Cultura

Reírse de lo cotidiano

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Desde los tiempos en los que la legendaria Niní Marshall abrió el camino hasta el presente, las comediantes ocupan un lugar central en la cultura popular argentina. Del teatro de revistas al stand up, pasando por la gráfica y los distintos formatos televisivos.


 

Si un sentido parece haber venido a cambiar de una vez y para siempre, es el del humor. Desde la pantalla chica a la grande, en teatro o el stand up (y por supuesto en la gráfica) una nueva camada de mujeres ha tomado lo mejor de la historia del humor argentino para pisar fuerte y de a poco ir imponiendo, para zozobra machista, una mirada del mundo que ya no las tiene como risible objeto de consumo sino como protagonistas de su propio reír.
El fenómeno es tan amplio que un mero listado de las voces y figuras que lo protagonizan llenaría, solo con sus nombres y apellidos, varios párrafos seguidos. Sin dejar de reconocer a Niní Marshall (Catita, la niña Jovita, Cándida, doña Pola) como la gran pionera, una apretada síntesis del presente podría arrancar por mencionar una vanguardia en las Gambas al Ajillo, continuar con las chicas del mítico Cha Cha Cha y detenerse un momento en la imponderable Juana Molina, que desde hace unos años se dedica más a la música.
La lista invariablemente ha de pasar luego por las representantes más conspicuas de lo que se conoció como café concert, con Edda Díaz a la cabeza, hasta llegar a las «estandaperas» actuales, que son legión: Anita Martínez, Malena Pichot, Natalia Guinzburg, Fernanda Metilli, Flora Alkorta.

 

Pantalla chica, grandes clichés
Emblema televisivo, Florencia Peña empezó a lucirse como humorista en la versión argenta de La Niñera. Dueña de una simpatía que va mucho mas allá de su atractivo físico, su estilo es el de una contrabandista sutil, que sigue en la búsqueda de destacarse por el talento que muchas veces la lleva a desmarcarse de lo que indica el libreto: véase por caso su rol actual en La peluquería de Don Mateo, el clásico de Gerardo Sofovich, donde juega sus breves líneas junto a una promisoria y falsamente cándida Luly Drozdek, joven llegada del teatro off que se le atrevió al polémico rol de «la nena», que en otras épocas construyó Luisa Albinoni. Y que es casi peligrosamente el mismo, dicho sea de paso, que interpretó Julieta Prandi en dupla con Guillermo Francella, para escándalo de grupos de feministas, que denunciaron aquel sketch por incitación al abuso de menores: en 2013, a diez años de su primer emisión, ese programa se levantó de la pantalla de Telefe y la actriz buscó salvaguardar su buen nombre y honor en los tribunales.
El uso de clichés vino a satisfacer el acervo masculino básico, algo que antes solamente se encontraba en el teatro de revistas. La exposición del cuerpo, sumiso y carnoso, se mudó de los escenarios a los programas de televisión, como los que en los años 70 protagonizaban Alberto Olmedo y Jorge Porcel con una corte de mujeres voluptuosas a su alrededor, las hoy opacadas por el paso del tiempo Adriana Brodsky, Silvia Pérez y Beatriz Salomón, pero también las divas más inalterables de la cultura popular: Moria Casán y Susana Giménez. Un modelo en tensión con el sentido común actual, que condena vulgaridades y efectos fáciles, y más si la gracia de los chistes está anclada en la mera exhibición del cuerpo femenino.
Diferentes deberían ser considerados algunos trabajos incluidos dentro de otros formatos, como el caso de la imitadora Fátima Florez, cuya imitación de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner en un espacio fundamentalmente periodístico, el de Jorge Lanata, la catapultó a la fama. Si algo parece claro es que en materia de humor realizado por mujeres ya no se apunta al gusto especialmente masculino para hacer reír: hoy el hombre es satirizado de un modo nunca antes visto, sobre todo por aquellas humoristas que no ceden a las concesiones que parecen requerir los productores de los programas de mayor rating.  Y así otro humor va surgiendo en la periferia televisiva, en el cable: ahí se luce por ejemplo Laura Oliva (Canal de la Ciudad), cuyo histrionismo incluye, en monólogos de antología, el auto sarcasmo del stand up y la corrosión  a los arquetipos machistas.

