Cultura

Rigurosa sensibilidad

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Autora de la escultura emplazada en el Parque de la Memoria que homenajea a un chico desaparecido durante la dictadura, la artista fue invitada a las Bienales de Venecia y San Pablo. Puntos de atracción de una obra que trasciende las fronteras.


Mundial. La obra de Fontes suma adeptos. (PRENSA)

En 2017 fue la artista visual invitada para representar a Argentina en la histórica y prestigiosa Bienal de Arte de Venecia. Al mismo tiempo que se presentaba allí, Claudia Fontes –que ahora reside en Brighton, Reino Unido– recibió la invitación para ser una de las artistas curadoras de la actual Bienal de San Pablo, que abrió a mediados de septiembre y que podrá visitarse hasta el 19 de noviembre en la ciudad brasileña. Ambas son las bienales insignias del mapeo del arte contemporáneo y, en estos tiempos recientes y aún palpitantes, hasta allí llegó su prestigiosa obra.
Fontes seguramente es recordada por la escultura icónica emplazada en el Parque de la Memoria, «Reconstrucción del retrato de Pablo Miguez», un chico de 14 años chupado por la dictadura de Videla-Massera-Agosti. Una pieza que reproduce a escala humana el cuerpo del pibe con los pies hundidos en el agua marrón del Río de la Plata. La figura está de espaldas y parece que una fuerza externa lo impulsa constantemente a adentrarse en el río, por lo que a veces se la percibe nítidamente y otras veces no. «Me gusta creer que la imagen definitiva, la que me interesa comunicar como objeto de memoria, en tanto está cargada de la motivación e intención del trabajo, es visualmente inaccesible y se crea en la mente del espectador, mediante la evocación de su rastro», explica su autora. «Para mí, esta es la representación de la condición del desaparecido: está presente, pero se nos está vedado verlo. Un retrato es siempre una posible versión, tal vez esta es la más real posible porque está construida en base a la memoria colectiva desde distintos ángulos».

Paciente urdimbre
Este mismo rigor metodológico y esta misma sensibilidad artística desgranó en las bienales de la que es/fue protagonista en estos dos últimos años. A Venecia llevó una propuesta cautivante y atrevida: «El problema del caballo», una instalación formada por un caballo de cinco metros de altura, dos figuras humanas y una sombra. Si tenemos en cuenta que el Pabellón Argentino en Venecia mide cinco metros de alto, podremos entender la intención de la artista de representar al animal en una especie de cautiverio. «El gran problema que tenía el caballo de mi instalación era que su supervivencia dependía, aparentemente, del ser explotado. En el momento en que los humanos forjamos el hierro para ponerle herraduras al caballo y un arado detrás con el propósito de sembrar y acumular, comenzó a mi entender un curso histórico para ambas especies que se hace evidente en este momento como insostenible y fatal».


Silueta. El homenaje al chico desaparecido. (PRENSA)

Fontes ahora se luce como artista curadora en San Pablo. Presenta una propuesta que incluye obra propia y la de colegas que admira y que forman parte de sus «Afinidades afectivas», el leit motiv de la Bienal en curso. Asumió su selección de nueve artistas – Elba Bairon, Paola Sferco y Pablo Ruiza, de Argentina; Ben Rivers, del Reino Unido; Daniel Bozhkov, búlgaro residente en los Estados Unidos; Sebastián Castagna, argentino residente en el Reino Unido; Katrín Sigurdardóttir, de Islandia; Roderick Hietbrink de Holanda y Žilvinas Landzbergas, de Lituania– como una afrenta que implica también congregar una serie de individualidades y sensibilidades diversas en un mismo espacio.
Las reunió bajo el nombre volado y poético, «Pájaro lento». En él incluye obra de su propia producción, una serie con connotaciones arqueológicas. Es el resultado de la destrucción de ornamentos para pájaros producido por las aves que visitan los exteriores de su morada británica, exquisitamente clasificados, como si se tratase de retazos de elementos sobrevivientes de un siglo inclasificable, pero del que hay que dar cuenta. Una obra conceptual poderosa y sorpresiva, donde no se atisba ni pájaro ni lentitud sino la paciente urdimbre de la artista.

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