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A 50 años de las primeras publicaciones del sello creado por Boris Spivacow, el Museo del Libro y de la Lengua lo celebra con una muestra. La cultura y el conocimiento entendidos como necesidades básicas y a la vez accesibles, ejes de su legado.


Ideas claras. Spivacow, el fundador.

En julio de 1966, a un mes del golpe militar que derrocó al presidente Arturo Illia, la policía irrumpió en varias facultades de la Universidad de Buenos Aires donde se realizaban protestas para defender la autonomía del poder político y el gobierno tripartito de docentes, estudiantes y graduados. Ese episodio, la llamada «Noche de los bastones largos», paradójicamente impulsó el inicio de uno de los proyectos editoriales más notables del país. Boris Spivacow dirigía hasta entonces la Editorial Universitaria de Buenos Aires, EUDEBA, iniciada en 1958. La represión en la UBA lo decidió a dejar el sello y fundar, acompañado por un grupo de artistas e intelectuales, y en un departamento prestado, el Centro Editor de América Latina.  
La editorial cuyo eslogan era «Más libros para más» cumplió con creces su propuesta. Desde su origen y hasta su cierre en 1995, dos años después de que muriera su fundador, publicó 77 colecciones, unos 5.000 títulos, un promedio de un libro cada dos días. Los textos se concebían para llegar mayormente a un público de clase media y baja, bajo el lema «un libro al precio de un kilo de pan».
«Si bien la experiencia del CEAL tiene precedentes, condensa cuestiones que la hacen excepcional: su envergadura al proponerse romper con la dicotomía cantidad-calidad, o saber-divulgación; también su perdurabilidad y lo novedoso de sus temáticas y enfoques», dice Judith Gociol, a cargo del proyecto Biblioteca Spivacow, de la Biblioteca Nacional. Gociol destaca la incidencia directa del CEAL en el mercado del libro: «Era revolucionario pensar que leer era como comer, una necesidad básica y, además, que había que ir a buscar al lector, dado su criterio de distribución, en lugar de esperarlo en las librerías», agrega.
La Biblioteca Spivacow se inició en 2006, durante la gestión de Horacio González, y sigue hoy con la de Alberto Mangel. Su objetivo es acrecentar y completar el fondo de colecciones de las dos editoriales que dirigió Spivacow, así como recuperar documentos y testimonios de ambas experiencias.  

Textos para todos
Como parte de las actividades que se han desarrollado a partir de ese proyecto, en el Museo del Libro y de la Lengua se lleva a cabo la exposición Centro Editor de América Latina. Una fábrica de cultura, para mostrar el mecanismo que se activaba antes de que sus publicaciones llegaran a los lectores. Se pueden observar originales de tapas, correcciones de galeras, grabados y otros elementos utilizados en el CEAL en las distintas etapas del circuito de edición. También hay cartas, fotografías, artículos periodísticos, catálogos y materiales publicitarios aportados por integrantes del sello.
Uno de los episodios más conocidos del Centro Editor ocurrió en 1980, cuando la dictadura cívico-militar ordenó quemar 24 toneladas y media de sus libros («material subversivo y peligroso») en un baldío de Sarandí.


Herramientas. El trabajo de la editorial. (Daniela Carreira/Gentileza Biblioteca Nacional)

«Todos le debemos mucho al CEAL. Conocí a Boris, él tenía la vocación mesiánica de querer hacer libros para todos y lo logró. Accedí a una cantidad de información y de cultura que no habría llegado a mí si no hubiera existido esta editorial», reconoce Daniel Divinsky, otro gran editor argentino, fundador de Ediciones de la Flor. «Él creía que su misión en el mundo era hacer libros para mucha gente. Pagarles a los proveedores era, tal vez, menos importante y se hacía cuando se podía, pero no por mala fe sino por su vocación prioritaria. También representó la posibilidad multiplicadora de distribuir libros en kioscos y a precios accesibles», señala.
Frente a la potencia sociocultural que irradia semejante historia, parece ineludible indagar en la forma en la que pasado y presente dialogan en el mundo editorial. «Cada época tiene sus propios fenómenos, virtudes y fallas, no hay que idealizar. Hoy el desafío es ver qué se puede tomar de esa experiencia, considerando la crisis que vive el mercado editorial, muy transnacionalizado, que no hace apuestas ni arriesga, y que vende libros al precio de 5 o 6 kilos de pan», reflexiona Gociol.

 

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