 

Tipos de humor
Las nuevas humoristas están persuadidas de que las cuestiones de género y la lucha contra la estereotipia de la mujer-objeto, síntoma del machismo inconsciente y no tanto, se da en el hacer y en el decir. ¿Incide el hecho de ser mujer en el modo de hacer humor en la Argentina? «Tanto incide que nadie se atrevería a hacer esta pregunta a un humorista varón», responde con ironía Cristina Wargon, ex revista Humor, actual columnista radial y editora de una publicación. Según la periodista, «ser mujer incide en cualquier tarea que se realice, aún en el campo de la ciencia».
«Las mujeres que hacemos humor tenemos que luchar con muchos prejuicios, porque se nos suele meter en un grupo aparte», opina en la misma línea Flora Alkorta, comediante de stand up, autora de radio, cine y televisión, y adicta al despliegue sarcástico en las redes sociales. «Si un humorista hombre habla de afeitarse, se considera que su material es humor universal. Nadie dice que esa persona hace humor masculino. Ahora, si una mujer habla de depilación, se la pone inmediatamente en una especie de gueto por la temática referencial que toma. ¿Por qué la mujer que cuenta algo sobre depilarse hace ‘‘humor de minas’’ pero del pibe que habla de la afeitadora nadie dice que hace ‘‘humor de chabones’’? En un mundo pensado para hombres, lo que a ellos les sucede se considera que es un tema para todos, pero lo que nos pasa a nosotras es un tema nuestro», dice.
«En el humor, cuando saben desplazarse como hacía Niní Marshall o Gabriela Acher, enseguida se destacan. Cuando se limitan solamente a repetir sin hacer gesto alguno es mejor el hombre», arriesga el periodista, profesor de laEscuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica y experto en humor César Guzzo. «Por eso se han destacado las hermanas Linda y Sofía Bazán, las chicas de Sofovich que no exponen su cuerpo, como Carmen González o Florencia Peña, o las internacionales como Lucille Ball, una especialista en juegos de palabras, de situaciones», continúa.

 

Generaciones
Guzzo considera que «una vez puesta a practicar el humor, la mujer es muy buena». Y enseguida hace historia y reivindica a las escritoras de las legendarias revistas Satiricón y Humor, como Alicia Galloti, María Florentino, Ana Von Rebeur, Brenda Fabregat y la mencionada Cristina Wargon. Esta última, sin conocer esa opinión previa, completa: «Es cierto que 2 por 2 es siempre 4, pero si la cuenta la está haciendo una mujer es probable que tenga algún otro detalle para agregar. En el tema del humor, parecería que la mirada de la mujer está más centrada en lo cotidiano, mientras los varones se inclinan más a lo abstracto: pienso en Maitena y Tabaré por ejemplo».
«El desafío que nos toca atravesar a nosotras es instalar que todos hacemos humor: es humor y punto», agrega Alkorta. «Las nuevas generaciones que disfrutan del humor ya no están marcando estas diferencias. Los menores de 30 años se están sacando el chip de las generaciones anteriores, que no estaban acostumbradas a reírse de mujeres comediantes, que se criaron consumiendo humor machista en la televisión y el teatro, donde se veía a la mujer como trofeo u objeto de exhibición. Las cosas están cambiando. Los prejuicios se van apaciguando. El humor no es patrimonio de los hombres sino algo relativo a la especie humana».
Decana de humoristas, Edda Díaz aporta una síntesis ejemplar: «El ser humano es mucho más, todo se engloba. Yo siento que, por ser mujer, mi humor tiene más que ver con lo cotidiano: hijos, madre, marido, economía, todo lo social. Y que está teñido de empatía y compasión. Mi humor es más blanco que verde», dice. Comediante de ley, cierra con una anécdota maravillosa: «Un día, yo tendría 8 años y mi hermana mayor, 12. Ella era mucho más fuerte, me corría por la galería de un patio con columnas con la dulce intención de matarme en cuanto me alcanzara. De pronto me vi corriendo alrededor de las columnas, con ella atrás pisándome los talones, y vi el ridículo y giré sobre mí gritando amenazadora, feroz. Mi hermana pegó un brinco, giró y yo corrí detrás pisándole los talones a ella, y riéndome a carcajadas por dentro. Ella seguía siendo grande, pero el humor me había convertido en invencible: eso es ser mujer, eso es humor de mujer».

 

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