidas encima. Pasó la mitad de su existencia rodeada de escándalos y música, juzgada prejuiciosamente por sus cambios de imagen. Eso se nota cuando aparece con el aplomo de una veterana, dominando el escenario principal frente a miles de personas, en el cierre de la segunda jornada del Lollapalooza, jugando a ser una diva del rock, una heroína al estilo batichica enfundada en un camperón con un peluche, un enterizo de cuero negro adherido al cuerpo y unos anteojos que parecen un antifaz.
La cantante nacida en Franklin, Tennessee, pasó de ser una ídola adolescente construida en la factoría Disney, a partir de la serie televisiva Hannah Montana, a columpiarse semidesnuda sobre una bola de demolición para romper con ese pasado. Rápidamente, con la velocidad que le imprimió a su vida (la fama, los excesos con el alcohol y las drogas, las rupturas amorosas), fue dejando atrás su figura de consumo teen pop para construirse como una estrella fascinante y camaleónica, capaz de colaborar a la par con artistas como Flaming Lips o Metallica. Cyrus aprendió de otras mujeres que la definieron artísticamente, como Debbie Harry o Joan Jett, pioneras en eso de navegar con inteligencia, glamour y sofisticación en el mundo del rock.
Durante su presentación en la Argentina, la excusa perfecta para presentar material de su último disco Plastic Hearts, un tributo a los años salvajes del rock, la intérprete deja en claro que quiere ser un puente entre toda la música que fue absorbiendo en el camino y su propio sonido, que resume en el arranque del show ensamblando una de sus canciones, «We Can’t Stop» con el clásico «Where Is My Mind», de la banda alternativa Pixies. 
«Estoy presentando a mi audiencia, mi generación, todo lo que me inspiró y creó este cóctel de caos que soy», decía la artista. Parte de ese espíritu se respiró en el show. Un viaje musical de hora y veinte, donde conectó con el rock, el hip hop, el country, la música dance y el pop que la formó, tirando referencias culturales a sus jóvenes seguidoras y seguidores, que pegaban aullidos en el campo cuando se desplazaba, elegante y peligrosa, como una pantera sobre el escenario. Así, con solidez, unió generaciones en el Lollapalooza con un repertorio donde fue mechando temas propios como «Plastic Hearts», «WTF I Don’t Know», «Fly On The Wall», «Wrecking Ball» y «Party in the U.S.A.», junto con himnos como «Heart of Glass», de Blondie, «Bang Bang (My Baby Shot Me Down)» popularizada por Cher, o «Jolene» de Dolly Parton, otra de sus máximas referentes del country.
A diferencia del personaje que protagonizó para la serie Black Mirror, en la que interpretaba a una estrella pop atrapada en las zonas oscuras de la industria musical, esta Miley Cyrus modelo 2022 parece tener el control del lugar al que quiere dirigir su camino y cómo quiere que la recuerden las nuevas generaciones. Ya no como la actriz infantil, la joven con una vida trash o la figurita de los memes de internet, sino como un ícono para las comunidades LGBTQ, una cantante con una personalidad capaz de irradiar un magnetismo propio y tan fuerte, que eclipsa a otras artistas pop de su generación como Taylor Swift o Katy Perry. Cyrus puede enamorar y representar con su repertorio a jóvenes de la cultura dance queer y, al mismo tiempo, lograr el respeto de la comunidad rockera con temas como «Mother’s Daughter», «Never Be Me» y «Sms (Bangerz)». Incluso, hasta puede elevar su voz para hacer un pedido por la paz y dedicar al pueblo ucraniano «Nothing Breaks Like a Heart», su tema con el productor Mark Ronson.
El recital de Cyrus fue uno de los más comentados de los tres días del festival. Después de tantas transformaciones públicas y más allá de toda apariencia, su voz ronca, su imagen de mujer poderosa en escena y su música, finalmente demostraron su verdadera dimensión como artista. 

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